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1El 64% de las personas mayores entrevistadas experimentaban en alguna medida sentimientos de soledad no deseada. En el 14,8% de la muestra esa experiencia de soledad se podía calificar de grave o muy grave.
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2La experiencia de la soledad es ligeramente diferente en hombres y en mujeres mayores: ellas experimentan más emociones vinculadas al abandono y vacío que ellos.
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3Las personas con menor nivel educativo experimentan más sentimientos de soledad.
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4Las personas que experimentan mayor soledad tienden a aplicar estrategias para abordarla más centradas en la resignación y la aceptación pasiva de la situación.
Introducción
La soledad es uno de los retos de importancia creciente a los que se enfrentan las sociedades occidentales en este siglo XXI. El aumento de la esperanza de vida, los nuevos modos de convivencia, una organización diferente del uso del tiempo o los cambios en los modelos de familia y de la sociedad nos ofrecen una realidad compleja y diversa, en la que la soledad aparece como una experiencia vital cada vez más común.
Entre los diferentes colectivos afectados por el incremento de la soledad destaca el de las personas mayores. Este es un momento de la vida caracterizado por mayores posibilidades de pérdidas y vulnerabilidad, así como por ser el final del ciclo vital. Sin embargo, se dan grandes diferencias interindividuales porque en la vejez también hay ganancias.
La soledad puede ser entendida y comprendida a través de cuatro perspectivas complementarias: la perspectiva cognitiva, en la que la soledad se entiende como una disonancia —una evaluación que el sujeto realiza— entre las relaciones sociales que una persona desea y las que tiene; el interaccionismo, que conceptualiza la soledad no desde el hecho de estar solo, sino desde la falta de relaciones tanto significativas como íntimas, así como la falta de vinculación comunitaria; la perspectiva psicodinámica, que concibe la soledad como las consecuencias negativas derivadas de la necesidad de intimidad, de relaciones interpersonales para vivir; y el existencialismo, para el cual la soledad es una realidad consustancial al ser humano que, por un lado, puede causar sufrimiento y dolor, y por otro, supone la posibilidad de crear cosas nuevas, reflexionar y comprenderse a uno mismo… Así pues, hay soledades diferentes que en el fondo constituyen un fenómeno muy común en el ser humano, siendo algo que casi todas o todas las personas experimentamos a lo largo de nuestra vida.
Aunque la soledad puede ser también fuente de autoconocimiento personal y facilitar el disfrute de arte, la naturaleza, etc., es en general un fenómeno con consecuencias negativas cuando, como sucede habitualmente, no es algo ni buscado ni deseado. Así, desde un punto de vista psicológico y social, la soledad no deseada en los mayores acarrea una mayor prevalencia de problemas de salud mental, como la depresión y la ansiedad, y un deterioro del bienestar y la satisfacción con la vida. La soledad también contribuye a la invisibilización de los mayores y al refuerzo de la visión negativa de la vejez, que se asocia a carga, dependencia y deterioro. Además de estos aspectos psicológicos y sociales, la soledad no deseada en la vejez afecta a la salud de las personas mayores, ya que repercute en la malnutrición, el menor seguimiento de tratamientos para el control de enfermedades, la agudización de problemas de movilidad y un incremento del riesgo de caídas. La falta de estimulación social que supone la soledad también puede acelerar procesos de deterioro cognitivo y demencia en algunos mayores.
Para poder actuar y prevenir estos problemas que acompañan a la soledad no deseada, resulta crucial saber hasta qué punto los mayores se sienten solos y cuáles son algunos factores asociados a esos sentimientos. Para ello, la Fundación ‘la Caixa’ entrevistó a más de 14.000 personas mayores que acudían a sus centros sociales y de ocio y les preguntó por sus sentimientos de soledad (Yanguas et al., 2020).
En este estudio, del que se presentan los primeros resultados, se evaluó la soledad social (falta de satisfacción con nuestras relaciones sociales, sentimiento de no poder contar con nadie en caso de necesidad, así como falta de apoyo) y la soledad emocional (falta de sentido, abandono y tristeza debido a la ausencia de contactos sociales significativos), además de otras variables como las estrategias de afrontamiento.
1. ¿A cuántas personas mayores afecta la soledad no deseada?
El estudio muestra que la experiencia de soledad es muy frecuente entre las personas que acuden a los centros de mayores. Únicamente el 31,6% de las personas mayores no manifestaban sentimientos de soledad, lo que significa que el restante 68,4% experimentaba soledad en alguna medida. Aunque en su mayoría esos sentimientos de soledad eran moderados, en el 14,8% de las personas que participaron en el estudio, la soledad podía calificarse de grave o muy grave (gráfico 1).
2. Género, estado civil y soledad
Los resultados del estudio indican grados de soledad muy similares entre hombres y mujeres. Así, el 66,2% de los hombres muestran sentimientos de soledad, sentimiento que también está presente en el 69,4% de las mujeres. En términos absolutos, la diferencia de puntuaciones en el cuestionario de soledad era tan solo del 1,6%, puntuando ligeramente más las mujeres.
Las diferencias entre hombres y mujeres sí aparecían, sin embargo, cuando se consideraban las dos dimensiones de la soledad no deseada. Mientras que en los hombres la soledad social era levemente superior a la de las mujeres, estas destacaban por tener mayores puntuaciones en soledad emocional. Es decir, parecía existir una vivencia de la soledad cualitativamente diferente en hombres y mujeres: si en ellos la soledad se expresa especialmente como la percepción de falta de apoyo o como la carencia de amigos, en ellas la soledad no deseada se manifiesta en mayor medida, además de por la carencia de relación de apoyo, por sentimientos de vacío y de abandono, y un acusado «echar de menos» a las personas queridas.
El estado civil influye en los sentimientos de soledad; las personas que viven en pareja manifiestan menores sentimientos de soledad que las solteras, divorciadas o viudas, con diferencias de hasta un 10% (gráfico 3).
Sin embargo, la magnitud de esas diferencias es quizá menor de la esperada, lo que denota que vivir en pareja no es un salvoconducto para vivir sin soledad y al mismo tiempo subraya la existencia de soledades no puramente relacionales en cuanto a la falta de compañía o apoyo, que pueden estar asociadas con cuestiones más existenciales, como la carencia de relaciones significativas, pérdidas, transiciones, etcétera.
También el nivel educativo guarda relación con los sentimientos de soledad, siendo estos mayores entre las personas que poseen un nivel de estudios bajo. En cambio, la relación con la edad es menos clara: si bien la soledad social aparece por igual en personas de todas las edades, la soledad emocional tiende a aumentar entre las personas más mayores de las que participaron en el estudio.
3. ¿Cómo afrontan las personas mayores la soledad?
Las personas que experimentan soledad, como cualquier otra emoción negativa, en general tratan de aplicar estrategias para afrontar esta situación o minimizar los efectos negativos. Es decir, la soledad es un estado que la persona trata de «gestionar» con mayor o menor éxito.
Sin embargo, las estrategias que las personas mayores aplican para abordar y gestionar la soledad minimizando sus consecuencias más negativas pueden ser muy variadas. El estudio realizado destaca tres como las más frecuentes:
• Estilo proactivo: agrupa las estrategias mediante las que las personas tratan de afrontar los sentimientos de soledad dando una respuesta activa, tomando la iniciativa para hacerles frente. La persona pone en marcha estrategias como cambiar sus pensamientos y emociones, aumentar la actividad fuera del hogar, buscar el contacto social, participar en proyectos...
• Estilo pasivo: hace referencia a estrategias que no tratan de cambiar la situación que genera sentimientos de soledad. La persona percibe esas situaciones como poco modificables y opta por aceptarlas tal como son y por resignarse ante la presencia de la soledad, o asumir que es algo propio de la vejez.
• Visión positiva: las personas con una visión positiva de la soledad suelen ser, por lo general, individuos que se sienten bien estando solos, que realizan actividades solitarias que les son gratificantes (leer, escribir, escuchar música, pasear...); es decir, aprovechan las oportunidades que brinda la soledad. Así, la persona que aplica estas estrategias intenta disfrutar la soledad o invertir su tiempo en actividades satisfactorias que no impliquen la compañía de otros.
Entre las personas mayores participantes en el estudio el tipo de afrontamiento más frecuente fue el proactivo (con una media de 6,90 sobre 10 puntos), seguido muy de cerca por la visión positiva (puntuación media de 6,82 sobre 10). Las estrategias menos utilizadas fueron las de estilo pasivo, con una media de 5,18 sobre 10. En otras palabras: las personas mayores en su mayoría luchan por afrontar la soledad y salir de ella, aunque algunas se resignan a su situación.
Sin embargo, los resultados mostraron que el tipo de afrontamiento estaba asociado a la intensidad de los sentimientos de soledad. Así, entre las personas que no se sentían solas en absoluto, el estilo proactivo y la visión positiva dominaban ampliamente sobre el estilo pasivo. Pero a medida que los sentimientos de soledad se intensificaban, el estilo pasivo iba ganando terreno, mientras que el estilo proactivo y, especialmente, la visión positiva eran mucho menos frecuentes. Entre las personas que manifestaban unos niveles de soledad muy graves, el estilo pasivo, resignado, prácticamente igualaba a las estrategias proactivas y superaba a la visión positiva (gráfico 4).
Estos hallazgos abren la puerta a una intervención en soledad a través de la modificación de estrategias de afrontamiento.
4. Conclusiones
Los sentimientos de soledad, evaluados en una muestra de más de 14.000 personas que acuden a los centros de mayores, no son en absoluto infrecuentes: el 68,5% de los participantes los experimentaban en alguna medida. El estado civil (en concreto, no estar casado) y un bajo nivel de estudios agravan estos sentimientos. Asimismo, encontramos ligeras diferencias en función del género: los hombres subrayan la falta de conexiones sociales de calidad y las mujeres poseen una arquitectura de la soledad más compleja: además de la falta de apoyo, enfatizan los sentimientos de abandono y vacío.
Aunque las estrategias proactivas y la visión positiva de la soledad dominan como medidas para abordar estos sentimientos, en los casos de soledad muy grave la resignación y la aceptación pasiva son muy frecuentes. Los resultados no permiten saber, sin embargo, si precisamente la situación de las personas más solas les incapacita para aplicar estrategias proactivas y de visión positiva o si, por el contrario, precisamente la escasa aplicación de esas estrategias y una excesiva actitud resignada es lo que les ha conducido a niveles muy elevados de soledad no deseada. No obstante, se abre una puerta interesante para la intervención a través de la modificación de los estilos de afrontamiento, poco explorada hasta la fecha. Además de ser útil como herramienta para gestionar la soledad, esta intervención podría ser de especial interés como herramienta preventiva, incidiendo en los cambios de las estrategias de afrontamiento, como instrumento para empoderar a las personas en el manejo de su propia soledad.
Por último, es importante destacar que la muestra de participantes se obtuvo de personas que acudían a centros de mayores. Quienes acuden a estos centros (donde se ofrecen proyectos y actividades y, por lo tanto, mayores posibilidades de vinculación social) pueden tener características diferentes de las personas que no aprovechan dichos recursos en dos sentidos antitéticos: por un lado, las personas que acuden tienen más posibilidades de vinculación a proyectos y relaciones sociales, y por lo tanto deberían de experimentar menor soledad que las personas que no acuden; por otro, es posible que las personas que participan en este tipo de centros lo hagan buscando precisamente apoyo y vinculación, por tener una soledad mayor. En cualquier caso, es necesario indagar con mayor profundidad en estas cuestiones.
5. Referencias
BURHOLT, V., B. WINTER, M. AARTSEN, C. CONSTANTINOU, L. DAHLBERG, F. VILLAR, J. DE JONG GIERVELD, S. VAN REGENMORTEL y C. WALDEGRAVE (2020): «A critical review and development of a conceptual model of exclusion from social relations for older people», European Journal of Ageing, 17.
YANGUAS, J., M. PÉREZ-SALANOVA, M.D. PUGA, F. TARAZONA, A. LOSADA, M. MÁRQUEZ, M. PEDROSO y S. PINAZO (2020): El reto de la soledad en las personas mayores, Barcelona: Fundación Bancaria ”la Caixa”.
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