Reseña
La naturaleza como espejo y maestra en el diario de un joven activista
El 21 de marzo inaugura la primavera, con el rocío en la hierba y el petirrojo anunciando la llegada de las primeras prímulas. Este día también abre el Diario de un joven naturalista de Dara McAnulty. Desde el verde frondoso de Irlanda del Norte y desde el punto de vista de un joven con autismo, el lector se adentra en el transcurso de un año a través de crónicas que narran la realidad de vivir con una aguda afinidad con la naturaleza en un mundo que la descuida cada vez más.
Dara McAnulty es uno de cinco en una familia en la que su padre es el único miembro sin autismo. Esto es importante para quien lea, pues se dispone a adentrarse en un libro escrito desde una perspectiva única. «Lo que derramo en estas páginas refleja mi conexión con la vida silvestre, intenta explicar cómo veo el mundo y describe cómo enfrentamos las tormentas como familia». Con el corazón en el puño y la voz a su máxima potencia, McAnulty nos invita a ver el mundo a través de los ojos de un joven de catorce años increíblemente comprometido con la conservación y la naturaleza.
En el momento de escribir el libro, el joven está en proceso de mudarse de su hogar en County Fermanagh a una nueva vida en County Down, al otro lado de Irlanda del Norte. Este cambio, junto con el inherente en la adolescencia y el que conlleva el curso natural de las cuatro estaciones, teje las historias del joven autor. Su nombre significa «roble» en irlandés, y su fortaleza acompaña al lector en un viaje que incluye un cúmulo de emociones distintas, desde la ternura, la admiración y la empatía al coraje, la melancolía y la impotencia. Con cada palabra, nos demuestra que la naturaleza es un faro en un mar cada vez más desafiante para las generaciones que están por venir.
El libro recoge el transcurso de un año a modo de fragmentos diarios en los que el autor lleva al lector a la parte más íntima y sincera de su pensamiento. El contenido se sostiene en tres pilares. El mayor de todos es la naturaleza y la biodiversidad, y los encuentros del joven con momentos de asombro, confusión y, a menudo, indignación y preocupación.
A través de descripciones detalladas, convierte la naturaleza en un personaje central y dinámico. Para él, el medio ambiente no constituye solamente su entorno, sino que es una parte integral de su identidad y bienestar emocional. En varias instancias, incluso es el medio por el cual logra conectar con los demás y sentir pertenencia. En él, McAnulty encuentra inspiración y propósito, y convierte sus reflexiones en activismo en pro de la protección medioambiental.
Otro tema principal es la juventud y la identidad de uno frente al mundo que le rodea, y cómo son inseparables entre sí. McAnulty comienza a ver su vínculo con la naturaleza como autoconcepto y siente la responsabilidad de usar su edad no como una limitación sino como una fuerza motriz para conseguir una implicación mayor por parte de la juventud en ralentizar el cambio climático. Con sus escritos y su participación puntual en conferencias sobre ecologismo y activismo climático, McAnulty logra interactuar directamente con una audiencia joven que se puede sentir identificada con él y con su lucha, y puede llegar a tenerle como modelo a seguir.
Por último, el libro se centra en un período crucial de la vida del autor: el nexo entre la infancia y la madurez. Además de los cambios físicos y emocionales propios de la edad, Diario de un joven naturalista es testimonio del crecimiento personal que, de la mano de reflexiones íntimas y descripciones poéticas, logra mostrar un retrato franco de las experiencias del autor. El lector puede observar cómo madura su forma de narrar acontecimientos a través de dispositivos literarios como analogías y metáforas inusuales para su edad.
Por todas estas razones, aunque pertenece al género de los dietarios, este libro se acerca a la literatura medioambiental, también conocida como naturalismo y trascendentalismo si atendemos a la temática y el foco de la narrativa. Estos dos movimientos arropan el libro de forma que se vive la historia del autor a través de su relación con la naturaleza. Las observaciones agudas sobre el mundo natural y sus descripciones detalladas de la vida salvaje concuerdan con el espíritu del naturalismo, reflejando incluso la curiosidad científica y la atención al detalle características de escritores naturalistas como John Muir y Henry David Thoreau.
Por otro lado, en la escritura de McAnulty aparece la creencia trascendentalista en la interconexión de todos los seres vivos y la importancia de las experiencias de cada persona con la naturaleza. Y es que esta cambia a un ritmo similar al del ser humano, aunque lo hace a ritmos estacionales y bajo sus pro pios términos de circularidad. Hay una infinidad de similitudes entre la flora y el paso del tiempo en la piel de una mujer, y entre la fauna y los instintos del hombre, y viceversa. Sin embargo, nosotros nacemos y morimos una vez, y la naturaleza lo hace cada 365 días. Tenemos una vida y la forma en la que vivimos puede afectar el desarrollo vital de la biodiversidad que, de forma casi automática, afecta el desarrollo de la nuestra. En palabras de McAnulty: «Yo no soy como estos pája- ros, pero tampoco soy ajeno a ellos». Nuestra relación con el medio que nos rodea es inquebrantable e inseparable, y por ello debemos mejorar la forma en que interactuamos con él como humanidad.
«Sigo visualizando el tiempo como la longitud de una cuerda, con una llama ardiendo en un extremo que representa el presente, donde podemos actuar y estar más vivos. Las cenizas son el pasado, la cuerda intacta es el futuro. La cuerda se divide cada vez que algo sucede» A través de metáforas destacadascomo esta, McAnulty encarna ese llamamiento al cambio y se dirige, sobre todo, a la juventud y a aquellas personas que van a tener la mayor influencia para evitar el ocaso hacia un mundo inhabitable. En otras palabras, son los jóvenes quienes tienen el poder de conseguir que esa cuerda no se rompa.
La autenticidad de la voz de McAnulty es la mayor fortaleza de este libro. Un tono todavía juvenil carga sobre sí mismo la preocupación por el futuro de nuestro mundo y convierte la descripción de algo banal en un acto tras- cendental. En sus propias palabras: «Tengo el corazón de un naturalista, la mente de un aspirante a científico y los huesos de alguien que ya está cansado por la apatía y la destrucción infligidas al mundo natural». McAnulty logra posicionar al lector en un mundo casi palpable mediante descripciones que activan los cinco sentidos. Uno no puede evitar rememorar la inocencia que tenía cuando era joven, y su profunda admiración por algo tan simple como el vuelo de una mariposa o el color del follaje en octubre.
Pese a la madurez del autor para su edad, en las crónicas prevalece una tendencia a tocar de forma superficial temas complejos. Cuando describe la deforestación lo hace con una pasión indiscutible, pero se centra en la melancolía y la pérdida emocional más que en las causas sistémicas y las soluciones prácticas. Es un activismo que apela a la emoción más que a la acción. En la misma línea, al mencionar la pérdida de biodiversidad, su argumento queda desdibujado en el impacto estético del paisaje y lo que supone esa pérdida visualmente, y pierde la oportunidad de protestar contra las políticas gubernamentales y las prácticas corporativas insostenibles, o por la falta de conciencia pública que resultan en este problema global.
El carácter del libro como diario establece el tono narrativo como una reflexión personal. Por otro lado, se trata de descripciones propias de alguien que, por su circunstancia, tiene una sensibilidad extremadamente aguda a los estímulos sensoriales. Narra uno de los momentos de agobio de la siguiente manera: «Los colores brillantes causan una especie de dolor, un asalto físico a los sentidos.». Su forma de relatar suele profundi- zar en cómo le hace sentir lo que sucede a su alrededor, y cómo su estado anímico y vital se ve alterado.
En su llamamiento emocional, McAnulty logra que quien lee sus apuntes sienta la necesidad de observar —y respetar— la naturaleza un poco más de lo que lo hacía antes. Para él, la naturaleza es a la vez espejo y maestra: «Estoy rodeado de cinco o seis setas de Amanita muscaria. Al igual que ellas, he estallado. Me siento más resiliente, más poderoso. [...] Es mi deber, el deber de todos nosotros, apoyar y proteger la naturaleza. Nuestro sistema de vida, nuestra interconexión, nuestra interdependencia».
Diario de un joven naturalista es, en conclusión, testimonio de la capacidad de albergar una profunda complicidad con la naturaleza. A través de relatos cotidianos, personales y sinceros, McAnulty evidencia que la voz de todos es necesaria para conseguir el cambio, y que es una lucha colectiva, empoderada y universal evitar que el mundo se convierta en aquello que más tememos. Siguiendo las estaciones de la vida del autor, uno se siente inclinado a la introspección, a observar cómo el medio ambiente refleja, y a veces contradice, nuestras emociones y experiencias. Tras terminar el libro, sentimos el afán de intentar vivir de una forma más intencional y consciente, venerando cada momento de cambio como un momento único en la vida.