Entrevista
«Nuestros hijos saben manejarse perfectamente en YouTube, pero no tienen ni idea de cómo funciona un aspirador»
José van Dijck es académica, investigadora, divulgadora y profesora universitaria. Su principal área de investigación son los medios de comunicación digitales. Fue decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Ámsterdam y presidenta de la Real Academia Holandesa de Artes y Ciencias. Su obra La Cultura de la Conectividad (2013) es un referente en el campo del estudio de las redes sociales. Ahora publica The Platform Society (2018), una reflexión sobre cómo las grandes plataformas de internet están cambiando todos los sectores de la sociedad.
Una de las claves de su investigación es el cambio de paradigma que supone el paso de la «cultura de la conectividad» a lo que usted denomina «la sociedad de las plataformas». ¿A qué se refiere?
Lo que intentamos argumentar en mi último libro –The Platform Society (2018), escrito en colaboración con Thomas Poell y Martijn de Waal– es que las plataformas explotadas por los cinco gigantes de internet (Google, Amazon, Microsoft, Facebook y Apple) están construyendo una especie de infraestructura online de nuestra vida.
Desde hace más de quince años, pero de manera más relevante en los últimos cinco, estas plataformas han ido adquiriendo un papel crucial en nuestras vidas. Se han infiltrado totalmente en nuestra esfera privada, hasta el punto de que determinan cómo nos comunicamos, cómo compramos e incluso cómo nos comportamos.
Facebook, muy especialmente, está penetrando en todos los aspectos de la vida de nuestras comunidades, tanto desde el punto de vista público como del privado.
Nosotros hemos centrado nuestra investigación en cuatro sectores: la educación, el transporte urbano, la información (las noticias) y la salud. Y la conclusión es que estos cuatro ámbitos de nuestra sociedad han sido completamente colonizados. Por eso hablamos de la «sociedad de las plataformas».
Usted hace hincapié en cómo estas plataformas han cambiado nuestra forma de comunicarnos. ¿Cómo cree que afectan al ámbito de la educación y, especialmente, a los nativos digitales y a su forma de relacionarse?
Si observamos cualquier patio de colegio, los niños siguen comunicándose directamente. Pero ahora han extendido una gran parte de las relaciones con sus amigos al mundo digital. Muchas de sus relaciones informales ocurren a través de redes que usan constantemente, como Instagram o Snapchat, que en edades tempranas ya son más populares que Facebook. La arquitectura de estas plataformas determina las formas de comunicación y comportamiento de los niños y adolescentes.
Muchos niños tienen ahora una identidad digital. Su propia personalidad está basada en gran medida en cómo se comunican a través de las redes. Algunos tienen un videoblog en YouTube a través del cual se comunican a diario con sus seguidores, muchos de los cuales son desconocidos. Se comportan como si estuvieran en un escenario, de acuerdo con esa identidad digital que ellos mismos se han creado.
Lo que no deja de sorprenderme es que jóvenes de 12-14 años tengan una presencia digital tan marcada. Es algo que nosotros no tuvimos. Nos comunicábamos por teléfono o por carta. Por eso es fundamental que los adultos nos esforcemos por entender cómo se relacionan nuestros hijos en este nuevo contexto digital: ¿Qué hacen en las redes? ¿Cómo se presentan en público? ¿Cómo se comportan?
En ese sentido, ¿qué cree que los padres y los profesores pueden hacer para educar a los jóvenes en el manejo de esas nuevas plataformas?
El problema es que muchos padres saben menos sobre el funcionamiento de las redes sociales que sus hijos, incluso que niños muy pequeños, de 8 a 10 años. Muchos de ellos saben manejarse perfectamente en YouTube, pero no tienen ni idea de cómo funciona el aspirador de su casa.
Son muy habilidosos técnicamente, pero aun así desconocen los mecanismos que se esconden detrás de las redes sociales, cuál es su infraestructura y qué hay detrás de estas herramientas. Explicárselo es el trabajo de padres y profesores.
Creo que es muy importante que, en lugar de intentar prohibirles el uso de la tecnología, hagamos un esfuerzo por entender qué es lo que atrae a nuestros hijos de las redes sociales. Y, particularmente, hacerles comprender que detrás de las actividades que realizan online hay contrapartidas; el uso de estas herramientas que tanto les entretienen y les facilitan la vida no está exento de peligros.
¿Cuáles son esas contrapartidas?
Por un lado, está la privacidad, una cuestión de la que los niños no son conscientes. Es tarea de los padres y los profesores explicarles quién puede haber detrás de sus conversaciones o mirando sus videos en YouTube. Los niños deben adquirir un mayor alfabetismo digital para entender qué es lo que estas plataformas consiguen de ellos a cambio de abrirles la ventana a este mundo global que es internet.
Otra cuestión a tener en cuenta es la seguridad, que tiene varias vertientes: por un lado, hay muchos piratas informáticos en la red; y por otro, hay que vigilar la manera en que se comunican e interactúan los menores en la red para prevenir el ciberacoso. Los niños pueden ser muy crueles en sus comentarios a través de Facebook o Twitter.
Finalmente, está el peligro de las adicciones. Y no solo a las plataformas de juego, sino también a sitios como YouTube, que tiene un alto componente adictivo.
En resumen, no tiene sentido prohibirles usar las redes sociales, pero los padres deben educar a sus hijos para que sean conscientes del contexto que rodea el uso de esas plataformas. Deben conocer también sus desventajas, habida cuenta de la cantidad de tiempo que nuestros hijos pasan conectados y que, obviamente, debemos limitar. Hay que explicarles también cómo esas plataformas utilizan su identidad y cómo funcionan desde el punto de vista comercial. Es decir, cómo ganan dinero, porque todas tienen ánimo de lucro.
Otro de los aspectos clave es cómo esas plataformas han alterado la propia estructura de nuestras comunidades y afectado a la cohesión social. Pensemos en el ejemplo de Airbnb, una plataforma que ha contribuido a cambiar los barrios de algunas ciudades europeas, como Barcelona.
Sí, es una locura. Estas plataformas han transformado completamente las dinámicas del turismo. En mi ciudad, Ámsterdam, Airbnb ya acumula una cuarta parte de las opciones de alojamiento. Tenemos una población de alrededor de 800.000 habitantes y recibimos cerca de 21 millones de turistas al año. Airbnb es responsable del 20-21% de ese flujo turístico, por lo que se ha convertido en una fuerza increíblemente potente.
En los últimos años, la ciudad ha tenido que hacer frente a este desarrollo repentino, que es terriblemente difícil de regular. Este es un concepto clave de nuestra investigación: plataformas que surgen de la nada pero que intentan infiltrarse en una sociedad formada por sectores convencionales y que está regulada para afrontar situaciones propias del comercio tradicional.
En Barcelona, la irrupción de estas plataformas se asocia por parte de algunos ciudadanos a un aumento excesivo de los precios del alquiler, lo que ha provocado que los vecinos hayan empezado a organizarse para defenderse ante los cambios que afectan a sus barrios y que el Ayuntamiento haya paralizado la concesión de licencias para pisos turísticos. ¿Es algo que veremos en otros países?
Creo que estos movimientos tienen sentido dentro de una sociedad, porque las ciudades están perdiendo su capacidad de regular donde vive la gente. Este poder empieza a traspasarse a grandes compañías que tienen su sede en Silicon Valley, apenas están reguladas y no pertenecen a ningún país o ciudad, aunque operen allí. Por tanto, no comparten las mismas leyes ni los mismos intereses que tú puedas tener como habitante de Barcelona. Creo que deberíamos ser mucho más conscientes del espacio público que estamos cediendo a esas plataformas.
Es necesario recuperar los valores públicos. Es algo que está comenzando a hacerse en los últimos años. El Ayuntamiento de Ámsterdam ya ha tomado algunas medidas: por ejemplo, ha limitado de 60 a 30 los días que un propietario puede alquilar su apartamento a través de las plataformas online. Y quiere reducirlo a 10 días en las zonas del centro de la ciudad, donde casi todos los alojamientos disponibles pertenecen a Airbnb. Y a cambio, ampliarlo a 60 días o más en las afueras, donde no hay tanta densidad.
Por tanto, se debe negociar con esas plataformas para defender el espacio público y a toda la gente lo usa. Pero primero es necesario determinar cuáles son nuestros valores públicos y qué derechos queremos defender como ciudadanos.
Pero este intento de regular el sector no está libre de críticas, sobre todo en países como España, donde el turismo es un sector muy importante.
Claro, el turismo es una gran fuente de ingresos. Hay ciudadanos que se ganan la vida alquilando su vivienda en Airbnb. Pero esto es una fuente de problemas para otros, que tienen que soportar las consecuencias del turismo de masas o ver que los alquileres crecen de manera exponencial en su barrio. Debemos hacer frente a todas estas consecuencias como comunidad.
Con todos los respetos, Airbnb es una plataforma excelente en lo que hace, pero no está regulada. No tiene interés en los ciudadanos. Solo le interesan los beneficios, como al resto de las plataformas. Y justamente es esa negociación de los valores públicos lo que más me interesa. ¿Cómo hemos permitido que estas plataformas se instalen en nuestra sociedad sin plantearnos qué es lo que necesitamos proteger como ciudadanos en cuanto valores públicos de una sociedad democrática?
Las mesas de negociación tendrán que incluir representantes de todos los grupos de interés, sin los cuales esas empresas no pueden operar…
Cada situación es distinta. Existen varios niveles de negociación y cada uno de ellos es importante. Debemos pensar en instituciones como las escuelas, por ejemplo. Las escuelas deben negociar de qué manera permiten que las plataformas entren en el sistema educativo. Desde las instituciones hay que decidir si permitimos o no que Google entre en las aulas ¿Queremos que los alumnos usen servicios como Google Docs? Es una decisión importante porque entran en juego cuestiones como la privacidad.
Luego está el nivel local: ciudades como Barcelona o Ámsterdam deben negociar directamente con plataformas como Uber o Airbnb.
Después viene el nivel nacional. Los países están obligados a negociar constantemente con esas plataformas porque actúan como proveedores de parte de la infraestructura nacional. Pensemos en los sistemas nacionales de radiodifusión, por ejemplo. Los canales de televisión públicos antes estaban limitados a la esfera nacional o regional; ahora Google, Facebook, Youtube y otras plataformas se han ido apropiando también de ese espacio público.
Y a nivel internacional o supranacional, Europa tiene que ejercer un papel muy importante. Europa debería crear un contrapoder para plantar cara a ese poder global que proviene de Silicon Valley.
Ya se ha hecho algo así con el Reglamento Europeo de Protección de Datos. Primero se intentó regular la protección de datos desde un punto de vista únicamente nacional, pero nos encontramos ante una amalgama de políticas de privacidad nacionales, por lo que tenía más sentido una normativa europea común como la que acaba de entrar en vigor este año.
Así pues, desde cada uno de esos niveles debemos ver cómo podemos negociar con esas plataformas.
¿Cree que los responsables políticos y legislativos tienen en cuenta las recomendaciones que llegan desde las instituciones académicas o universidades como la suya?
Cada vez más. Hasta 2016 no se había reflexionado realmente sobre el tema. Pero 2017 fue el año del cambio, en especial a raíz del escándalo que supuso la responsabilidad de Facebook en la filtración de datos que supuestamente afectó al resultado de las elecciones en Estados Unidos. Me temo que a partir de entonces a nuestros responsables políticos les entró un poco de pánico. Se han dado cuenta de que esas plataformas están cambiando el propio tejido de nuestra democracia.
A lo largo de los últimos meses, responsables de distintas áreas de la Administración han comenzado a pedirme ayuda y consejo: ¿Cómo podemos negociar con las plataformas? ¿Cómo podemos hacer que los valores públicos sean prioritarios? ¿Cómo podemos ofrecer diferentes soluciones? Estas preguntas son cada vez más frecuentes. Así que soy optimista y creo que los gobiernos y los reguladores se están dando cuenta de la necesidad de negociar con estas plataformas.
Por último, ¿cree que esta evolución hacia la «sociedad de las plataformas» ha contribuido a ampliar o a reducir la brecha digital, especialmente si pensamos en personas en riesgo de exclusión social que a menudo no tienen acceso a las nuevas tecnologías o no entienden su uso?
La brecha digital se está ampliando a causa del poder que están acumulando las cinco grandes compañías. Además, es una brecha que aumenta a distintos niveles. Por un lado, las desigualdades son más grandes entre la gente que usa las nuevas tecnologías y quienes no tienen acceso a ellas.
Pero también está surgiendo una brecha tecnológica. Estas plataformas son cada vez más sofisticadas. Cada vez es más difícil entender cómo funcionan, porque se introducen tecnologías como la inteligencia artificial, complejos algoritmos, etcétera. Son sistemas extremadamente complicados. Conocer cómo funcionan solo está al alcance de unas pocas personas muy bien informadas y con unas habilidades tecnológicas especiales.
Entender los algoritmos de Facebook o de Google, que básicamente definen las noticias que te llegan, se ha convertido en una especie de privilegio en nuestra sociedad. Esta gran brecha de conocimiento entre la gente que tiene el poder de distribuir los contenidos –y de definir qué vamos a ver en primer lugar o qué no vamos a ver en ningún caso– y el resto de la gente, que simplemente están en la posición de aceptar lo que ven, me parece muy preocupante.
De ahí que nos cuelen tantas noticias falsas…
El debate sobre el hate speech (el discurso del odio) y las fake news (noticias falsas) es extremadamente importante. Las noticias falsas no son simplemente algo creado en alguna parte y que vemos por casualidad. Es todo un entramado de distribución dirigido que decide qué nos llega y qué no. Esta clase de poder lo maneja un puñado de grandes plataformas cuyo funcionamiento es cada vez más difícil de comprender.
En definitiva, hay una brecha de conocimiento que comporta una brecha de poder. Y esto es algo que definitivamente tenemos que abordar.
The Platform Society. Public Values in a Connective World
José van Dijck, Thomas Poell, and Martijn de Waal
Oxford University Press (2018)
Entrevista por Juan Manuel García Campos