Entre los años 1998 y 2008, la población española aumentó un 10% a causa de un imprevisto movimiento migratorio, el de mayor magnitud registrado hasta entonces por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). 

España pasó de estar muy por debajo de la cifra media de población inmigrante sobre el total del censo de los países de la OCDE a superarla con creces. Entre 1990 y el 2010, este porcentaje aumentó del 2,1% al 13,8% con la llegada de 5,5 millones de personas extranjeras. En este mismo periodo, únicamente los Estados Unidos recibieron más inmigrantes (19,6 millones) en números absolutos, mientras que el país que ocupa la tercera posición en volumen de población inmigrante acogida, Alemania, recibió a 4,8 millones de recién llegados, 700.000 menos que España. Si se considera el peso del crecimiento de la inmigración en relación con la población total, España ocupa la primera posición. 

El acelerado cambio que reflejó el censo en España supuso una oportunidad única para analizar cómo la llegada de extranjeros afecta a las decisiones sobre el lugar elegido para vivir por la población autóctona. Estos comportamientos pueden demostrar si se produjo o no una mezcla significativa entre autóctonos e inmigrantes durante la ola migratoria o si, por el contrario, aparecieron guetos. 
 

El 72,7% de la población extranjera que llegó a España durante la gran ola migratoria se instaló en las 83 áreas metropolitanas del país. Esto comportó que, si bien en el año 2007 el 11,6% de la población española era inmigrante, en las ciudades de las áreas metropolitanas este porcentaje era del 33,1%. Estas llegadas hicieron aumentar mucho la proporción de inmigrantes en estas zonas, en comparación con la situación que previsiblemente se hubiera producido si los nuevos habitantes se hubieran distribuido de un modo uniforme por todo el territorio. 

Por cada tres inmigrantes que se instalaron en los barrios más densos de las ciudades de las áreas metropolitanas –normalmente los más céntricos–, un autóctono abandonó estos barrios. Se trataría, demográficamente, de un desplazamiento leve. Los cambios de direcciones en el censo entre el 2001 y el 2008 de un total de 7 millones de hogares metropolitanos reflejan que el porcentaje de la población inmigrante aumentó especialmente en el centro de las ciudades. 

En las zonas donde, para mantener la densidad de población autóctona inicial, hubieran sido necesarios dos nuevos edificios para acoger el crecimiento esperado de la población inmigrante, solo se construyó uno. Esto se explica por el desplazamiento parcial de los autóctonos y, además, porque los hogares de las familias inmigrantes estaban compuestos por más miembros. 

Entre el 2001 y el 2008, la inmigración creció en todas las provincias españolas, aunque se concentró especialmente en Madrid, las Islas Canarias y, en general, en toda la costa mediterránea. Estas áreas, que concentran conjuntamente el 53,3% de la población autóctona, acogieron el 75% del flujo migratorio que llegó a España. 

El boom migratorio coincidió en el tiempo con el auge de la construcción en España que tuvo lugar entre los años 1997 y 2007. A las áreas periféricas de las ciudades llegaron 500.000 autóctonos (85,47%) y 85.000 inmigrantes (14,52%), cifras prácticamente proporcionales a los porcentajes de ambos tipos de población en toda España. Este reparto evitó la proliferación de nuevos guetos en las ciudades. 

Terrenos urbanos en los que en el 2001 no vivía nadie pasaron a acoger, siete años más tarde, las viviendas de 234.000 autóctonos (83,87%) y a 45.000 inmigrantes (16,12%), casi la mitad de los cuales en Madrid. El 19% de los barrios crecieron más del doble en el periodo estudiado, con la acogida de 1,5 millones de personas, un 6% de la población metropolitana española.

En áreas metropolitanas que crecen rápidamente, conviene estudiar el fenómeno migratorio teniendo en cuenta el crecimiento urbanístico. Sin valorar este factor, las investigaciones han sobreestimado tradicionalmente la tasa de cambio de residencia de los autóctonos por la llegada de inmigrantes y, por lo tanto, su desplazamiento y la formación de guetos. 

Las dos principales áreas metropolitanas españolas mostraron un comportamiento similar en la evolución de la distribución de la población entre los años 2001 y 2008. Tal y como reflejan los gráficos, tanto en Madrid como en Barcelona la población nacida en España aumentó en valores absolutos en las áreas periféricas, la mayoría nuevos barrios creados a raíz del boom inmobiliario. En cambio, el número de autóctonos se redujo en el centro de las capitales. La inmigración creció por encima de la media en las zonas más céntricas. El color rojo de los mapas refleja un umbral de crecimiento de los inmigrantes superior a la media. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que un número significativo de inmigrantes también se instaló en las afueras, lo que neutralizó la segregación global. 

En el 2008, el 48% de los encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) opinaba que la inmigración en España era excesiva. No obstante, este factor no se tradujo en la proliferación de guetos fruto del rechazo de la población autóctona ante la posibilidad de tener a inmigrantes como vecinos. 

El índice de disimilitud, representado en la línea roja, mide el porcentaje de población inmigrante que debería cambiar de residencia para distribuirse del mismo modo que los autóctonos, manteniendo las mismas proporciones en todos los barrios. En el año 2001 era del 45% y se mantuvo en una tendencia a la baja hasta el 2008, cuando llegó al 43%. Cuanto más bajo es este valor, menor es la segregación. 

El origen de los nuevos habitantes que llegaron durante la ola migratoria fue, sobre todo, América Latina, con un 46,5% del total de llegadas, principalmente de Ecuador, Colombia y Argentina. El 22,7% de la población inmigrante procedía de los países de Europa del Este, principalmente de Rumanía, también de relativa proximidad cultural. Este factor y la lengua compartida con los países latinoamericanos ayudó a evitar que creciera la segregación entre autóctonos e inmigrantes en los barrios. 

La existencia de colegios concertados –que incrementaron en un 7% el número de alumnos durante la ola migratoria– permitió que algunas familias autóctonas evitaran la escolarización de sus hijos en centros con altas ratios de inmigrantes sin tener que cambiar de domicilio. Asimismo, España tiene una media de cambio de residencia de las familias de 25 años, que contrasta, por ejemplo, con la de 9,5 años de los Estados Unidos. La rapidez del flujo migratorio también dificultó que los autóctonos pudieran prever cuál sería la procedencia de los vecinos que se encontrarían en el barrio que habían elegido. 
 

El acelerado cambio en el censo de España entre los años 1990 y 2010 representó una oportunidad única para analizar cómo la llegada de extranjeros afecta a las decisiones sobre el lugar elegido para vivir por la población autóctona. Estos comportamientos pueden demostrar si se produjo o no una mezcla significativa entre autóctonos e inmigrantes durante la ola migratoria o si, por el contrario, aparecieron guetos. En este sentido, a partir de la investigación llevada a cabo por los autores, se ha evidenciado que el desplazamiento de la población autóctona, considerado leve, se vio compensado porque en las zonas residenciales que crecieron con el boom inmobiliario se instalaron tanto autóctonos como inmigrantes.

FERNÁNDEZ-HUERTAS, J., A. FERRER I CARBONELL y SAIZ, A. (2019): «Immigrant locations and native residential preferences: Emerging ghettos or new communities?», Journal of Urban Economics, 112:135-151.