Es frecuente que las discusiones sobre el crecimiento de los países sean paralelas a las que atañen a la desigualdad. ¿Lleva el crecimiento económico a una sociedad más igualitaria? ¿Se benefician los ricos y los pobres en los mismos términos de la prosperidad? Para observar la conexión entre igualdad y crecimiento, Milanovic organiza su discusión de la desigualdad alrededor de la curva de Kuznets.
El nobel de economía Simon Kuznets sugirió que, aunque en la fase inicial de la industrialización la desigualdad aumentaría, con el desarrollo a largo plazo la renta fluiría hacia las clases medias y el crecimiento redundaría en una mayor igualdad. Esta parecía una descripción razonable a mediados del siglo xx, cuando Kuznets la formuló, pero no hoy, al menos a la luz de los últimos treinta años. Porque las clases altas han mejorado su situación notablemente de manera global, pero no así las clases medias de los países desarrollados y, por ello, la desigualdad local ha aumentado.
Para explicar este cambio en la relación entre crecimiento y desigualdad, la literatura económica se ha fijado, sobre todo, en dos evoluciones: el cambio tecnológico y la apertura de la economía (la globalización). La tecnología genera desigualdad porque ha hecho desaparecer los empleos automatizables, es decir, los que pueden ser sustituidos por máquinas u ordenadores. Son empleos automatizables el de secretario y muchos empleos industriales. En cambio, no lo son los que implican resolver problemas que no se pueden anticipar de forma concreta y requieran cierta creatividad. Creatividad no significa que estos trabajos sean necesariamente de tipo intelectual. La contabilidad, cuidar enfermos, pasear animales o servir mesas son actividades creativas.
Al mismo tiempo, conforme la economía se ha globalizado, es más sencillo para las empresas importar bienes en lugar de fabricarlos localmente. Los empleos más protegidos de la competencia exterior son los del sector servicios o aquellos para los que en otros países no existe mano de obra cualificada, entorno de negocios propicio o infraestructura.
En perspectiva, tanto la globalización como la tecnología empujan en la misma dirección: hacia un reemplazo de los empleos de remuneración intermedia, especialmente del sector industrial, por máquinas o trabajadores extranjeros. Históricamente, la industria representó un billete de entrada en la clase media para los trabajadores poco cualificados y, por ello, la desaparición de este tipo de puestos de trabajo se ha traducido en una polarización de las ocupaciones y un aumento de la desigualdad.
Este diagnóstico es preocupante pues, al sugerir que el aumento de la desigualdad es un efecto directo de fuerzas –las mejoras tecnológicas y la división internacional del trabajo– que están asociadas al crecimiento económico, apunta a que estamos en un nuevo tramo de la curva de Kuznets en el que el crecimiento no correría parejo con una mayor igualdad, lo cual lleva a Milanovic a hablar de olas de Kuznets: una vuelta al tramo en el que la relación entre crecimiento e igualdad es negativa.
No todos los países han sufrido la misma evolución. Las explicaciones anteriores se han desarrollado con la lupa puesta en los países anglosajones. Además, no todos los países están expuestos a las mismas fuerzas y en el caso de estarlo en ocasiones disponen de mecanismos para contrarrestarlas. Es posible que el lector se pregunte por el caso de España. En este sentido, Julio Carabaña publicó recientemente la que seguramente sea la síntesis más completa disponible (Carabaña 2016, Ricos y pobres, Ed. Catarata), donde llega a la conclusión de que la desigualdad en 2013 es probablemente muy similar a la de principios de los noventa.