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Entrevista

“Hemos subestimado la importancia de las relaciones interpersonales en la educación”

Alan Daly, Catedrático y jefe del Departamento de Estudios sobre Educación, Universidad de California, San Diego.;

El catedrático de Educación Alan Daly responde a cuestiones relacionadas con el papel de las redes sociales en el mundo de la educación. No se refiere a redes como Facebook o twitter, sino a las que se encuentran en los colegios y usan los docentes, con el objetivo de investigar las relaciones que se establecen en los centros.

En su discurso, Daly destaca el concepto de capital social, que se refiere al conocimiento que une a dos individuos o el posible conocimiento que puede unirlos. Hace años que la educación se ha dedicado únicamente al capital humano: que es el que se halla en nuestras propias experiencias, en la formación o en el conocimiento, dejando de lado el capital social. Daly hace hincapié en la idea de establecer una relación con otra persona que tiene diferentes conocimientos con el fin de entender el valor de las relaciones sociales en los colegios. 

 

¿Podría explicarnos qué es una red social en educación y darnos un ejemplo?

Creo que lo primero es definir qué entendemos por red social. Porque cuando la gente oye hablar de redes sociales piensa en cosas como Facebook o Twitter, que son también redes sociales. Pero yo trabajo con las que están, sobre todo, en colegios, con docentes, y lo que me interesa comprender son las relaciones que establecen entre sí. En educación hemos dedicado mucho tiempo a pensar en el capital humano, que está en nuestras propias experiencias, en nuestra formación y nuestro conocimiento y en todo lo que llevamos dentro. Pero hemos pensado poco en el capital social, el conocimiento que une a dos individuos o el posible conocimiento que puede unirlos. Es decir, yo llevo dentro conocimientos y experiencias y el otro lleva los suyos. Si de algún modo podemos establecer una relación, podremos intercambiar ese conocimiento. Y todas esas ideas, esa formación, tienen un verdadero potencial: son capital, tienen valor para los individuos. Entonces, lo primero que hay que comprender es que me interesan las redes porque me interesa el valor de las relaciones sociales. Una red, con los ojos de la imaginación, es un conjunto de puntitos, y cada uno suele ser una persona, unidas por diversas rayas, que representan las relaciones. Esas son las redes que nosotros estudiamos. Y podemos observar diversas redes y diversos tipos de relaciones humanas.

 

¿Por qué son importantes las redes sociales en los procesos de reforma educativa y en las iniciativas de cambio?

Desde hace tiempo, en educación pensamos que el cambio es cuestión de conocimiento. Que con más conocimiento, formación y cualificación habría más cambios y más rendimiento. Y eso nos ha proporcionado mejoras paulatinas, pero no mejoras transformadoras. Y me parece que eso se debe a que hemos infravalorado las interacciones y las relaciones de la gente dentro de los sistemas. En las escuelas o en cualquier organización, el cambio siempre tiene que ver con las personas. Cuando usted y yo colaboramos para darle sentido a algo estamos promoviendo el cambio, y mi interpretación de lo que ocurre cambia al relacionarme con usted. Así que, en mi trabajo, pongo en primer plano la importancia de la interacción social y en segundo plano el conocimiento, aunque en los cambios educativos el conocimiento suele estar en primer plano y las relaciones quedan en segundo plano. No quiero decir que el conocimiento, la información y la formación no importen. Trabajo en una universidad, así que es evidente que me parecen importantes, pero sí creo que seguramente hemos subestimado la importancia de las relaciones interpersonales y la calidad de nuestras relaciones.

 

¿Por qué no basta la implicación de los directores de centros para que triunfen las reformas educativas?

Pensar en quién se implica en las iniciativas de cambio es, en mi opinión, algo realmente importante. Una de las cosas que hemos observado es que hay que adoptar una perspectiva sistémica, es decir, no pensar en las partes pequeñas o dispares de una organización, para promover realmente una gran transformación. Hay que pensar en todo el sistema. Así que, si sólo pensamos en quienes ocupan puestos de responsabilidad, como los directores de centros y otras autoridades similares, creo que se nos escapan muchas de las cosas que pasan en ese sistema, ¿no le parece? Voy a ponerle un ejemplo: a veces entramos en un colegio y observamos esas interacciones sociales de las que hablábamos, y resulta que hay un maestro en el que muchos buscan consejo, conocimiento o información. En cierto modo, esa persona es un líder del sistema, aunque no tenga ningún puesto de responsabilidad oficial como el que puede tener un director de centro. Lo que yo intento es que afloren esos líderes informales. Si sólo nos ocupáramos de los directores, de los puestos de autoridad y líderes oficiales, se nos podrían escapar los líderes más importantes del sistema. Así que, lo que quiero decir es que el liderazgo va más allá de un título o posición oficial: tiene que ver con el conjunto de relaciones que establecemos los unos con los otros, porque tienen muchas repercusiones.

 

¿Es esta la idea en la que se sustenta el liderazgo transformador sobre el que usted ha escrito?

En cierto modo, creo que, si me pregunta por el liderazgo transformador. Últimamente cada vez pienso más en una idea, en la importancia de la confianza. Creo que la confianza es algo esencial para cualquier tipo de liderazgo. La confianza es un concepto muy curioso. El proceso de formación de la confianza es una evaluación de riesgos, ¿verdad? Voy a relacionarme con usted y al compartir algo asumiré el riesgo de que no se burle de mí, de que no se ría de mí, de que no me encuentre ridículo. Puede usted pensar todo eso, pero yo espero que no. Así que, al relacionarme con usted, asumo un riesgo. Y usted también al relacionarse conmigo. Y ese intercambio contribuye a desarrollar confianza mutua. A mí me parece que la confianza es algo esencial para el liderazgo transformador. Si realmente queremos cambiar los sistemas, lo fundamental es la calidad de las relaciones que tenemos con los demás. Y los líderes transformadores tienen capacidad para llevar esas relaciones a otro nivel. Creo al liderazgo transformador también va unida, en mi opinión, la idea de vulnerabilidad. La capacidad que tiene un líder de ser vulnerable, de abrirse a los demás, de indicar su inseguridad, que quizá no esté seguro de cuál es el siguiente paso, me parece que puede ser realmente liberadora para quienes siguen a ese líder. Durante demasiado tiempo hemos creído que el líder deber tener todas las respuestas. De algún modo, yo planteo la idea de que esta vulnerabilidad podría ser la nueva capacidad para los líderes del siglo XXI.

 

¿Qué contribuye a fomentar la confianza en un sistema? ¿Hay algo que puedan hacer los líderes a ese respecto?

Desde luego, los líderes son quienes deben dar un paso trascendental en ese sentido. Porque si crean las condiciones necesarias para que los demás se relacionen y sean vulnerables, habrá más posibilidades de que todo eso ocurra. Si un líder no crea condiciones que permitan el riesgo, la vulnerabilidad o la petición de consejo a los demás, no es probable que la gente se permita esas cosas. Pero hay algo más, ¿verdad? Los colegas deben crear esa sensación de confianza. Se han hecho trabajos muy interesantes, como los de Bryk y otros en Chicago, y nosotros también hemos estudiado la confianza. Una de sus grandes conclusiones es que en los colegios donde hay niveles más altos de confianza, entre los profesores y entre estos y los alumnos, el rendimiento académico es mayor que en aquellos en los que hay menos confianza. Es decir, no hablamos de un plan escolar mágico, sino de la calidad de las relaciones. Y los líderes son fundamentales a la hora de dictar la pauta y las condiciones que rigen esas interacciones. Pero, hay algo más, ¿verdad? Hay que crear las condiciones para que los colegas compartan experiencias.

 

¿Por qué los omnipresentes planes técnicos, incentivos al rendimiento y marcos sancionadores no bastan para aplicar una buena política educativa?

Esa es una cuestión realmente trascendental. Cuando pensamos en políticas y también en la labor del cambio educativo lo más sencillo es pensar en esas soluciones técnicas, ¿verdad? Si tuviera más de esto, si los profesores estuvieran mejor formados, si tuviera más dinero, todo sería perfecto. Pero sabemos que no siempre es así. Veamos las cosas entonces desde el liderazgo y pensemos en cuáles podrían ser los problemas. Pensemos en dos tipos de líderes. Hay líderes técnicos que pueden tener la capacidad de ejecutar esos planes técnicos y directrices, pero también puede haber líderes que se adaptan. Son los que cuestionan lo que se da por sentado, intentan adaptarse al contexto e intentan pensar en las capacidades de relación que se dan dentro de un sistema, ¿verdad? Solemos centrarnos en las cuestiones técnicas porque son fáciles de calibrar y fáciles de afrontar. Pero no siempre nos hacen avanzar. Le voy a poner un ejemplo. Aquí en Europa hay algo estupendo: casi todos los coches tienen palanca de cambios, son manuales. Como en EE UU somos demasiado perezosos, tenemos coches automáticos. Pero imaginemos que estoy en Europa y que no sé conducir bien un coche de cambio manual, así que al final me cargo el embrague. Puedo llevarlo al taller y el mecánico pondrá otro embrague. Yo me iré contento, pero pocos meses después volveré para que me arreglen el coche. El mecánico habrá solventado el problema técnico, la avería, pero sin solucionar el problema de adaptación: el conductor que va dentro del coche. Así que, si no afrontamos el problema de fondo, necesario para el cambio educativo, la necesaria adaptación, probablemente no lleguemos muy lejos. Y mientras las políticas se limiten a este nivel técnico, nunca podremos llegar al siguiente nivel. Además, creo que castigando y abochornando a la gente  tampoco avanzaremos mucho.

 

¿Qué función tienen las redes sociales en el desarrollo profesional de los docentes, en las labores de difusión y de liderazgo?

Me parece que en educación también  nos hemos hecho adictos a las asesorías externas. Ahora creemos que la única forma de promover el cambio es que algún experto externo nos ayude a encontrar la luz y nos conduzca a la Tierra Prometida. A veces eso es muy importante, ¿verdad? Hacen falta expertos y colaboradores externos, y gente que nos ayude a avanzar. Pero también me pregunto… creo que si desarrollamos los sistemas y las estructuras necesarios para que la gente acceda al conocimiento que ya alberga su propio sistema pueden ocurrir cosas asombrosas.  Si usted se presentara en un colegio y preguntara a la mayoría de los profesores quién es el experto en lengua, quién es el experto en ciencias o la Sra. Jones, la del despacho de delante, ¿cuál es su especialidad? Algunos docentes lo sabrían, otros quizá no. No solemos auditar las especialidades de los colegios para celebrar el conocimiento que poseen sus docentes y directivos. Más bien solemos comenzar por buscar fuera. Pero cuando buscamos fuera, la gente deja de sentirse eficaz. Piensa que hay alguien por ahí que le tiene que decir qué hacer y eso erosiona su eficacia. Sentirse eficaz es increíblemente importante. Bandura y otros investigadores han demostrado fehacientemente que la sensación de eficacia de un profesor, la fe en su capacidad de llegar al niño, de enseñarle, explica mejor el rendimiento académico que los factores socio-económicos. Es una idea tremendamente poderosa: que la fe en mi capacidad de llegar al alumno, de enseñarle, es tanto o más importante que lo que ese chaval trae de casa. Después partimos de esa eficacia individual y la situamos en el conjunto del colegio o del propio sistema y desarrollamos esa eficacia colectiva y sistémica que sirve para avanzar. Ese es el tipo de desarrollo profesional que está arraigado en la profesión, y que honra a docentes y educadores de todo el mundo que se esfuerzan por mejorar los resultados de los chavales y de sus familias.

 

¿Qué constituye un entorno escolar innovador y por qué cree usted que debemos trabajar para fomentarlo?

Para empezar, hay que hablar de la idea de innovación. La gente a veces se obsesiona, se obsesiona con la propia innovación. Por ejemplo: ¿Qué es lo que vamos a hacer? Es esencial prestarle atención a eso. Pero resulta que lo que para unos es innovación, para otros es una práctica cotidiana. Es decir, al etiquetar algo, un enfoque, de innovador, quizá no estemos ante una verdadera innovación, puede que en otro sitio ya sea una práctica habitual. Lo que nosotros hemos intentado es activar la propia innovación y centrarnos en el entorno y las condiciones que rodean una organización, un colegio o un distrito y su capacidad para crear un entorno que fomente la innovación. ¿Qué sabemos, entonces, de los entornos donde hay innovación? Para empezar, fomentan la asunción de riesgos; es decir, permiten el fracaso. Algo que a la mayoría de los sistemas no les gusta. Siempre hemos pensado: “Fracasa cuanto antes para poder avanzar”, para poder reformular, adaptar, reinventar y seguir adelante. Pero si los sistemas no crean condiciones para que la gente no tema al fracaso, no habrá innovación.  En segundo lugar, hay que permitir que surjan diversas perspectivas. Muchas veces nos rodeamos de gente que piensa como nosotros y que no nos permite acceder a otras perspectivas y opiniones. Esa es la gran ventaja del trabajo internacional, que te abre los ojos y te ofrece nuevas perspectivas, te permite ver el mundo desde otro punto de vista. Así que lo primordial son los entornos que toleran el riesgo, y después, contemplar diversas perspectivas. En tercer lugar, hay que ser capaces de cuestionar los presupuestos en los que descansa nuestra labor. Hay que estar dispuestos a analizar seriamente lo que hacemos y preguntarnos algo esencial: ¿Por qué lo hacemos? ¿Cuál es la raíz profunda de nuestra labor? ¿Qué explica lo que hacemos? A veces todo eso se nos olvida. Y los sistemas potencialmente innovadores comprenden esas tres cosas y otras aún más profundas.

 

¿Qué pueden hacer los políticos para favorecer una mentalidad que fomente los entornos innovadores?

Permítame desarrollar el tema del entorno innovador y decir cómo pueden los políticos contribuir a crear condiciones generales que favorezcan la colaboración entre docentes, la difusión de sus prácticas y el desarrollo de su profesión: elementos esenciales para el entorno innovador. Se me ocurren varias cosas: primero, debemos dejar de abochornar y culpar a los educadores. Creemos que, si tienen encima la espada de Damocles, si los abochornamos, de alguna forma mejorarán. A mí me parece que ahí vamos muy desencaminados. Con esos métodos habrá mejoras paulatinas, pero nunca llegaremos al siguiente nivel de mejora. Le voy a poner un ejemplo: Cuando los sistemas o las personas se sienten amenazados, yo diría que el organismo se cierra. Se te humedecen los dedos, las manos, y no sabes muy bien si vas a plantar batalla o a salir corriendo. Es decir, cuando los sistemas se sienten amenazados, porque los abochornan, los humillan o los castigan de alguna otra manera, resulta que su reacción es bastante previsible. Suelen parapetarse. Suelen actuar de formas bastante típicas, no innovan, bloquean la comunicación, las decisiones las toman unos pocos. Las organizaciones suelen actuar igual que las personas cuando se ven amenazadas, eso es lo que ocurre en estos casos. Cuando te ves amenazado, lo que ocurre es que piensas que te va a caer una buena y no tomas las mejores decisiones, las más creativas, las más innovadoras, si tienes encima la espada de Damocles. O quieres salir corriendo o quieres plantar batalla. Colgar la espada de Damocles sobre los directores de colegios para que mejoren y después sorprenderse de que no mejoran es algo absolutamente absurdo. La idea es prescindir por completo del miedo. Hay que librarse del miedo, porque el miedo socava la innovación, socava la asunción de riesgos, socava la capacidad para crear relaciones valiosas y profundas, y son precisamente esas relaciones valiosas y profundas las auténticas, las verdaderas, las que aportan confianza. Son las que marcarán la diferencia. Así que, primero, fuera miedos y culpas. Segundo, centrémonos en la cultura y el entorno de las organizaciones. Haciendo realidad todo eso en lo que estamos pensando, sopesándolo e intentando materializarlo. Porque sabemos que el entorno existente y la sensación de la gente en ese entorno son realmente importantes para su productividad. A los pocos minutos, en cuanto entra en un colegio un docente, un investigador, un padre o una madre, percibe el ambiente del centro. Se percibe, ¿verdad? Así son los seres humanos, criaturas sociales que perciben esas cosas. ¿Cómo podemos evaluar mejor, con más atención, el entorno y la cultura de un centro? Si además los calibramos, porque, cuando calibramos, actuamos mejor, la gente prestará atención a algo importante: las aptitudes interpersonales, relacionadas con el entorno, la cultura y la confianza. De hecho, es curioso que si preguntas a los empresarios qué clase de trabajadores esperan de los graduados universitarios, se podría pensar, podríamos pensar que dirán que quieren gente con buenas capacidades técnicas, y en parte sí, pero en realidad lo que quieren es gente que sepa colaborar, que sepa comunicarse, que sepa solucionar problemas complejos, que se salga de los caminos trillados y piense de manera innovadora, diferente. Eso es lo que quieren. Pero si los sistemas recompensan las capacidades técnicas no tendremos a esa clase de gente, y las repercusiones sociales serán enormes.

 

¿Hasta qué punto son útiles los datos sobre redes sociales? ¿Sólo tienen peso académico o sirven para las reformas educativas?

Creo que vivimos en un entorno rico en datos y pobre en información. Hay toneladas de datos, nadamos en un mar de datos, pero no siempre sabemos cómo interpretarlos. Puedo hacer tablas, gráficos preciosos y reunir toda clase de datos y mis colegas también, pero, ¿en qué momento les damos sentido? ¿Cómo los interpretamos? En parte, lo que nosotros venimos haciendo es devolver los datos a los sistemas, sin decirle  a la gente tienes que hacer esto, lo otro o lo de más allá; más bien los guiamos dentro de un proceso, para que lleguen a conclusiones que les resulten útiles. Ofrecemos la oportunidad de que interpreten los datos. Que traten de averiguar qué van a hacer el jueves por la mañana. No basta con dar datos a la gente, lo importante es qué van a hacer con ellos. Se trata de buscar condiciones en las que se pueda actuar teniendo los datos en mente, pero sin sentirse amenazado, dándole sentido a esa información. Y se trata de ofrecer datos realmente útiles, no sólo un montón de cifras y estadísticas que vamos reuniendo, aunque eso también pueda ser útil. Lo primordial es la calidad de lo que ocurre en los sistemas.

 

¿A quién le van a resultar más útiles esos datos, esos análisis? ¿A los docentes y profesionales de los colegios, a los políticos, o a todos ellos?

Creo que debemos empezar a pensar en qué tipos de datos son útiles para cada sector, para qué y en qué condiciones. Podría darse el caso de que algunos fueran realmente útiles para un docente, porque tienen un enfoque más formativo. En muchos centros los alumnos estudian todo el año y después hacen el examen final al terminar el curso, y al año siguiente parten de los resultados del anterior. Esas evaluaciones que cubren todo un ciclo no estoy muy seguro de que sirvan para orientar la instrucción tanto como las evaluaciones formativas. Así que recibir información constante tendrá mucho más que ver con el trabajo cotidiano. Las evaluaciones formativas son mucho más útiles para los docentes. Aunque quizá no para los políticos. Pero el problema es: ¿cómo ayudamos a los políticos a ver la complejidad de los datos? A ver que el mundo no se reduce a frases con gancho,  que nuestra labor es bastante compleja, con muchos matices, y que para avanzar es necesaria una labor constante a lo largo del tiempo. Yo no defiendo ciertos tipos de datos o cierto tipo de enfoque. Lo que defiendo es que se cree y abra un espacio que dé cabida al diálogo. Y ese diálogo puede dar lugar a cosas fantásticas, siempre que no tomemos decisiones precipitadas o malinterpretemos los datos.

 

¿Cree usted que las redes sociales pueden contribuir a un mayor éxito o rendimiento académico?

Creo que sí. Se han hecho algunos estudios a ese respecto y nosotros también lo hemos abordado. Podemos decir, sin necesidad de exponer todos los modelos, que la capacidad de los docentes para cualificarse y también la de contar con ellos, con su cualificación, se ha demostrado que incide en el rendimiento y el éxito académicos,  incluso neutralizando el efecto de muchos otros factores como la asistencia previa a clase o la educación especial. La cuestión es que las redes sociales en las que se desenvuelve un docente son muy determinantes. Le daré un ejemplo: yo di clase en sexto, que es para chavales de 11-12 años, y me encantaba. Me encantaba dar clase y en el fondo creo que sigo queriendo ser maestro. Al entrar en niveles evaluados, me integré en un equipo con otros colegas de sexto curso. Y tuve la suerte de encontrar un grupo estupendo. Eran sensatos y apasionados. Eran excelentes docentes. Así que aprendí mucho con ellos, recibí mucho. Lo cual enriqueció mi experiencia como educador, pero también la experiencia de mis alumnos,  que se beneficiaron de la red social a la que yo pertenecía. Comparemos esa situación con la de un colega que se graduó el mismo año que yo. Daba clase a otro curso de sexto en mi misma ciudad. En su grupo la gente no se hablaba, ni siquiera se caían bien, hacían lo posible por ignorarse mutuamente. Así que él no podía contar con los conocimientos e ideas ajenos que yo sí tuve, porque el azar le llevó a ese centro y a mí me llevó al mío. Así que sus alumnos tampoco podían contar con los conocimientos, la comprensión, la percepción y la pasión que tenían sus colegas. Yo sí tuve todo eso. Pensar que las redes sociales del docente no influyen en los alumnos yo creo que no sólo desvirtúa la investigación, también nuestras intuiciones sobre la forma de trabajar de la gente.

 

¿Cree usted que las redes sociales sirven para ayudar a los alumnos que están marginados o viven en la pobreza?

Yo creo que son enormemente importantes. Pero voy a hacer una importante salvedad. Porque, al pensar en redes sociales, en las relaciones interpersonales, hay que saber que también pueden canalizar elementos negativos. No todo es luminoso, no sólo hay florecillas, porque a veces las redes pueden difundir malas ideas o concepciones sobre el potencial de los alumnos. He estado en sitios en los que la gente no cree que los chavales de entornos pobres puedan llegar al mismo nivel que sus compañeros de mejor nivel socio-económico. Esas ideas también las difunden las redes sociales. Así que la red, en sí misma, no es ni buena ni mala. Mi objetivo es desarrollar relaciones profundas, de gran calidad, y después observar qué es lo que canalizan, permitiendo también fomentar las interacciones sociales que sean de ayuda para los alumnos. Esa sería una descripción matizada. Pero, en general, la idea de que los profesores puedan contar con los demás, me parece realmente importante y muy útil, porque la interacción también puede modular las concepciones. Sobre todo, si tengo un vínculo emocional con alguien o le considero un buen amigo. Le pondré un ejemplo. Yo acudo a un cursillo para docentes y el ponente trasmite una idea estupenda, tiene buenas imágenes en PowerPoint y habla con pasión de lo que quiere trasmitir. En clase estamos usted y yo, que somos muy amigos. Salimos juntos y a mí me ha entusiasmado la idea y le pregunto a usted: “¿qué te ha parecido esta idea?” y usted me contesta: “Bueno, no sé yo…”. Será más difícil que yo acepte la idea, por la relación que tenemos. De hecho, esa relación habrá minado mi capacidad de intentar algo nuevo y diferente. Lo que quiero decir es que debemos ser conscientes de esas redes y, es más, creo que hay que visualizarlas. Nuestras redes… todos esos conjuntos invisibles de relaciones nos influyen de un modo que ni siquiera percibimos. ¿Y cómo las hacemos visibles? Un interesante estudio apunta que esas redes influyen en nuestra felicidad, incluso en nuestro peso. Unos colegas de San Diego están estudiando precisamente esto. Esas redes influyen realmente en nuestra vida, de un modo que ni siquiera nos imaginamos. La cuestión es cómo ayudar a visualizarlas en los colegios, de forma que tengan un impacto positivo. Sobre todo en comunidades empobrecidas o directamente pobres. Y en este sentido quiero ir un paso más allá, porque no creo que se trate sólo de las redes de los colegios, creo que hay que ampliar mucho más el foco. Hay que ocuparse de las redes y los lazos con las comunidades, de las que relacionan a sus miembros. Creo que tenemos que empezar a considerarnos tejedores de redes: que estamos conectando, vinculando esas redes para ayudar a chavales y familias pobres. Porque, al fin y al cabo, si sacamos a los niños, a las familias y las comunidades de la pobreza, es bueno para todos. Es bueno para todos. La cuestión es: cómo hacer eso de una forma profunda y sensata que respete a esas comunidades, viéndolas como activos, no como rémoras. Creo que eso se puede lograr apoyando y alimentando nuestras redes.

 

¿Sirven las redes sociales para ayudar a los estudiantes desfavorecidos a no caer en el desempleo, los trabajos mal pagados y la exclusión social o laboral?

Creo que forman parte de la solución. Enseguida me ocuparé de eso. Pero estamos hablando de problemas sociales grandes y complejos, y, como sociedades, tenemos que mirarnos fija y detenidamente en el espejo y preguntarnos: ¿Estamos realmente listos? ¿Hay un verdadero compromiso? ¿Tenemos la pasión y la voluntad para cambiar verdaderamente las comunidades? A mí me parece que primero hay que responder a eso. Y en el fondo yo creo, seguramente usted también, y la gente que está aquí, yo sé que sí están muy dispuestos. Primero hay que dejar claro ese punto: ¿tenemos la voluntad de promover el cambio? Y después hay que preguntarse: ¿disponemos de capacidades para hacerlo? Una persona, un organismo, una unidad, no son suficientes, pero juntos tenemos muchas más posibilidades. Juntos somos mejores. Entonces hay que preguntarse: cómo creamos lazos de unión, cómo podemos dar peso a las relaciones que formamos, cómo podemos ser conscientes de ellas, cómo podemos crear relaciones auténticas, verdaderas y respetuosas que nos permiten hacer esa labor. ¿Cómo se consigue no duplicar servicios? ¿Y trabajar de manera complementaria? ¿Cómo se prescinde del egocentrismo, para empeñarnos en triunfar todos, no sólo yo? ¿Cómo se crean sistemas interdependientes que mejoren la situación de los chavales y sus familias? Todos ganamos con eso, absolutamente todos. Lo esencial es preguntarse: en el fondo, ¿estamos seguros? ¿O más bien creemos que el mundo es una lucha continua y que se avanza pisando cabezas? La pregunta que nos debemos plantear es: ¿estamos dispuestos a asumir nuestra humanidad y humildad? ¿Y a relacionarnos de manera profunda y sensata, para lograr cambios fundamentales, no sólo en educación, sino en el conjunto de la sociedad?

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