
De los aproximadamente 500 millones de personas que viven actualmente en los países de la Unión Europea, unos 55 millones pertenecen a familias cuya persona de referencia ha nacido en un país distinto al de residencia[1]. El 94% de esta población de origen extranjero reside en alguno de los países de la Europa de los Quince, y el 74% se ubica en los cinco países de mayor acogida: Reino Unido, Alemania, Francia, Italia y España. La mayoría de estas personas han nacido en países que no forman parte de la Unión Europea, aunque existen también flujos migratorios consolidados dentro del territorio comunitario. Por otro lado, Austria, Bélgica, Irlanda y Suecia son países con elevados porcentajes de población de origen extranjero, en torno al 20%.
La tasa de riesgo de pobreza de los inmigrantes que residen en España, un 46%, es claramente superior a la que el mismo grupo registra en el conjunto de la UE-28. De hecho, solo en España y Grecia los valores son superiores al 40%. En comparación con la población autóctona, sin embargo, España no es el país con diferencias más altas: el contraste entre inmigrantes y nativos es aún mayor en países como Suecia, Austria o Bélgica, en los que el riesgo de ser pobre se triplica en el caso de las familias de origen extranjero. De entre los grandes países de inmigración, la brecha de nivel de vida entre inmigrantes y población autóctona es mucho mayor en Francia, Italia o España que en Alemania y Reino Unido, países, estos últimos, con un mayor peso de la inmigración altamente cualificada procedente de países desarrollados.
El empleo es una necesidad básica para todas las familias, y particularmente para los inmigrantes, cuya movilidad está muchas veces asociada a la búsqueda de oportunidades laborales. Aunque en el conjunto de la UE-28 menos del 5% de la población inmigrante vive en hogares con activos en los que todos permanecen en situación de desempleo, el porcentaje se aproxima al 10% en unos pocos países, entre los que se encuentran Grecia, Suecia, España y Finlandia. Suecia y Países Bajos son, por otro lado, los países con mayor brecha entre inmigrantes y nativos en este indicador. En España, en cambio, la diferencia según el lugar de nacimiento no es tan elevada: también para las personas nacidas en España la probabilidad de vivir en un hogar sin empleo es superior al promedio europeo.
Algo similar ocurre con el abandono escolar temprano, un indicador comparativamente muy elevado en España, tanto entre nativos como, especialmente, entre los jóvenes inmigrantes (aunque en este último caso no se puede determinar la posición de España en el ranking europeo debido a la carencia de datos fiables para diez de los veintiocho países). De los países con datos, la brecha máxima se observa en Austria, Grecia y Chipre: en los tres países, los jóvenes de origen extranjero que han abandonado los estudios triplican o más a los de origen nativo en similar situación.
La pobreza laboral es, de nuevo, un ámbito en el que España ocupa una posición desfavorable en el contexto europeo, aunque la situación de los inmigrantes es comparativamente peor que la de los nativos, casi duplicando el promedio europeo. La brecha relativa entre inmigrantes y nativos en este aspecto es en España la cuarta más alta de toda la Unión Europea, solo por detrás de Bélgica, Suecia y Dinamarca, y al mismo nivel que Italia. Esta precariedad reduce las oportunidades de progreso económico y social de los niños criados en familias inmigrantes (casi uno de cada cinco, en la actualidad).
Además de empleo, ingresos dignos y acceso a los servicios públicos básicos, como educación y sanidad, la población inmigrante necesita que existan viviendas accesibles en las que poder instalarse en el país de destino. Las familias de origen extranjero que residen en España enfrentan una situación particularmente difícil en este ámbito: tan solo Grecia registra indicadores de sobrecarga superiores. Es también el indicador, de los entre los cinco elegidos para el análisis internacional, en el que existe mayor distancia entre inmigrantes y población autóctona dentro de España: de hecho, el valor obtenido para las familias nativas es mejor que el promedio europeo.
UN PAÍS NO TAN DISCONFORME CON LA INMIGRACIÓN |
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Pese a la dura crisis económica sufrida, España sigue siendo un país de actitud más bien abierta hacia la inmigración. El último Eurobarómetro especial sobre la cuestión migratoria, realizado en 2017, muestra que las actitudes negativas sobre los inmigrantes tienen menos predicamento en nuestro país, con la salvedad de la idea de que los extranjeros les quitan el trabajo a los españoles. Destaca el hecho de que solo uno de cada cuatro españoles piensa que la inmigración es más bien un problema, frente a cuatro de cada diez europeos. Por otra parte, siete de cada diez españoles consideran que la integración de los inmigrantes es generalmente satisfactoria, un porcentaje solo superado en Irlanda y Portugal. El Eurobarómetro muestra también que España es uno de los países en los que más personas indican tener amigos o conocidos de origen extranjero, un aspecto que revela el grado en que la inmigración como fenómeno ha llegado a normalizarse en un período de tiempo relativamente breve. |
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Necesidades sociales de la población inmigrante
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