Un círculo vicioso difícil de romper
Universidad de Oviedo
La crisis económica ha tenido un fuerte impacto en los jóvenes menores de 30 años. Así, ha reducido sus tasas de empleo, a la vez que aumentaban las de desempleo e inactividad, situación que incluye a las personas que no trabajan ni buscan activamente empleo. La destrucción de empleo ha afectado principalmente a los jóvenes con bajo nivel educativo, lo que puede conducir a la exclusión no solo laboral, sino también social.
1. Introducción
Uno de los efectos más graves de la gran recesión ha sido el incremento del desempleo juvenil. La destrucción de empleo fue considerable en toda Europa, pero en España ha sido especialmente intensa y ha afectado en mayor medida a los jóvenes: la tasa de paro juvenil ha llegado a superar el 50%. También hemos asistido a la extensión del término, en nuestra opinión indeseado, “ni-ni” (neet, en inglés: not in education, employment or training) para categorizar a los jóvenes que no estudian ni trabajan. En general, se ha tendido a etiquetar a los jóvenes, asumiendo que muchos de ellos, ante las dificultades para encontrar un trabajo, “no hacían nada”. Quizá, bajo estas etiquetas, hay una tendencia a reducir el problema a una cuestión de edad a pesar de que la realidad es mucho más compleja. Porque a pesar de la amplia evidencia sobre la importancia de la educación para el acceso al empleo, se sigue hablando del desempleo juvenil como si fuera un concepto homogéneo, sin tener en cuenta que los problemas de inserción laboral de los jóvenes son muy diferentes. En particular, los jóvenes con bajo nivel de cualificación tienen un problema tanto de desempleo como de inactividad.
El análisis del desempleo nos ofrece un panorama parcial de la situación laboral juvenil porque, además de empleo y desempleo, hay una tercera situación: la inactividad, que en el caso de los jóvenes es muy relevante, puesto que están en una etapa vital en la que los estudios suelen ocupar un gran porcentaje del tiempo. Es necesario, pues, el análisis del desempleo y la inactividad y la composición de los grupos de personas que se encuentran en estas situaciones. Dicho análisis es clave para diseñar políticas con las que poder resolver ambos problemas (Elder, 2015). Por ello, nuestro objetivo aquí es analizar tanto el empleo como la inactividad de los jóvenes, mostrando la diversidad de situaciones en las que se pueden encontrar. Para ello, se realizará una explotación de los microdatos de la Encuesta de Población Activa (EPA).
2. El empleo de los jóvenes
Con anterioridad al inicio de la crisis, las personas menores de 30 años en España presentaban tasas de empleo superiores al 50% (55,7% en 2007), mayores que la media de la Unión Europea (50,7%) y muy similares a las de países como Alemania o Suecia. En cambio, en 2015, la tasa de empleo de las personas menores de 30 años es del 33,7%, más de veinte puntos inferior a la registrada ocho años antes y casi quince puntos inferior a la media comunitaria (47,2%). Como se observa en el gráfico 1, España es el país de la Unión Europea en el que se ha producido una mayor reducción del empleo juvenil, solo comparable a la experimentada en Italia, Grecia, Irlanda y Chipre.
Pero no todos los jóvenes se han visto igualmente afectados por la pérdida de empleo, ya que el efecto de la destrucción de empleo es muy diferente según el nivel de estudios de la persona. Como señala Requena (2016), la educación protege del desempleo en todas las fases del ciclo económico y en todas las edades. Así, el paro afecta en mayor medida a los individuos con un menor nivel de cualificación en general, y durante las recesiones en particular.
En el gráfico 2 se muestran las tasas de empleo por grupos de edad en distintos momentos del tiempo: antes de la crisis (2007), durante la crisis (2012) y en el último año para el que disponemos de datos, en el que estamos en una fase de recuperación (2016). Cada gráfico corresponde a un nivel educativo y cada línea a un año. Así, tenemos información de las diferencias en las tasas de empleo para cada grupo de edad y, además, la distancia vertical entre las líneas nos aporta datos sobre la pérdida de empleo que ha sufrido cada colectivo.
Por ejemplo, en el gráfico correspondiente a las personas con estudios primarios o menos, observamos que las tasas son muy bajas para los más jóvenes (por debajo del 30% en 2007), alcanzan su máximo entre los 20 y los 49 años (por encima del 60%) y se reducen a partir de dicha edad. En definitiva, la curva tiene una forma de u invertida, similar en todos los niveles educativos, que muestra el proceso de inserción laboral durante la juventud y el de transición a la jubilación a partir de los 50 años.
El papel de defensa de la educación se puede observar de dos maneras. En primer lugar, las tasas de empleo para cualquier tramo de edad son mayores en las personas con niveles educativos superiores. Tanto en los momentos de expansión como en los de crisis, las personas con niveles de cualificación bajos no alcanzan una tasa de empleo del 60%, mientras que quienes tienen estudios superiores llegan al 90%.
En segundo lugar, si nos fijamos en la distancia entre las líneas correspondientes a 2007 y 2012 (o 2016), se observa que la brecha es mayor para los niveles educativos más bajos y para los grupos de edad más jóvenes. Efectivamente, la crisis ha afectado más a la juventud pero, sobre todo, a los grupos menos cualificados. Así, para quienes tienen estudios primarios o menos, la tasa de empleo de los menores de 30 años se ha reducido entre 25 y 30 puntos. La disminución es de unos 20 puntos para quienes tienen estudios secundarios (obligatorios, con orientación general o profesional). En cambio, el impacto es mucho menor entre quienes tienen estudios superiores, aunque la tasa de empleo ha caído sustancialmente.
En definitiva, la gran crisis ha afectado a los jóvenes en un momento clave de su trayectoria laboral: la transición de la educación al empleo, lo que puede tener extensas repercusiones, en el sentido de no alcanzar las tasas de empleo de generaciones precedentes. El proceso de inserción laboral es difícil y se ha demostrado que acceder al mercado de trabajo en un entorno de crisis tiene consecuencias a largo plazo (por ejemplo, Oreopoulos et al., 2012; o Brunner y Kuhn, 2014).
Todos los jóvenes tienen bajas tasas de empleo antes de los 20 años, tanto los de bajo nivel educativo como los de medio y alto. La diferencia está en que, en la etapa adulta, las personas que alcanzan un nivel de cualificación medio y alto presentan tasas de ocupación que llegan a niveles cercanos al 90% en los momentos centrales de la vida. En cambio, las personas con bajos niveles de cualificación apenas consiguen el 60%. Este hecho no está vinculado a la crisis, sino que es un fenómeno arraigado, hasta el punto de que, desde mediados de los ochenta, la ocupación de las personas con baja cualificación –en especial, los varones– se ha reducido (Garrido, 2010). La cuestión está en que el grupo de jóvenes con bajo nivel de cualificación aún es sustancial (el 7,2% de los jóvenes entre 16 y 29 años tienen estudios primarios o menos y el 35,5% educación secundaria obligatoria) y, vista la trayectoria de generaciones precedentes, podemos señalar que sus tasas de empleo serán bajas y su situación laboral no será buena, lo que tiene consecuencias en cuanto a la probabilidad de riesgo de pobreza y exclusión.
3. Inactividad en la etapa de juventud
La situación de inactividad incluye a quienes no están ocupados ni desempleados. Son, por tanto, personas que no participan en el mercado del trabajo, pero cuyas razones para este comportamiento pueden ser muy distintas. Además, en el caso de la juventud, hay una razón muy relevante como es ser estudiante, que conviene analizar separadamente.
Los datos del gráfico 3 que sigue nos muestran que con el inicio de la crisis económica se ha producido un incremento considerable de la inactividad. Si en 2008 eran inactivos el 32,5% de los jóvenes menores de 30 años, desde dicho año se registra una tendencia ascendente que sitúa la inactividad en el 44,5% en 2016. La causa principal de esta tendencia es que muchos jóvenes han decidido continuar estudios y, por ello, ambos gráficos presentan trayectorias similares.
En concreto, el incremento de la inactividad se debe fundamentalmente a la trayectoria de los grupos con niveles educativos medios y bajos: quienes tienen niveles secundarios (orientación general, es decir, bachiller; o profesional, es decir, formación profesional) presentan una mayor propensión a continuar estudios. La crisis económica provoca un cambio radical en la situación de estos jóvenes, que durante la etapa expansiva encontraban trabajo con facilidad aunque tuvieran poca cualificación. Así, la vuelta a la formación reglada se revela como una forma de mejorar sus probabilidades de integración laboral cuando el empleo vuelva a crecer. Si en 2006 eran inactivos el 36% de los jóvenes con Educación Secundaria Obligatoria (estudios secundarios primera etapa), en 2016 llegaron al 51,8%. Por su parte, la inactividad por cursar estudios suponía un 23,5% en 2006, llegando al 43,9% en 2016. Es decir, la inactividad aumenta, fundamentalmente, por seguir estudiando.
En definitiva, la principal razón para no buscar empleo es estar cursando estudios. Pero además de esta razón, hay otras que también son relevantes, sobre todo porque su distribución no es homogénea según el nivel de estudios y sexo. En el gráfico 4 se muestra la distribución porcentual de las razones por las que los jóvenes inactivos menores de 30 años no buscan empleo. Quienes tienen estudios primarios presentan una distribución claramente diferente. Así, la enfermedad o incapacidad propia es la razón para no buscar empleo de un 28,5% de los varones y de un 17,2% de las mujeres de este grupo.
Además, entre las mujeres, el cuidado de dependientes aparece como una causa relevante en todos los niveles educativos y, especialmente, entre quienes tienen estudios primarios o menos o estudios secundarios con orientación profesional. Si a esta razón añadimos las responsabilidades familiares o personales, tenemos que el 35,8% de las jóvenes con estudios primarios o menos no buscan empleo por esta causa. Este comportamiento también se da en otros países de Europa (Maguire, 2015), pero se necesita más información para entender la conducta de este grupo de jóvenes.
4. La situación laboral de los jóvenes
Para finalizar, en los gráficos que siguen se muestra la situación laboral de los jóvenes, teniendo en cuenta el empleo, el desempleo y las razones para la inactividad, y mostrando esta información por niveles educativos. Respecto al total de menores de 30 años (gráfico 5), casi la mitad son inactivos, siendo la razón principal continuar estudios. De hecho, el porcentaje de estudiantes es muy similar al de ocupados (36,7% y 37%, respectivamente). Los desempleados suponen un 18,5% del total de los jóvenes, porcentaje que no equivale a la tasa de paro, puesto que esta se calcula dividiendo el número de parados por la población activa (parados y ocupados), sin tener en cuenta la inactividad. Es decir, la gran mayoría de los jóvenes están “haciendo algo”, ya sea trabajar, estudiar o buscar empleo.
Por grupos educativos observamos diferencias interesantes. Por ejemplo, la proporción de ocupados entre los jóvenes con estudios primarios es superior a la de quienes han obtenido el título de bachiller (secundaria, orientación general). La razón principal es la elevada proporción de bachilleres que siguen estudiando (un 62,7%). Así, la menor ocupación de los jóvenes con estudios secundarios, orientación general, se debe a que la mayor parte de ellos han accedido a la universidad o a ciclos formativos de grado superior tras acabar el bachillerato. También entre quienes tienen un nivel educativo correspondiente a la primera etapa de la educación secundaria (ESO), la proporción de estudiantes es elevada (un 43,9%).
En cambio, los estudiantes representan solo el 20% de los jóvenes menores de 30 años con estudios primarios o menos. Además, es en este grupo en el que las razones de la inactividad no vinculadas a la formación son más relevantes. El 24% de los jóvenes inactivos de este grupo lo son por otras razones, cuando en el resto de los grupos dichas razones no llegan al 10%.
Si seleccionamos a los jóvenes entre 25 y 29 años (gráfico 5) grupo en el que es más probable que la etapa de estudiante haya terminado, observamos que el panorama cambia respecto al gráfico anterior. Así, existe una relación claramente positiva entre el porcentaje de ocupados y el nivel de estudios: en torno al 70% de los jóvenes con estudios superiores están empleados, mientras que quienes tienen educación secundaria presentan proporciones inferiores al 70% y quienes solo tienen estudios primarios no llegan al 50%.
Asimismo, la proporción de desempleados entre los jóvenes de 25 a 29 años tiene una relación negativa con el nivel educativo. Son el 30,2% de quienes tienen estudios primarios, en torno al 20% de quienes tienen estudios secundarios y el 12% entre los universitarios.
Probablemente el dato más llamativo es el relacionado con la inactividad. Entre los jóvenes con niveles educativos medios y altos, no llega al 10%. En cambio, están inactivos el 26% de los jóvenes con estudios primarios. La relación entre inactividad y nivel de estudios es clara. Cuanto menor es el nivel educativo, mayor es la situación de inactividad. Debemos tener en cuenta además que esto no es algo que se solucione con el tiempo, puesto que en el gráfico 2 hemos visto que las bajas tasas de empleo de las personas con nivel de estudios bajo corresponden tanto a los jóvenes como a los mayores.
5. Mirando hacia el futuro
El desempleo juvenil es, sin duda, uno de los principales problemas del mercado laboral español. La caída de las contrataciones, en particular de las temporales, limita las posibilidades de los jóvenes que intentan acceder por primera vez al mercado laboral, lo que ha reducido sus tasas de empleo a niveles muy bajos (Malo y Cueto, 2014).
No obstante, el impacto de la crisis económica debe ser matizado atendiendo, al menos, a dos cuestiones. La primera es que el desempleo no afecta del mismo modo a los jóvenes según su nivel educativo. A pesar de que esta afirmación es bien conocida, se sigue tratando el desempleo juvenil como si todos los jóvenes tuvieran los mismos problemas. Al contrario, las dificultades en la inserción laboral de un joven universitario nada tienen que ver con las de un joven que abandonó la educación obligatoria. Sin embargo, no es habitual el diseño de políticas diferenciadas para atajar el desempleo de los jóvenes que tengan en cuenta su cualificación, de hecho, solo un pequeño porcentaje del total de los participantes en formación no reglada están desempleados y tienen un bajo nivel de cualificación (Cueto y Suárez, 2011).
La segunda es que también existe un problema de baja participación laboral entre los jóvenes con bajo nivel educativo. Si analizamos este grupo concreto, observamos que el porcentaje de inactivos (44%) es parecido al de ocupados (28%) y de desempleados (28%). Aunque la inactividad está motivada principalmente por estar estudiando, la baja activación de este grupo de jóvenes es una dificultad que se ha de tener en cuenta. Además, una razón muy relevante para la inactividad son las responsabilidades familiares en el caso de las mujeres, y la incapacidad propia (por enfermedad, por ejemplo) en el caso de los hombres. Sobre este último aspecto hace falta más información para saber de qué tipo de incapacidad se trata.
En general, el bajo nivel de cualificación conduce a bajas tasas de actividad en el mercado laboral que se mantienen en el tiempo, lo que puede conducir a la exclusión no solo laboral sino también social. Ante el hecho de que el porcentaje de jóvenes con bajo nivel educativo en España es superior a la media de la UE (en parte por nuestros elevados niveles de abandono escolar), son urgentes políticas dirigidas a este grupo de jóvenes, lo que requiere programas que sean eficientes, en primer lugar, llegando a ellos, es decir, siendo capaces de “activarlos” para contribuir a su inclusión progresiva en el mercado de trabajo. En este marco, tanto las políticas de prevención del abandono educativo temprano como las políticas activas de mercado de trabajo tienen un papel clave.
También son necesarias las evaluaciones de este tipo de programas. Así, las políticas activas pueden tener efectos contrapuestos. Una reciente evaluación de medidas activas dirigidas a jóvenes en Europa ponía de manifiesto que solo algunos elementos pueden contribuir a reducir el desempleo juvenil (Caliendo y Schmidl, 2016). En particular, para los jóvenes poco cualificados, se indicaba los buenos resultados de los programas relacionados con la intensificación y mejora de la búsqueda de empleo o los que tienen en cuenta dificultades específicas relacionadas con problemas de salud o situaciones de exclusión social.
En el caso español, cabe señalar en primer lugar que de los 37 estudios revisados en la citada evaluación, ninguno correspondía a nuestro país, lo que confirma que la obtención de evidencias sobre los resultados de los programas y las políticas sigue siendo una asignatura pendiente. En segundo lugar, se observa que las políticas puestas en marcha durante los últimos años (por ejemplo, la Estrategia de Emprendimiento y Empleo Joven) priorizan los programas de apoyo al empleo y al autoempleo, que tienen efectos dudosos sobre la empleabilidad de los jóvenes y están, en su mayoría, dirigidos a todos los jóvenes, sin diferenciar por perfiles.
Begoña Cueto, profesora titular de Economía Aplicada
Universidad de Oviedo
6. Referencias
Brunner, B., y A. Kuhn (2014): «The impact of labor market entry conditions on initial job assignment and wages», Journal of Population Economics, 27(3).
Caliendo, M., y R. Schmidl (2016): «Youth unemployment and active labor market policies in Europe», IZA Journal of Labor Policy, 5.
Cueto, B., y P. Suárez (2011): «Formación para el empleo en España. ¿Quién se forma?», Moneda y Crédito, 233.
Elder, S. (2015): «What does NEETs mean and why is the concept so easily misinterpreted?», Work4Youth Technical Brief, 1, ILO.
Garrido, L. (2010): «El impacto de la crisis sobre la desigualdad en el trabajo», Papeles de Economía Española, 124.
Maguire, S. (2015): «NEET, unemployed, inactive or unknown – why does it matter?», Educational Research, 57(2).
Malo, M.A., y B. Cueto (2014): «Young employment in Spain: from the blockade of the labour market to the Youth Guarantee», MPRA working paper 59473.
Oreopoulos, P., T. von Wachter y A. Heisz (2012): «The short- and long-term career effects of graduating in a recession», American Economic Journal: Applied Economics, 4(1).
Requena, M. (2016): «El ascensor social. ¿Hasta qué punto una mejor educación garantiza una mejor posición social?», Observatorio Social de ”la Caixa”.
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