Entrevista
«La investigación no se puede encender y apagar como si nada; se precisa una inversión a largo plazo»
Andrew W. Wyckoff (Nueva York, 1958) tiene un gran conocimiento sobre innovación, dinámicas empresariales y regulación en ámbitos tales como la investigación científica, la economía digital y las tecnologías de la información y la comunicación. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Vermont y máster en Políticas Públicas por la de Harvard, ha ocupado distintos cargos en la OCDE. Actualmente es su director de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Vivimos un momento decisivo, con varias amenazas climáticas, pandémicas y demográficas, pero también con más capacidad tecnológica que nunca para intentar frenarlas. ¿Hay motivos para ser optimistas?
Debemos serlo; son muchas las razones para ser optimistas. Si miramos qué ha sucedido durante la pandemia de la covid-19, veremos que el sistema científico y tecnológico se ha movilizado, se ha vigorizado y ha dado respuestas a las dificultades planteadas, a pesar de trabajar bajo circunstancias muy duras. Los gobiernos también han trabajado codo a codo con las empresas, han dedicado muchos recursos y han redoblado los esfuerzos en I+D. Se ha demostrado que la inversión continua y a largo plazo en investigación tenía sentido. Esto es lo que debe hacer el sector público. La investigación no se puede encender y apagar como si nada.
¿La obtención tan acelerada de una vacuna anticovid es la mejor prueba de la importancia de la I+D?
En efecto, la obtención de la vacuna en un tiempo tan breve ha sido impresionante. La covid 19 ha demostrado que estos problemas globales pueden convertirse en una realidad tangible, y las vacunas han contribuido a adaptarnos a la situación y a mantener la economía y la sociedad en funcionamiento. Sin vacunas todo habría sido mucho más difícil. Y ha sido un ejercicio instructivo ante el reto que tenemos por delante en relación con el medio ambiente. La innovación en la pandemia nos marca el camino a seguir, también, para afrontar el cambio climático: invertir sumas enormes y utilizar toda la capacidad innovadora que tengamos a nuestro alcance para enderezar la situación. Y no hablo solo de la ciencia medioambiental o de ciencia y tecnología; también es una cuestión de políticas industriales, fiscales, educativas, etc. Necesitamos alinear todas nuestras políticas en esta dirección, y no es una tarea fácil para los gobiernos. Pero creo que puede hacerse y por eso soy optimista.
¿Cuáles son los principales retos de las políticas públicas para los próximos años?
Encabeza la lista la doble transformación —verde y digital—, y la covid-19 ha afectado claramente a las dos. Hemos visto un declive momentáneo de las emisiones de carbono y se ha renovado el sentido de emergencia respecto al cambio climático. En el ámbito digital también se ha observado un auge en el uso de las redes sociales y las aplicaciones. La pandemia ha acelerado la transformación digital: el acceso a internet ha aumentado el 60% con la irrupción de la crisis sanitaria.
¿Cómo deben actuar los gobiernos frente a la elevada velocidad de los cambios tecnológicos que experimentamos?
Es una pregunta realmente importante, en especial en nuestro ámbito, que es la dirección de la OCDE.
El problema siempre ha estado ahí: se dice que tenemos una tecnología 4.0 y una política 1.0. Es inevitable cierta distancia entre ambas, porque los procesos democráticos llevan su tiempo. Seamos realistas: la brecha entre la tecnología 4.0 y la política 1.0 nunca va a desaparecer, pero se trata de reducirla tanto como sea posible. En este sentido, queremos ir al origen del proceso de innovación en lugar de esperar al final, cuando la tecnología llega al mercado y ya es tarde para reaccionar, y es también difícil enderezar el rumbo. Conviene ser más proactivo y trabajar con los innovadores, decirles qué se espera y qué no se espera de ellos, estableciendo ciertos límites en el camino que nos llevará a alcanzar unos objetivos sociales y económicos.
¿Los datos son la piedra angular de la nueva revolución industrial?
En las próximas dos décadas los datos dominarán las políticas económicas. Conforme las redes se hacían más disponibles, y aparecían primero los móviles y después el internet de las cosas, se ha visto un cambio radical en la naturaleza de los datos y en el incremento de su volumen. Tenemos que pensar en este fenómeno como un nuevo recurso económico, como un activo. Y no sé hasta qué punto aún hemos descubierto cómo gestionarlo, porque es muy distinto de los otros bienes económicos tangibles, en los que se basa la actual política económica.
Dada esta preponderancia de los datos, ¿qué es más importante: generarlos, controlarlos o interpretarlos?
Para mí, lo más importante, y no está recibiendo la atención que se merece, es el análisis de los datos. Estos, per se, no sirven de gran cosa. Se trata de cómo los utilizas, de cómo los integras o los vinculas con otros, y de tu habilidad para interpretarlos casi en tiempo real para obtener información y tomar mejores decisiones. Pero, atención: a menudo tratamos los datos como una entidad homogénea y monolítica, cuando en realidad son increíblemente heterogéneos y flexibles. Los datos de nuestra salud no son equiparables a los datos de ingeniería que recoge un avión al cruzar el Atlántico.
La pujanza de China es una realidad a muchos niveles. ¿También lo es en el uso de los datos?
China no es un país miembro de la OCDE, pero sí un socio clave, y nos ha impresionado el gran esfuerzo que ha realizado en la última década. Ha emergido como un actor global que hay que tener muy en cuenta en el ámbito científico, y la pandemia lo ha reafirmado. Por ejemplo, cuando ha compartido el material genómico para poder hacer las vacunas y desarrollar sus propias vacunas. Cuando hablamos de los gigantes tecnológicos siempre nos referimos a Google, Apple, Facebook [hoy Meta], Amazon, Netflix o Microsoft, y no se habla lo suficiente de Baidu, Alibaba y Tencent, otros gigantes que aún son más sofisticados, porque integran en una plataforma un espectro de aplicaciones más amplio. En París puedes comprar un billete de metro con el sistema de pago de WeChat [el equivalente chino de WhatsApp], y esto supone una fuente de datos de la que las demás plataformas carecen. También lo están haciendo claramente muy bien en inteligencia artificial. A pesar de las dificultades para obtener algunos datos, creemos que China está en primera línea en este ámbito, al nivel de los Estados Unidos.
¿En qué dirección deberíamos avanzar con el control de los datos personales, por lo que respecta a las empresas, los gobiernos y la ciudadanía?
Creo que veremos un modelo híbrido entre los gobiernos imponiendo ciertos límites y restricciones a lo que las empresas pueden hacer con los datos personales. De hecho, el Reglamento General de Protección de Datos europeo ya lo hace, pero sin llegar a restringirlos, porque gracias a estos datos nos beneficiamos de grandes innovaciones y comodidades.
En los últimos años, en España y Portugal, la inversión en I+D se ha mantenido estable en el ámbito empresarial, pero ha caído a escala gubernamental. ¿Qué opinión le merece?
Hemos visto el proceso de consolidación que se produjo tras la crisis económica de los años 2007 y 2008 y que ha supuesto la asignación de mayores recursos para I+D, pero de distintas formas. España partía de un nivel de apoyo más alto que Portugal y no ha sido hasta hace poco que ha recuperado los niveles previos a la crisis, con partidas significativas para el 2020. En el caso de Portugal, observamos un crecimiento sostenido del apoyo público a la investigación de las empresas gracias al crédito fiscal, un mecanismo habitual en varios países de la OCDE, aunque a veces se compensa con un descenso del apoyo directo. De hecho, España también presenta este crédito fiscal en I+D y es muy generoso, pero creemos que está relativamente infrautilizado.
La economía digital está cambiando los puestos de trabajo y, por consiguiente, las habilidades requeridas. ¿Cómo debe prepararse el sistema educativo para ello?
Hemos advertido que algunos puestos de trabajo con tareas repetitivas resultan muy fáciles de automatizar y tendremos que ser cautelosos al respecto. No se trata de cuestiones necesariamente mecánicas; también puede automatizarse la interpretación de las radiografías si se dispone de datos suficientes. En cambio, otros empleos presentan un componente más emocional, creativo o cognitivo que son difíciles de automatizar. Y esto incluye la innovación. En cualquier caso, todos los jóvenes deberían tener, al menos a un nivel básico, una cierta educación computacional. Además, saber codificar o analizar, saber cómo aproximarse a un problema para que una máquina lo resuelva, o saber interpretar unos resultados y entender si pueden aceptarse o si hay que seguir trabajando en ellos, son también habilidades clave en estos momentos.
Otro reto de cara al futuro es cómo realizar el traslado de trabajadores de sectores maduros a las nuevas profesiones del siglo XXI.
Gestionar comportamientos, actitudes y pericias es todo un desafío. Debemos asumir que la gente no conservará el mismo puesto de trabajo toda la vida con las habilidades aprendidas a los 25 años. Deberá cambiar y ser flexible conforme se sucedan los cambios estructurales. Y sabemos que en algunos casos serán significativos. También es cierto que no es lo mismo afrontar estos retos con más de 55 años que con 25, a menudo sin tener la responsabilidad de una familia o de una hipoteca. La transición hacia las nuevas profesiones requerirá políticas sociales ajustables a los distintos escenarios poblacionales. Hay que ayudar a hacer que la gente se mueva y piense en nuevos trabajos, y permitir que se prepare. El sistema educativo desempeñará un papel muy importante en este sentido y hay que prepararlo.
La convergencia del 5G, la inteligencia artificial y el aprendizaje automático nos acercan a un presente con máquinas cada vez más inteligentes. ¿No tendríamos que hablar más de la ética que debe haber tras sus decisiones?
Sí, y me preocupan la toma de decisiones automáticas y los principios de la inteligencia artificial. Nosotros no utilizamos la palabra ética porque resulta difícil trasladarla a términos jurídicos y varía en función del individuo. Empleamos el concepto human-centric, porque es muy importante situar al ser humano en el centro del proceso, tomando decisiones y autorizando procesos, no solo automatizándolos. Muy a menudo, sin embargo, se regula sin saber con exactitud qué está sucediendo. Por consiguiente, lo que tenemos que hacer es desmitificar conceptos como la inteligencia artificial, el 5G o el internet de las cosas y entenderlos mejor. Es fundamental para desarrollar buenas políticas. Me preocupa un poco que se dispare antes de saber qué está sucediendo, porque no queremos desaprovechar la innovación. Creo en el tecnooptimismo, pero también entiendo que exista cierta preocupación al respecto.
Xavier Aguilar
Periodista