Las previsiones de un aumento significativo en la prevalencia de enfermedades mentales tras la pandemia de la covid-19 se han confirmado en todo el mundo, en particular en lo que se refiere a los problemas de salud mental más frecuentes, como la depresión y la ansiedad.

Algunas de estas consecuencias ya se pusieron de manifiesto durante el primer año tras el estallido del coronavirus; entre ellas, la ansiedad provocada por el miedo al contagio y una preocupación crónica acerca de la covid-19, así como trastornos de salud mental en los profesionales sanitarios que habían vivido situaciones traumáticas trabajando en primera línea. Sin embargo, los principales aumentos de las enfermedades mentales se pronosticaron a medio y a largo plazo como consecuencia de los altos niveles de estrés e incertidumbre sufridos. 

Por otra parte, los problemas preexistentes también pueden empeorar la respuesta de una persona ante una situación social inestable, y los individuos a los que antes de la pandemia se les habían diagnosticado enfermedades de salud mental presentaban un riesgo más elevado de padecer síntomas graves de covid-19 y mortalidad por SARS-CoV-2. 

A la luz de estas consideraciones, los autores llevaron a cabo un amplio estudio sobre población adulta de Cataluña cuyo objetivo era evaluar prospectivamente la salud mental en el período posterior al confinamiento. Las historias clínicas electrónicas de los registros sanitarios públicos anteriores a la pandemia sirvieron como datos de referencia y permitieron efectuar una descripción exhaustiva de los diagnósticos y tratamientos de salud mental previos. 

Tras el primer brote de la covid-19 en Cataluña, declarado en marzo del 2020, se volvió a contactar con los participantes en el estudio y se recabaron datos sobre su estado de salud mental entre los meses de mayo y octubre del 2020. Este conjunto de datos permitió describir la salud mental en la población de Cataluña inmediatamente después del primer brote de la pandemia y del subsiguiente confinamiento, cuya fase más restrictiva duró hasta finales de abril del 2020. En el 2021, se contactó una vez más con los participantes para llevar a cabo su seguimiento. El presente artículo ofrece los resultados de la evaluación realizada dicho año a 7.255 participantes. En el 2023 se está llevando a cabo una tercera ola de evaluaciones.

En el 2021, más del 7% de los participantes en el estudio presentaban síntomas de depresión grave y más del 12%, de ansiedad grave. Los participantes a los que se les había diagnosticado alguna enfermedad de salud mental antes de la pandemia estaban sobrerrepresentados en los grupos de participantes con depresión grave y ansiedad grave, al igual que las mujeres, los participantes de menos de 50 años, los que tenían un bajo nivel educativo y aquellos a los que se les había diagnosticado covid-19. Estos porcentajes eran algo superiores a los del 2020: un 5,9% en el caso de la depresión grave y un 11,8% en el de la ansiedad grave. En Cataluña, la prevalencia pospandémica en la población adulta total fue de 305.207 casos de depresión grave y de 653.229 casos de ansiedad grave.

En el 2021, el 2% de los participantes que en el 2020 habían declarado no sufrir depresión presentaban una depresión grave, mientras que el 12,9% declararon síntomas de depresión moderada. A su vez, el 17% de los que en el 2020 habían declarado síntomas de depresión grave no mostraron indicios de depresión un año después. En torno a la mitad de los participantes que en el 2020 habían sufrido una depresión grave siguieron padeciéndola en el 2021, y más del 85% de quienes no habían sufrido ninguna depresión en el 2020 siguieron sin sufrirla en el 2021. 

Los datos obtenidos para la ansiedad fueron similares. No obstante, el porcentaje de participantes que en el 2020 no sufrieron ansiedad y que en el 2021 siguieron sin sufrirla es inferior respecto a los datos obtenidos para la depresión (76% en el caso de la ansiedad y 85% en el de la depresión). Por otra parte, en torno a la mitad de los que declararon ansiedad grave en el 2020 seguían padeciéndola en el 2021.

Para identificar las experiencias de episodios traumáticos, se utilizó la pregunta de cribado «Desde el inicio de la pandemia en marzo del 2020, ¿ha experimentado usted episodios que considera muy estresantes o traumáticos?». Del total de los participantes, 521 (el 7,2%) respondieron afirmativamente a esta pregunta. Posteriormente, se exploraron los síntomas de trastorno de estrés postraumático (TEPT) en las personas que habían identificado una exposición a un episodio traumático. Más del 30% de estos participantes presentaban síntomas de TEPT relevantes desde un punto de vista clínico; entre otros, un revivir de la experiencia traumática, una modificación de sus pautas de comportamiento para evitar recordar el episodio traumático sufrido, o cambios en sus relaciones y estado de ánimo a raíz de la experiencia vivida. Estos participantes representaban el 2,4% del total. 

Aunque en el 2020 se pusieron en marcha políticas e intervenciones destinadas a mitigar el impacto de la covid-19, todavía se desconoce hasta qué punto resultan eficaces a la hora de determinar dicho impacto en la salud mental. En el estudio, se pidió a los participantes que describieran cómo habían utilizado los servicios de salud mental y evaluaran la calidad de la asistencia recibida. De los 7.255 participantes que conformaban el total de la muestra, 1.151 (el 15,9%) declararon necesitar la ayuda de profesionales de la salud mental desde el inicio de la pandemia. De estos, solamente el 23,9% accedieron a servicios públicos de salud mental, mientras que el 24,8% acudieron a un especialista privado en esta área, y el 51,3% no consultaron a ningún servicio de salud mental. De entre las principales razones por las que no accedieron a ningún servicio de salud mental figuran las siguientes: no saber a quién pedir ayuda (30%), tener miedo de enfrentarse a situaciones pasadas (17%), y tener miedo de contagiarse de SARS-CoV-2 (3,6%). Casi la mitad de los encuestados (47%) citaron otras razones no especificadas. La puntuación media de la calidad de los servicios de salud mental recibidos fue de 6,3sobre 10. 

El estudio COVICAT/CONTENT demuestra que es urgente concienciar sobre las consecuencias que la pandemia y el consiguiente confinamiento han supuesto para la salud mental. Tales consecuencias se pusieron de manifiesto a corto plazo; ahora, se ha comprobado que estos efectos duraron al menos un año e incidieron en múltiples aspectos de la salud mental. Los casos graves requieren asistencia clínica, y el aumento de las tasas de depresión grave, ansiedad y TEPT incrementa la carga de un sistema sanitario de por sí ya desbordado. Los trastornos mentales presentan largos períodos de latencia, por lo que es necesario que las estrategias de preparación ante futuras pandemias tengan en cuenta tanto las respuestas de emergencia que requieran como los efectos que puedan tener sobre la salud mental de la población.