Entrevista
“Para reducir las desigualdades, hay que intervenir más en la educación infantil”
Universidad de Columbia;
Conversamos con Jane Waldfogel sobre su nuevo libro Too many children left behind (Demasiados niños se quedan rezagados), en el que se plantea si el sueño americano existe realmente. Los autores del libro analizan datos educativos de Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Australia, intentando dar respuesta a tres preguntas: ¿Cuál es la brecha de rendimiento escolar en Estados Unidos? ¿En qué momento del ciclo educativo comienza a apreciarse esa brecha? ¿Qué puede aprender Estados Unidos de otros países?
¿Qué les llevó a usted y a los demás autores del libro a analizar estas cuestiones?
Hacía tiempo que veníamos examinando las enormes diferencias de rendimiento escolar que se observan en la primera infancia. Habíamos detectado las diferencias que afectan a la madurez para el aprendizaje y también sabíamos, por estudios publicados como el informe PISA, que entre los adolescentes y los adultos también se dan enormes desigualdades. Lo que no sabíamos es la relación entre las diferencias de rendimiento observadas en la población infantil y las de los adolescentes o los adultos. ¿Acaso el punto de partida no es el mismo para los niños que inician el ciclo escolar y la brecha de rendimiento va agrandándose posteriormente? Sería bastante razonable esperar que fuera así. ¿O es que la desigualdad ya está presente antes de que los niños lleguen al colegio? Hasta ahora no se había respondido a esta pregunta y creíamos estar bien encaminados para comenzar a responderla.
¿Cuál es la metodología que han seguido en su investigación?
Lo que queríamos era detectar cuáles de las desigualdades iniciales que hay entre los niños se perpetúan durante el ciclo escolar, y para ello había que seleccionar la misma muestra de niños y hacerles un seguimiento a lo largo del tiempo.
Decidimos utilizar la educación de los progenitores porque es el indicador más fácil de comparar entre los distintos países y porque el nivel educativo del progenitor define bastante bien la posición social y los recursos familiares.
La elección de Estados Unidos, el ReinoUnido, Canadá y Australia no es casual pues pone en común países similares. Pensamos que era una comparación adecuada por lo mucho que se asemejan sus estados de bienestar, mercados de trabajo y pautas culturales.
Una de las conclusiones más sorprendentes del libro es que entre el 60 y el 70% de la brecha en rendimiento escolar que separa a los niños estadounidenses de distintos orígenes sociales a los 14 años está ya presente cuando estos niños comienzan la escuela. ¿Se esperaban este resultado?
Si me hubiera preguntado antes de iniciar el proyecto, le habría dicho que lo que esperaba es que aproximadamente la mitad de la diferencia de rendimiento entre los estudiantes se apreciara ya al iniciar el ciclo educativo, y que la otra mitad se desarrollara durante los años de escolarización. Pero, como usted ha señalado, no es así, puesto que entre el 60 y el 70% de esa brecha ya se observa nada más iniciarse la escolarización. Esto tiene repercusiones muy importantes en las políticas que combaten esas enormes diferencias.
Queremos que las escuelas asuman su responsabilidad y esperamos que reduzcan las desigualdades desempeñando correctamente su labor, pero, para que realmente tengan oportunidades de éxito, es preciso intervenir más en la educación infantil. No obstante, como ya antes de entrar en el colegio la brecha entre los hijos de familias sin estudios y los de familias con estudios es enorme, no se puede echar toda la culpa a los colegios estadounidenses.
¿Qué políticas se necesitan para atenuar las enormes diferencias de rendimiento que presentan los niños al entrar en la escuela?
Hay un conjunto de políticas que aspiran a fomentar el aprendizaje temprano: son los denominados programas para padres y los de preescolarización universal, cuya eficacia se ha demostrado. Este enfoque es importante porque en Estados Unidos todavía no tenemos un sistema de preescolar universal: estamos intentando crearlo en el segundo ciclo de educación infantil (entre 3 y 5 años), al que ahora asisten menos del 30% de los niños, pero somos de los pocos países avanzados que todavía no tienen este sistema, así que sigue siendo una asignatura pendiente para nosotros.
Además, si las familias tienen problemas económicos crónicos, éstos influirán en la concentración de los niños y en su capacidad para rendir adecuadamente en la escuela.
Aunque gran parte de las diferencias de rendimiento se deban a desigualdades anteriores a la entrada en la escuela, una parte considerable –entre el 30 y el 40%– de esa brecha surge durante la escolarización. ¿Se podría decir que la escuela genera desigualdades?
Los mismos factores familiares que generan desigualdad en la primera infancia también pueden perpetuarla durante los años de escuela.
Pero también hay que fijarse en el papel de los centros. Hemos descubierto que, en la mayoría de los países desarrollados, a los niños con más necesidades se les adjudican los profesores más capaces, los que tienen más experiencia. Pero en Estados Unidos no es así. También hemos visto que, por lo general, la cualificación de nuestros docentes deja bastante que desear.
En el Reino Unido, Canadá y Australia, el salario de los profesores equivale por término medio al 100%, el 95% y el 102%, respectivamente, del que reciben otros licenciados universitarios, mientras que en Estados Unidos se sitúa en torno al 67% de lo que ganan otros profesionales con formación superior.
¿Por qué parece que en Estados Unidos se tienen menos expectativas que en otros países sobre el rendimiento de los alumnos?
Creo que en muchos países se separa a los niños según sus capacidades, lo que demuestra que se tienen diferentes expectativas a ese respecto y se cree que cada niño alcanzará niveles distintos. En todos los países se han seguido estrategias de este tipo, pero me parece que ahora muchos de ellos están avanzando hacia un modelo más inclusivo, más integrador. En este sentido, Finlandia es realmente ejemplar. No solo sus profesores tienen una cualificación y una excelente formación, sino que aspiran a que todos los niños aprendan con los mismos materiales, independientemente de su capacidad inicial, y se asume que algunos necesitarán más ayuda que otros.
Me parece que en Estados Unidos tendemos a clasificar las cosas, a clasificar a los niños teniendo en cuenta cuáles pueden alcanzar el nivel máximo en matemáticas y cuáles deben quedarse en un nivel inferior. Por lo tanto, se está condenando a ciertos niños a tener un menor rendimiento.
En el libro se habla de la «carrera de armamentos» en la que se ha convertido la obsesión de los padres por invertir en actividades extraescolares. ¿A qué se refieren exactamente?
Otra cosa que no sabía antes de comenzar esta investigación es hasta qué punto éste es un fenómeno estadounidense. En Estados Unidos hemos asistido a un aumento de la desigualdad económica y social; los progenitores están más preocupados que antes por el futuro de sus hijos, y su capacidad para invertir en ellos también se ha vuelto más desigual. Cuando se conjugan todos estos elementos se termina convirtiendo la inversión en los hijos en una especie de «carrera armamentista». Antes, el gasto de los padres en educación infantil, en libros y en jugueteso en actividades extraescolares no variaba mucho según la posición socioeconómica, pero ahora esas inversiones están creando una brecha cada vez mayor. Y esto explica en gran medida por qué los niños llegan a la escuela con un bagaje mucho más desigual.
¿Qué soluciones políticas deberían aplicarse en las escuelas para reducir esta brecha?
Como una parte considerable de la desigualdad surge durante los años de escuela, también examinamos ciertas políticas centradas en esos años. Se debería homogeneizar más el currículum, algo que contribuiría a fomentar expectativas más uniformes para todos los niños.
Ya hemos hablado de la necesidad de mejorar la calidad de los docentes: es decir, de contratar y conservar a los mejores, de ofrecer a los alumnos una atención más individualizada, de incrementar las expectativas respecto a ciertos niños. Hay mucho por hacer.
Entre los países analizados, Canadá destaca por destinar más recursos a los niños, por la menor desigualdad entre los alumnos y también por la mejor formación de los progenitores. ¿Qué tiene Canadá de especial?
Canadá ha sido una gran sorpresa en este estudio. Sabíamos que sus niveles de rendimiento escolar eran muy elevados y los de equidad relativamente altos, pero no éramos conscientes de lo diferente que es culturalmente de los demás países. Sus padres y madres son los más formados e, independientemente del nivel de formación, todos parecen tener mucho interés en la educación. En el libro hay un gráfico asombroso que demuestra que en Canadá los progenitores menos formados, los que solo han terminado la educación secundaria o ni siquiera ésta, leen tanto a sus hijos como los estadounidenses con formación universitaria.
En el libro se indica que en Estados Unidos los niños de familias con una posición socioeconómica baja no están desarrollando todo su potencial y que parte de su talento se está desperdiciando. ¿Qué consecuencias económicas se derivan de estas deficiencias educativas?
Es muy preocupante que esos niños no solo abandonen la escuela con un aprendizaje y rendimiento inferior, sino que este déficit influirá en su bienestar y en su aportación a la sociedad durante toda la vida. En realidad nos estamos condenando permanentemente a la desigualdad y a un rendimiento escolar bajo, porque está claro que esos niños serán los padres de la siguiente generación. Es por esto por lo que combatir las desigualdades en la actual generación infantil sería tan potencialmente beneficioso, porque no solo ayudaríamos a esos niños, sino también a toda la sociedad, ya que así tendríamos trabajadores más productivos y mejor cualificados, y también una nueva generación de padres y madres mejor preparados.
¿Qué lecciones deberían extraer los responsables políticos de este libro?
En Estados Unidos, y también en los demás países, se están quedando rezagados demasiados niños. Y esto no tiene por qué ser así; se pueden tomar medidas que fomenten rendimientos más equitativos: políticas de apoyo a la educación infantil, para complementar los ingresos de las familias de nivel socioeconómico inferior y para mejorar la calidad de la enseñanza y del aprendizaje en las escuelas.
Entrevista por Sara Jerving