La capacidad económica de los jóvenes está estrechamente relacionada con su posición en el mercado de trabajo, que es su principal fuente de ingresos. Casi uno de cada cuatro adultos de entre 18 y 29 años viven en hogares que experimentan dificultades para llegar a fin de mes. Este indicador es superior al de la población en general, lo que revela una mayor concentración de jóvenes en aquellos hogares que sufren presión financiera. El porcentaje de jóvenes con dificultades para llegar a fin de mes fue creciendo desde el inicio de la crisis económica. En 2014, el 42,2% de los jóvenes vivían en hogares que no conseguían llegar a fin de mes. En los últimos años, se aprecia una tendencia descendente, con una mejora en 2017 de diez puntos porcentuales respecto al año anterior. Los bajos ingresos laborales de los jóvenes y el desempleo juvenil explican parte de esta incapacidad para cubrir necesidades básicas, aunque el problema se atenúa por la mejor situación de otros miembros del hogar.
La tasa de pobreza consistente para los jóvenes era en 2009 inferior a la registrada para el total de la población. La crisis económica, sin embargo, invirtió este patrón: en 2014, el 13,7% de los jóvenes vivía en hogares con riesgo de pobreza monetaria y privación material, mientras que esta pobreza consistente afectaba al 11,6% de la población total. En parte, este resultado es consecuencia del retraso en la emancipación de los jóvenes, además del aumento de tamaño de los hogares más pobres al aceptar a otros miembros con dificultades económicas (Herrero, Soler y Villar, 2013). En la etapa más reciente, la pobreza consistente ha descendido moderadamente, afectando a uno de cada diez jóvenes en 2018.
El empleo es, sin duda, la dimensión que más retos plantea para el bienestar de los más jóvenes. La falta de oportunidades profesionales al inicio de la vida laboral puede lastrar el progreso económico y social de esta cohorte de edad. En España, la alta tasa de desempleo juvenil es muy preocupante pues, aunque ya se situaba en niveles elevados con anterioridad a la recesión (14,3% en 2008), llegó a crecer hasta un 41% en 2013. La recuperación económica ha revertido esta tendencia, aunque en 2018 todavía casi uno de cada cuatro jóvenes activos entre 20 y 29 años estaba desempleado.
El mercado laboral español se caracteriza por una segmentación estructural entre los mayores de 30 años, que poseen contratos indefinidos, y los jóvenes, caracterizados por una alta temporalidad de sus empleos (García-Pérez y Muñoz-Bullón, 2011). La crisis no solo ha producido un empeoramiento en la tasa de desempleo juvenil, sino que se ha incrementado también su inestabilidad en el empleo. El porcentaje de jóvenes que viven en hogares con todos sus trabajadores con contrato temporal se redujo con la recesión, al producirse un efecto expulsión de los individuos con este tipo de contrato hacia el desempleo. La recuperación ha traído consigo una mejoría del desempleo, pero la incorporación de los jóvenes al trabajo se ha producido, fundamentalmente, a través de contratación temporal. En 2018, el 54,8% de los empleados entre 20 y 29 años tenían un contrato temporal, mientras que este porcentaje desciende hasta el 26,8% para la población total. Sin embargo, la mejor posición laboral de otros miembros del hogar atenúa las diferencias en cuanto a la temporalidad intrafamiliar.
Otro indicio de precariedad laboral en la juventud española es la insuficiencia de sus salarios. El porcentaje de jóvenes con un salario por debajo de 2/3 del salario mediano pasó del 17,6% en 2006 al 22,4% en 2014, reflejando que el mercado de trabajo para los individuos entre 20 y 29 años ofrece empleos de muy poca calidad y en mayor medida que en la población total. Mientras que la incidencia de los salarios bajos para el total de la población no depende de la fase del ciclo económico, para los jóvenes el ciclo económico es clave, por lo que destaca el incremento sostenido de empleados entre 20 y 29 años con salarios bajos desde hace una década. La pobreza laboral de este grupo de edad era inferior a la de la población en general con anterioridad a 2012 pero, desde entonces hasta hoy, el porcentaje de jóvenes ocupados que viven en hogares por debajo del umbral de la pobreza no ha dejado de crecer hasta llegar a un 22,2%. Este resultado muestra cómo los jóvenes se concentran en hogares con escasez de horas de trabajo y empleos de poca calidad que no les permiten salir de la pobreza.