Atrás Acciones contra la desigualdad para mejorar las oportunidades sociales de los niños

Reseña

Acciones contra la desigualdad para mejorar las oportunidades sociales de los niños

Dr. Michael Pratt, Departamento de Psicología, Universidad Wilfrid Laurier, Waterloo, Ontario;

Walter MISCHEL, The Marshmallow Test: Mastering Self Control, Nueva York, Little, Brown and Company, 2014, [ed. cast.: El test de la golosina: cómo entender y manejar el autocontrol, Barcelona, Debate, 2015]

Robert PUTNAM, Our Kids: The American Dream in Crisis, Nueva York, Simon & Schuster, 2015.

La historia de los descubrimientos científicos puede contarse como una travesía llena de giros inesperados, incidentes y sorpresas en la lucha de los expertos por una mejor comprensión de los fenómenos. El test de la golosina, de Walter Mischel, es un ejemplo de este tipo, una historia que recorre gran parte de la larga carrera investigadora del autor. El libro de Robert Putnam, Our Kids [Nuestros niños] también cuenta una historia, la de la vida de las familias, y plantea dos problemas: la creciente desigualdad social en Estados Unidos y sus consecuencias para los niños. Siendo científicas, las dos narraciones se basan en niveles de análisis y perspectivas muy distintas: Our Kids parte de la sociología; El test de la golosina, de la psicología. Sin embargo, su lectura conjunta constituye un interesante ejercicio que aborda historias de ciencia social y sus respectivos contextos interpretativos.

Vayamos primero con El test de la golosina. Cuando era un joven psicólogo en Harvard, Mischel comenzó investigando qué reacciones tenían los alumnos de preescolar cuando debían elegir entre recibir una recompensa inmediata (por ejemplo, una golosina) y otra mayor (dos golosinas), pero solo después de esperar unos minutos más. Mischel, psicólogo clínico, no se planteaba ese estudio como un «test» para predecir situaciones posteriores. Sin embargo, años después, las circunstancias le condujeron de nuevo a esos primeros alumnos de preescolar y, para su sorpresa, descubrió que las diferencias de comportamientos de entonces habían predicho inesperadamente muchas facetas de su vida adulta. La continuación de dicho descubrimiento es el núcleo del presente libro, que describe hasta qué punto un buen autocontrol infantil sirve para predecir éxitos en la vida adulta, entre ellos una contención saludable (resultante en una menor masa corporal y menos tendencia al tabaco), más satisfacción en las relaciones personales e, incluso, más ahorros para la jubilación. El nivel de autocontrol infantil también produce variaciones que predicen la situación mental de los adultos, el santo grial de la neurociencia actual.

La primera parte del libro relata cómo se descubrió la capacidad predictiva a largo plazo de las capacidades de autocontrol. La segunda desvela cómo funciona este y también las iniciativas científicas destinadas a comprender su influencia, relacionadas con teorías recientes que contrastan los sistemas de proceso cognitivo por su rapidez o lentitud, describiendo cómo pueden coordinarse. En general, la tardanza beneficia al sistema lento, «sereno», ubicado en la corteza prefrontal, proporcionándole más posibilidades de controlar al sistema cerebral rápido, «impaciente», que no puede esperar a tener delante la golosina.

Las dos primeras partes del libro entretejen la labor tremendamente influyente de Mischel sobre este tema y sobre otros afines, como la personalidad o la influencia de las situaciones en los comportamientos sociales. Pero toda historia necesita un final, preferiblemente feliz, que resuelva los problemas de manera que todo acabe bien. La tercera parte del libro aborda, pues, posibles políticas públicas y el papel de los programas educativos concebidos para fomentar el autocontrol en los niños.

Un tema importante de la obra es que desarrollar un verdadero autocontrol resulta más difícil a los muchos niños que crecen en entornos estresantes, pero es todavía más necesario en su caso. Varias de las historias personales refieren los esfuerzos de algunos niños por superar limitaciones infantiles, a menudo socioeconómicas. Por ejemplo, en el capítulo 8, George estudia ahora en Yale, pero se crió en una zona pobre de Nueva York, de padres inmigrantes, su escuela pública y su barrio eran terribles, y a los 9 años él tenía una muy mala actitud. Su historia posterior demuestra cómo cambió su vida por haber tenido la suerte de entrar en un excelente colegio cercano, donde se fomentaba, entre otras cosas positivas, un autocontrol maduro. El optimismo del final del libro de Mischel se basa en propugnar enfoques individualizados para ayudar, como en el caso de George, a quienes lo necesiten.

Sin embargo, estudios recientes sobre salud física, realizados por el psicólogo del desarrollo Gene Brody y otros colegas, proporcionan nuevos matices al observar a jóvenes pobres afroamericanos de entornos rurales, cuyo autocontrol se puso a prueba repetidamente entre los 17 y los 20 años. Al observar de nuevo a esos jóvenes a los 22 años, se comprobó la capacidad predictiva (en comportamiento y salud mental) de las mediciones de Mischel; es decir, la adaptación se relaciona con un mayor autocontrol. Pero también se observó algo más inquietante. La salud física de esos jóvenes muy autocontrolados, sobre todo su cuadro cardiovascular, era peor que la de quienes ejercían menos autocontrol, lo cual sugiere que, en entornos estresantes y difíciles, autocontrolarse mucho puede tener consecuencias negativas. Además, otra investigación realizada por el mismo equipo con una nueva muestra ha descubierto marcadores avanzados de envejecimiento biológico en las células de los jóvenes afroamericanos pobres con más autocontrol. Según esos autores, puede que el autocontrol funcione mejor en unos entornos que en otros, y que haya que investigar más para comprender los posibles efectos paradójicos de esa práctica sobre la salud en entornos estresantes.

Desde esta perspectiva, pues, deberíamos aspirar a cambiar los entornos desfavorecidos donde viven los jóvenes que pretenden autocontrolarse, no solo a modificar sus capacidades individuales. Y aquí es donde entra en escena el último libro de Putnam, Our Kids, que se centra en el aumento de las desigualdades sociales en las últimas décadas entre los niños de EE UU. Este autor, especialista en la investigación de políticas públicas, repasa las tendencias por clase social en Estados Unidos a lo largo de cuatro capítulos dedicados a la estructura familiar, la crianza y el desarrollo infantil, la escolarización y los contextos comunitarios. Presentando gran cantidad de gráficas con múltiples datos de encuestas, además de cautivadoras historias personales recogidas en una serie de entrevistas a familias de clase media y obrera, Putnam proporciona pruebas incontestables, no solo de que la desigualdad de oportunidades es enorme, sino de que en EE UU esta brecha entre familias ricas y pobres se ha acentuado mucho en las últimas décadas, perjudicando a los niños y al conjunto de la sociedad estadounidense.

En el último capítulo, Putnam analiza las consecuencias de esta creciente desigualdad y plantea qué hacer al respecto, buscando formas de combatir esa lamentable situación. En su opinión, el conjunto de la sociedad debe hacerse responsable de todos «nuestros niños», no solo de los de la propia familia. Seguramente este razonamiento tenga que ver con la idea de favorecer a todos los miembros de la siguiente generación, incluidos los pobres y los que han desarrollado poco capacidades como la de autocontrol. Puede ser útil formar a algunos niños en concreto, pero quizá sea insuficiente (e incluso arriesgado) sin un compromiso social más amplio para cambiar los entornos sociales.

No obstante, a pesar de lo convincente que resulta el argumento del compromiso social, creo que el capítulo final de Our Kids sobre las políticas es decepcionante. En él, Putnam repasa brevemente una amplia gama de programas, ya utilizados o posibles, para mejorar la igualdad de oportunidades de los niños pobres. Por desgracia, el conjunto parece un amasijo de las ideas actuales de política social disponibles en el mercado (un «menú de enfoques complementarios», lo llama el autor), apenas ordenadas por su eficacia. Por ejemplo, se pasa revista a programas que abordan los problemas de las familias monoparentales, que siguen siendo más habituales en la clase obrera que en la media, lo cual, según apunta Putnam en el capítulo 2, es un futuro factor de riesgo para los niños pobres. Para afrontar este problema se proponen, entre otras cosas, programas de fortalecimiento del matrimonio; de mayor accesibilidad a los anticonceptivos para limitar los embarazos no deseados entre las mujeres solteras y de reducción de penas de cárcel a los autores de delitos no violentos, para que puedan ejercer su paternidad. Puede que todas esas ideas sean útiles por sí solas, pero aquí se relacionan con el objetivo político de mantener familias con dos progenitores, una especie de «sustituto» del fin último: mejorar la vida futura de los niños pobres. En realidad, esas políticas suelen aspirar a que las familias obreras y sus hijos se parezcan a la clase media.

La cuestión es que, si no podemos demostrar que los entornos monoparentales están realmente fomentando un futuro peor para los niños, tiene poco sentido centrarse en esa estructura familiar y evaluar sus cambios. En su capítulo sobre estructura familiar, el propio Putnam señala que ha sido difícil llegar a esa conclusión. El hecho de crecer en un entorno monoparental se correlaciona con malos resultados para los niños, pero las pruebas de que en realidad produzca ese resultado siguen siendo endebles. A pesar de sus cuidadosos capítulos de recapitulación, Putnam no consigue que su capítulo final sobre políticas le sirva para fijar prioridades.

Para priorizar adecuadamente las iniciativas de intervención, es esencial que los datos demuestren con claridad una relación directa entre objetivos sociales generales, como apoyar a las familias de dos progenitores, y el futuro de los niños, tal como hace El test de la golosina con su exhaustivo análisis de la capacidad de autocontrol. El libro de Mischel es un buen modelo para vincular la acción de determinadas políticas a resultados concretos en las capacidades de los niños, prueba importante al evaluar las políticas que pretenden mejorar las oportunidades de los niños pobres. A la revisión de políticas que hace Our Kids tampoco le vendría mal tener en cuenta «lo que no sabíamos», es decir, centrarse más en el contexto familiar y en los resultados concretos de los niños. Está claro que, por sí solo, ningún libro puede cubrir exhaustivamente todos estos complejos niveles de análisis. Sin embargo, merece la pena plantearse cómo podemos iluminar, desde la perspectiva de diversas disciplinas, los puntos de vista y principios de las demás. Al fin y al cabo, la investigación y el relato científicos exigen esos matices.

Dr. Michael Pratt
Departamento de Psicología
Universidad Wilfrid Laurier 
Waterloo, Ontario

 

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