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Entrevista

«La diversidad mejora la ciencia»

Elizabeth Rasekoala, Presidenta de African Gong;

Elizabeth Rasekoala (Nigeria, 1960), ingeniera química, es una de las voces más reconocidas en el mundo por su lucha a favor del empoderamiento de la mujer y de la diversidad, y también contra la crisis climática. Puso en marcha y preside la organización African Gong, una red panafricana que apuesta por el conocimiento científico y tecnológico para la transformación e inclusión social.  Asesora a organismos internacionales como la ONU, la Comisión Europea o la Unesco.  Fue galardonada recientemente con el premio Nat 2019 a la divulgación de la ciencia, otorgado por el Museo de Ciencias Naturales, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña.


 

En Europa tenemos una imagen muy distorsionada de lo que es África: tendemos a verlo como un «país» que exporta personas pobres y desesperadas hacia Europa.

Es gracioso que me plantee esta cuestión, porque muestra que nadie en Europa se pregunta de dónde ha salido toda la riqueza que hay a su alrededor. Y precisamente vino y viene de África. Un ejemplo actual: los vehículos eléctricos que tan de moda comienzan a estar en Europa usan los minerales extraídos en minas del Congo o de Ruanda. Se repite la historia: Europa explota los recursos africanos.

Por otro lado, Europa está llena de talento venido de África que se incorpora a sus equipos, que aportan ideas, conocimiento. Y eso es enriquecedor, poder contar con un grupo heterogéneo, y no solo en cuanto a género, sino también en cuanto a etnia y cultura y manera de ver el mundo. ¡La diversidad mejora la ciencia! Pero que el conocimiento se vaya de África y no vuelva también es un problema. Es una fuga de cerebros en toda regla.

Dicho esto, hay que recordar que África aún está, de hecho, sufriendo la pérdida de potencial y de recursos humanos que supuso la esclavitud. Porque antes del colonialismo empezó el esclavismo, que supuso que durante varios siglos se llevaron a millones de jóvenes. Sin ellos, no podía haber desarrollo ni innovación.


Usted defiende que la calidad democrática de un país está vinculada a la comunicación de la ciencia.

Déjeme que le explique algo sobre mi infancia. Desde muy pequeña mi padre nos transmitió a mí y mis otros cinco hermanos la importancia que tiene la ciencia como herramienta de transformación social. Mi padre, que era un abogado muy implicado en el movimiento de lucha por la independencia de Nigeria, sostenía que la ciencia y la tecnología eran la clave para el avance de las naciones africanas y que la ciencia, además, tenía la obligación moral de transformar la sociedad. Ese es el espíritu en que me imbuí y lo que defiendo. Y para ello, la comunicación de la ciencia es esencial.

En una democracia ideal, es crucial que los ciudadanos tengan acceso a la información más objetiva posible y, en buena medida, acceden a esa información objetiva a través de la alfabetización científica, que les da cierto sentido de la racionalidad, de pensamiento analítico, de causa y efecto.


¿Cómo se conecta la alfabetización científica con la alfabetización social que usted defiende?

En African Gong hablamos de alfabetización social, que es una síntesis de la alfabetización científica y otros tipos de alfabetización, como capas de conocimiento.

Una persona que tiene una alfabetización científica básica es alguien que puede pensar de forma crítica que «A causa B y entonces C». Si un político o un partido político dice «No, primero es C y luego A», esa persona puede cuestionar ese mensaje. Si eres capaz de dotar a los ciudadanos de pensamiento analítico, racional, aumentas la calidad democrática del país. Y ese es el link entre alfabetización científica y social.

Por ejemplo, un mensaje muy extendido ahora en Europa por los partidos de ultraderecha es que los inmigrantes vienen a quitarles el trabajo a los europeos. Y si está calando en la sociedad, es por falta de alfabetización social.  Os están quitando los trabajos, ¿no? ¿Qué trabajos? ¡Ah! Los peores trabajos, los peor pagados, los que tienen peores condiciones, los que no tienen contrato: los que vosotros no queréis. De acuerdo, siguiente pregunta: ¿Quieres tú ese trabajo? ¿No? Pero aseguras que nos quitan el trabajo… Hace falta capacidad de pensamiento analítico.


¿Cómo dotar al ciudadano de ese pensamiento analítico?

Para empezar, hay que intentar que adquiera herramientas de alfabetización científica para que pueda tomar decisiones informadas en sus vidas. Que la ciencia mejore su calidad de vida en global, ya sea ayudándolo a decidir qué votar en las elecciones, o cómo prevenir enfermedades, o cómo lidiar con todo tipo de desafíos. No es que queramos que todos los chavales estudien o se dediquen a las STEM (acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática), pero sí es crucial que toda la sociedad tenga un nivel básico de educación en matemáticas y ciencias.


Pero en Europa, que en teoría cuenta con un buen sistema de educación básico, también comienzan a abundar actitudes en contra de algunas evidencias de la ciencia.

En Europa, cada vez más personas van a la universidad y deciden no vacunar a sus hijos, y ahora hay epidemias de sarampión en Italia y otros países. O enferman de cáncer y escogen tratarse con homeopatía. Puede parecer una paradoja: gente informada que opta por una decisión desinformada. Pero cuando lo analizas un poco más detalladamente, te percatas de que es una prueba de que estamos retrocediendo en términos de la alfabetización básica científica que solíamos tener. La teníamos, ¿eh? Pero la hemos perdido. Y en eso han ayudado las redes sociales y no han ayudado mucho los científicos.


¿Qué quiere decir?

En Occidente, desde los años 70 y 80 ha habido cierto tipo de complacencia entre los científicos. Dejamos de ser combativos, de hacer divulgación, de hablarle a la sociedad de ciencia. Nos relajamos sin darnos cuenta de que en la vida no hay vacantes y si tú no haces alguna cosa, otro va a llegar y ocupar tu plaza. El conocimiento humano no es estático. No pasa nunca que de golpe toda la sociedad se hace culta y ya nos podemos relajar y abandonar las trincheras. De ahí la importancia de que los científicos, los ingenieros, los investigadores comuniquemos de nuevo la ciencia. Pero no desde una postura arrogante y presuntuosa, considerando a la sociedad estúpida, envases vacíos en los que verter conocimiento, como pasó durante mucho tiempo. Porque eso es un error y abre la puerta a las pseudociencias.


Otro de los ejes vertebradores de su lucha personal es la igualdad de género en el ámbito científico. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Pues, para empezar, combatir los estereotipos que inculcamos a nuestras niñas desde muy pequeñas y que les dicen que ellas no pueden hacer ciencia, que les dan a escoger, de alguna manera, entre ser buenas para las matemáticas o ser chicas. Es así como, al socializar, son recompensadas de forma perversa por el sistema. ¿Sabías que Marilyn Monroe tenía un coeficiente intelectual altísimo? Pero toda la vida se hizo pasar por rubia tonta, porque le hicieron creer que solo así llegaría a ser actriz.

Y eso tiene que ver mucho con la crisis de vocaciones STEM entre las mujeres, que son disciplinas que tienen una imagen para nada femenina. Por eso para mí es muy importante que una niña negra en cualquier parte pueda mirarme y pensar: ‘¡Guau! Una ingeniera química puede tener este aspecto’. Tenemos que dar a las chavalas modelos reales, genuinos, que puedan resultarles inspiradores. Solo así lograremos un cambio de paradigma.


Se suele decir que el desarrollo tecnológico y la globalización llevan siempre a la mejora en la calidad de vida, y a la creación de riqueza.

Es una premisa falsa. La ciencia tiene el potencial de transformar las vidas de las personas para bien. Pero como ocurre en cualquier otro ámbito de la vida, ya sean las artes o el cine, el de la ciencia también está abierto a la explotación, a la desigualdad, al abuso. ¡Seamos honestos!

Parte de lo que alimenta la desigualdad y las desventajas es la falta de inclusión. Si hubiera, por ejemplo, igualdad entre géneros, que en todos los laboratorios de investigación, en todos los programas de investigación, hubiera un 50% de hombres y un 50% de mujeres, ¿cree que veríamos algunas de las cosas que se priorizan en investigación?  ¡Por supuesto que no!


¿A qué se refiere?

Cojamos el ejemplo de la inteligencia artificial, donde muchos laboratorios están formados por solo hombres. Si miramos qué se está priorizando, encontramos los robots sexuales. ¿Quién los necesita? ¿En qué contribuye eso a la sociedad? En nada. Es una locura. Lo mismo ocurre en investigación médica. Recientemente, ha habido diversos estudios que han mostrado que en los  ensayos con medicamentos y fármacos solo se utilizan ratas macho, o la mayoría machos y pocas hembras. ¿Qué te dice eso de la potencial eficacia en mujeres? La desigualdad procede de la propia la fuente.

Y luego está quién tiene acceso, quién se lo puede permitir. Si hablamos de acceso a la energía, que es un campo en el que estoy muy implicada: ¿qué están haciendo hasta el momento las personas que viven con dos dólares al día, sin acceso a energía? Están talando árboles para cocinar, para calentarse. Y eso conlleva enormes problemas de deforestación, por no hablar de la contaminación generada por el humo, los problemas de salud respiratoria, etc. ¿Qué hace eso por el medio ambiente? ¿Cómo aplicamos ayudas? ¿Cómo llevamos a esos hogares el avance científico? Nadie habla de ello, toda la investigación científica y los modelos de negocio están ahora centrados en cómo proporcionar acceso a la energía a las personas que sí lo pueden pagar.


Menciona la crisis climática y, de hecho, cada vez son más las voces que advierten sobre ella. ¿Tiene diferentes implicaciones para África y Europa? ¿Qué soluciones propondría?

Está claro que vamos a necesitar más energía, porque Asia, África y Latinoamérica están creciendo, pero no podemos permitirnos seguir con el mismo modelo con la crisis climática en marcha. Desde Europa y Norteamérica miráis la situación con miedo.

Pero creo que para resolver este dilema, necesitamos comenzar con una conversación honesta y seria sobre los conflictos de interés que hay, que son diversos.

Por ejemplo, Occidente ha usado combustibles fósiles para tener un acceso barato a energía y es la base sobre la que se ha desarrollado. ¿Con qué instancia moral suprema le va a decir ahora a los chinos que ellos no lo pueden hacer? ¿Quién va a estar dispuesto a pagar un 30% más en su factura para que los países en desarrollo no usen combustibles fósiles para su desarrollo? ¿Estáis Europa y Norteamérica preparados para dar recursos a esos países para que se desarrollen? Lo que queréis es quedaros el dinero. Pero es que alguien tiene que pagar. Ese es el enigma más grande de todos los tiempos.

No me sorprende que los chavales se hayan cansado y estén saliendo a la calle a manifestarse en defensa del planeta y en contra de la crisis climática. Están cansados de nuestras mentiras y ofuscaciones. Los gobiernos tienen muchas otras prioridades, y piensan a corto plazo, invertir en aquello que les es más rentable en cuanto a votos. Y salvar el planeta no es algo que un empresario ponga en su balance anual: los accionistas quieren dinero, sus dividendos. Así es el mundo en que vivimos.


Después de conversar con usted,  no hay muchas razones para el optimismo

Yo soy muy optimista.


¿Por qué?

Porque el optimismo procede de comprender los procesos y los sistemas. Soy la persona más optimista porque sé por qué estamos donde estamos. Y una vez entiendes eso, puedes intentar hacer algo. El problema radica en cómo movilizar a la sociedad, para pasar de donde estamos a donde las soluciones están. Hasta que no lo consigamos, podemos seguir hablando pero nada cambiará.

 

Entrevista por Cristina Sáez

Fotografías: MCNB/J.M. Llobet

 

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