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1En términos generales, la mera existencia de un estereotipo negativo sobre un grupo hace que los individuos de ese grupo se sientan sujetos a un escrutinio que les presiona, lo que provoca que se desenvuelvan peor, confirmando así el estereotipo.
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2Factores tales como los estereotipos de género, el tipo de tareas en las que compiten, quiénes son sus adversarios o la información previa sobre su rendimiento en esa tarea, influyen en la desventaja de las mujeres a la hora de competir, lo que, a su vez, puede repercutir en su situación en el mercado de trabajo.
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3En condiciones competitivas, estudiadas en condiciones de laboratorio, solo se observan diferencias de género importantes en el desempeño de una tarea cuando se dan tres situaciones: 1) existe un fuerte estereotipo según el cual las mujeres son peores en dicha tarea; 2) se refuerza el estereotipo recordando a los participantes aspectos que les hagan pensar en el tema de género; y 3) las mujeres más afectadas negativamente son las que creen que el estereotipo es cierto.

El Concurso de Primavera de Matemáticas de la Comunidad de Madrid es un caso de la vida real donde se puede estudiar con claridad el sesgo de género en procesos competitivos. Es un concurso de matemáticas por fases en el que participan estudiantes de secundaria.
Al dividir a los participantes en cuatro grupos de edad, se observa que apenas hay mujeres que alcancen la fase final hasta el punto que, para los estudiantes de mayor edad (16-17 años), no hay ninguna chica ganadora en la competición.
Además, en esta competición se dispone, para todos los participantes, de la nota de matemáticas en el colegio: ahí, apenas existen diferencias entre chicos y chicas. Así pues, el experimento permite observar que no es una cuestión de conocimientos lo que está en juego, sino de competitividad. Es así que a medida que aumenta la presión competitiva, aumentan las diferencias de género en los resultados.
Introducción
En el último siglo, la situación de las mujeres en el mercado laboral respecto a la de los hombres ha mejorado de forma notable. Sin embargo, a pesar del acercamiento logrado, los hombres todavía tienen mejores salarios, ocupan más puestos directivos que las mujeres y sufren una tasa de desempleo más baja.
Ante esta situación, la pregunta es obvia: ¿Por qué las mujeres no llegan tan lejos como los hombres en el ámbito laboral? Es más, incluso en los casos en los que un hombre y una mujer ocupan puestos de trabajo similares, sigue habiendo una importante brecha salarial en la mayoría de los países desarrollados. Conocer las razones de estas diferencias es clave para poder combatirlas, por ejemplo, con políticas adecuadas de empleo.
Los economistas laborales llevan tiempo evaluando estas diferencias y tratando de explicar por qué se producen. Con frecuencia, se ha puesto sobre la mesa el impacto diferencial que tienen en la vida laboral de mujeres y hombres las decisiones sobre maternidad/paternidad, un asunto muy estudiado y que explica una parte importante de la brecha de género en salarios y puestos de trabajo.
Sin embargo, los estereotipos sobre la debilidad de las mujeres en ciertas tareas y la sobrevaloración del carácter competitivo frente al colaborativo podrían explicar otra porción de la discriminación que sufren en el mercado laboral. Factores tales como los estereotipos de género, el tipo de tareas en las que compiten, quiénes son sus adversarios o la información previa sobre su rendimiento en esa tarea, influyen en la desventaja de las mujeres a la hora de competir, lo que, a su vez, puede repercutir en su situación en el mercado de trabajo.
En este artículo se muestra que existen factores, de carácter cultural, que exigen un abordaje político distinto al de las políticas sobre la maternidad. Son factores que tienen que ver más con los roles tradicionalmente asociados a hombres y mujeres, e incluso con el modo de autopercibirse de unos y otras, que con la legislación y la organización efectiva del trabajo.
1. Brecha laboral, competición y género
En los últimos años, han aparecido una serie de estudios, no exentos de polémica, que intentan explicar el porqué de esta brecha en el mercado laboral a través de lasdiferencias psicológicas y de preferencias de hombres y mujeres.
Uno de los argumentos de estos estudios gira en torno a la competitividad. Se parte de la base de que el mercado laboral es un entorno eminentemente competitivo en el que los trabajadores pugnan por mejores puestos y remuneraciones más altas. En este entorno, las diferencias entre hombres y mujeres, según señalan estos estudios, podrían explicarse, en parte, por el hecho de que muchas mujeres podrían tener una menor preferencia por competir. Es más, incluso si tuvieran que hacerlo, estarían en desventaja por tener menor capacidad competitiva. La conclusión es que aquellas mujeres a las que les gustara menos competir lucharían menos por obtener puestos más competitivos. Igualmente, si se les diera peor competir, obtendrían un salario menor en aquellos trabajos en los que la competitividad es especialmente importante para determinar la productividad y el salario.
Obviamente, para ser creíbles y no fomentar una mayor discriminación, las afirmaciones que resalten diferencias en las preferencias y capacidades entre hombres y mujeres deben estar sustentadas en evidencias rigurosas. Y para obtener estas evidencias, una buena opción es recurrir a experimentos de laboratorio en los que se pide a los participantes que realicen ciertas tareas sencillas por las que se les ofrece una remuneración económica.
En general, los resultados de muchos de estos experimentos confirman la existencia de diferencias en la actitud y aptitud competitiva de las mujeres respecto a los hombres. Así, cuando se les da a elegir cómo quieren ser pagadas, las mujeres eligen más frecuentemente el salario que no depende de la competición, y cuando se las fuerza a competir, son menos productivas que los hombres. Sin embargo, estos experimentos no llegan a explicar si las mujeres eligen competir menos porque saben que se les da mal hacerlo, o compiten peor porque no están habituadas a hacerlo.
Por otro lado, también se han realizado otros experimentos sobre la existencia de diferencias de género en la competitividad cuyos resultados no son tan clarosy existe undebate sobre si estas posibles diferencias de género podrían deberse más a factores culturales (a lo que todo apunta) que a factores genéticos.
2. Un experimento sobre rendimiento en competición
El presente estudio se ha centrado precisamente en entender qué aspectos culturales tienen mayor influencia sobre la distinta competitividad entre hombres y mujeres. Antes que nada, es importante averiguar cómo es posible que en algunos experimentos aparezcan, efectivamente, diferencias de género y en otros no. Es interesante constatar que los experimentos que muestran mayores diferencias de género tienen que ver con tareas sobre las que existen estereotipos muy arraigados, según los cuales los hombres son mejores que las mujeres realizando esas tareas. Por el contrario, los estudios donde no se encontraron diferencias se refieren a tareas sobre las que no existe estereotipo o el estereotipo es el inverso.
Todo ello hace sospechar que los efectos podrían estar relacionados con lo que en psicología se conoce como «amenaza del estereotipo» (stereotype threat). Viene a decir que la mera existencia de un estereotipo negativo sobre un grupo hace que los individuos de ese grupo se sientan sujetos a un escrutinio que les presiona, lo que provoca que se desenvuelvan peor, confirmando así el estereotipo. A partir de este concepto psicológico, es posible plantear las siguientes preguntas: ¿las mujeres compiten peor cuando lo hacen en tareas en las que existe un estereotipo que afirma que ellas no son tan buenas como los hombres desempeñando esa tarea? ¿Qué ocurre cuando se refuerza la creencia en los estereotipos aludiendo a aspectos relacionados con el género?
Para poder clarificar este tema, se llevó a cabo un experimento con estudiantes universitarios de ambos géneros en el que se plantearon distintas tareas, algunas con un arraigado estereotipo masculino («los hombres hacen esto mejor que las mujeres»)y otras no. Para ello se eligieron tareas masculinasy femeninas, a partir de la evidencia proveniente de la psicología social (figura 1). Por ejemplo, la tarea masculina consistía en averiguar si dos pares de figuras geométricas eran idénticas o no, algo para lo que es necesario tener buena visión espacial, habilidad que se considera fundamentalmente masculina (y que está detrás de estereotipos tales como que las mujeres «aparcan peor» o «no saben interpretar un mapa»). Por el contrario, la tarea femenina requería capacidades de codificación de símbolos, una tarea más «neutra en género», pero en cierta medida asociada a la creencia de que las mujeres son mejores en este tipo de actividades. También se preguntó a los mismos sujetos del experimento, antes de que supieran nada sobre su rendimiento real, si creían que la tarea encomendada se les daba mejor a hombres o a mujeres o por igual a los dos.
En una primera fase, los participantes en el experimento, hombres y mujeres, hacían cada una de las dos tareas sin que se les comparara con nadie, y obtenían una remuneración. En una segunda fase, se les decía que iban a volver a realizar nuevos ejemplos de esas mismas tareas, pero esta vez emparejados con otro participante, de manera que solo obtendrían la retribución si lo hacían mejor que su rival. Es decir, se les ponía en una situación competitiva.
Además, se les daba cierta información antes de empezar a competir, y esta información se dividía en ocho grupos diferentes. El grupo de control solo sabía que estaba compitiendo. A unos participantes se les informaba sobre el género de sus contrincantes; a otros se les decía si en la fase previa lo habían hecho mejor o peor que sus rivales, y a un grupo se le informaba de ambas cosas. Para estudiar otras variables, a unos participantes se les informaba de su rendimiento en la primera fase; a otros se les recordaba su género de manera explícita y a un grupo se le daba ambas informaciones. Finalmente, al último grupo solo se le recordaba que estaban compitiendo contra otra persona.
En el gráfico 1 se puede ver de manera resumida el resultado del experimento. Hay que tener en cuenta que los participantes estaban haciendo la tarea por segunda vez y, por tanto, todos mejoraban su rendimiento. Pero, como se puede observar en el gráfico, en la tarea considerada masculina (visión espacial) las mujeres compiten peor que los hombres solo cuando el género del rival es mencionado, o cuando se les comunica que están compitiendo contra alguien. Por el contrario, el gráfico para la tarea de codificación de símbolos (la considerada femenina) no muestra ninguna diferencia de género significativa.
En una tarea competitiva, las diferencias de rendimiento entre hombres y mujeres dependen de la información previa que tienen:
Como fase final del experimento, y tras las pruebas, se pasaba una encuesta a todos los participantes. En esta encuesta, se preguntaba, entre otras cosas, si creían que las tareas que habían realizado se les daban mejor a los hombres, a las mujeres o a ambos por igual. ¿Cuál fue el resultado? Que las mujeres que creían que alguna de las tareas se les daba peor a ellas que a los hombres, la realizaban peor.
El resultado global de la investigación es que solo observamos diferencias de género importantes en el desempeño de una tarea en condiciones competitivas cuando se dan tres situaciones: 1) existe un fuerte estereotipo según el cual las mujeres son peores en dicha tarea; 2) se refuerza el estereotipo recordando a los participantes aspectos que les hagan pensar en el tema de género, como decirles el género del contrincante; y 3) las mujeres que se ven más afectadas negativamente por la competición son precisamente las que creen que el estereotipo es cierto.
3. ¿Qué ocurre cuando la competición tiene múltiples eliminatorias?
¿Es posible encontrar resultados parecidos en una situación fuera del laboratorio? ¿Los experimentos reflejan adecuadamente lo que sucede en la vida real? Por lo que se refiere a esta investigación, la respuesta a ambas cuestiones es «sí».
La Comunidad de Madrid organiza anualmente el Concurso de Primavera de Matemáticas, una competición en la que participan alrededor de 40.000 estudiantes de Secundaria y Bachillerato. Se trata de un torneo eliminatorio de resolución de problemas matemáticos. Una de las ventajas de esta competición es que se dispone, de antemano, de una medida de la habilidad de cada estudiante en esta materia: su nota de matemáticas en el colegio. Si se observan estas notas, se aprecia que apenas existen diferencias entre chicos y chicas. Sin embargo, conforme los estudiantes van pasando fases de este concurso eliminatorio, la proporción de mujeres va disminuyendo, hasta el punto de que apenas llegan mujeres a la fase final.
Como se muestra en el gráfico 2, la proporción de mujeres que participan en cada fase del concurso de matemáticas cae de forma importante de la fase 1, en la que las mujeres suponen entre el 35% y el 45% de los participantes, a la fase 2, en la que la proporción de mujeres es de alrededor del 30%. El resultado es aún más evidente para la proporción de mujeres ganadoras en la fase final. Además, si se divide a los estudiantes en cuatro grupos de edad, la diferencia de género en la proporción de participantes en una y otra etapa crece conforme aumenta la edad de los estudiantes, hasta el punto de que en el nivel con estudiantes de mayor edad (16-17 años) no hay ninguna mujer ganadora en la etapa final del concurso. La conclusión de este experimentoes especialmente potente porque permite observar que a medida que aumenta la presión competitiva, aumentan las diferencias de género en los resultados, tal como se refleja en las puntuaciones medias (gráfico 3).
4. Conclusiones
Existen aspectos de socializaciónque afectan de manera diferente a hombres y mujeres a la hora de competir, y estos aspectos terminan teniendo impacto en entornos competitivos como el laboral.
Los estereotipos afectan a las decisiones y al rendimiento de cualquier persona, por lo que es importante socialmente disminuir el efecto. Es conveniente evitar la clasificación de tareas en femeninas y masculinas, así como los estereotipos que nos hablan de unas disciplinas «masculinas» (por ejemplo, las ciencias o las ingenierías), y de otras disciplinas «femeninas» (por ejemplo, las letras en general o carreras científicas como enfermería). Se ha avanzado mucho en este terreno, pero todavía hay trabajo que hacer para aumentar la visibilidad de las mujeres en campos históricamente masculinos. Si se toman en serio los estudios sobre la importancia del role model (modelo que hay que seguir), dar visibilidad a las mujeres que trabajan y destacan en campos históricamente masculinos será importante para cambiar estas asociaciones y estereotipos.
Además, hay que tener muy en cuenta que algunas de las medidas que se proponen para solventar estos problemas podrían tener efectos contraproducentes si no se trabaja muy bien su implementación. En este sentido, se debe extremar la cautela en cómo se aplican las políticas que intentan mitigar las diferencias en el mercado laboral y, en todo caso, hay que diseñar muy bien qué mensaje se envía a la sociedad con cada política. ¿La razón? La misma existencia de una política que refuerce a las mujeres puede llevar a que un estereotipo negativo, sea cierto o no, se perpetúe, perjudicando precisamente al géneroal que se pretende ayudar. Por poner un ejemplo corriente, al aplicar una política de cuotas, hay que considerar que si bien a corto plazo puede ser útil para dar visibilidad al género en desventaja, a medio plazo podría servir para reforzar otro estereotipo: el de que las mujeres que ocupan ciertos cargos estén ahí por cubrir la cuota, no por sus habilidades o méritos. Esto podría llevar a que las mujeres decidan no ocupar esas vacantes, y la política provocaría el efecto contrario al que se buscaba.
Por ello, de cara a las generaciones futuras, es fundamental acabar con los estereotipos, dando visibilidad a las mujeres que, a pesar de las dificultades, consiguen ocupar puestos importantes y que, una vez en ellos y con igual remuneración, consiguen hacerlo tan bien, o tan mal, como los hombres.
Para acabar, un debate relevante sería si se debe fomentar o no la competición en entornos educativos y laborales. Podría decirse que lo importante es o bien participar o bien ganar, pero lo que no se debería hacer es insistir en que para las chicas lo importante es participar, mientras que para los chicos lo importante es ganar.
5. Bibliografía
Este artículo se ha adaptado a partir del estudio:
IRIBERRI, N.; REY-BIEL, P. (2017) Stereotypes are only a threat when beliefs are reinforced: On the sensitivity of gender differences in performance under competition to information provision; Journal of Economic Behavior & Organization, Volume 135, 99-111
Iriberri, N.; Rey-Biel, P. (2018) Competitive Pressure Widens the Gender Gap in Performance: Evidence from a Two?stage Competition in Mathematics: The Economic Journal”
Otras referencias bibliográficas:
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GNEEZY, U., L.K. LEONARD y J. A. LIST (2009). “Gender Differences in Competition: Evidence from a Matrilineal and a Patriarchal Society,» Econometrica, 77(5), 1637-1664.
GNEEZY, URI, M. NIEDERLE y A. RUSTICHINI (2003). «Performance in Competitive Environments: Gender Differences,» The Quarterly Journal of Economics, CXVIII, 1049 – 1074.
NIEDERLE, M. y L. VESTERLUND (2007). «Do Women Shy Away from Competition? Do Men Compete too Much?,» The Quarterly Journal of Economics, 122(3), 1067- 1101.
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