¿Debería preocuparnos la elevada disparidad en las tasas de asistencia por nivel educativo?
Durante décadas, investigadores y responsables políticos se han interesado por la composición socioeconómica de la asistencia a acontecimientos artísticos y culturales financiados con fondos públicos, con importantes diferencias —según la clase social y, en especial, el nivel educativo— que persisten en prácticamente todos los países, incluido España. El presente artículo analiza, partiendo de una encuesta del Eurobarómetro 2013, la elevada disparidad en las tasas de consumo de la oferta cultural financiada con fondos públicos, así como las razones que explican la nula asistencia según nivel educativo. Los datos relativos a España son muy similares a los del conjunto de la Unión Europea (UE). Los dos objetivos principales que nos proponemos son, por un lado, determinar a qué obedecen tales pautas y demostrar que probablemente responden a una cuestión de preferencias; por otro, cuestionar si la disparidad en la asistencia debería suscitar una preocupación política, dado que existen muchos otros objetivos de la financiación de iniciativas culturales no relacionados con esta cuestión.
1. Introducción
Durante décadas, investigadores y responsables políticos han estado interesados en la composición socioeconómica de la asistencia a acontecimientos artísticos financiados con fondos públicos (véase O’Hagan, 1996 y 2014), cuestión que reemerge cada cierto tiempo, en especial cuando los niveles de financiación de un teatro de la ópera, un museo de arte o una orquesta sinfónica, por ejemplo, son objeto de debate público (O'Hagan, 2014). En el pasado, la preocupación principal era que algunas formas de cultura son elitistas en lo que se refiere a la asistencia, al tiempo que se benefician de una importante financiación pública (sobre todo cuando se traduce directamente en una subvención por asistente); de ahí que dicha financiación sea considerada muy desigual y siga preocupando.
El artículo se inicia con un debate acerca de qué se entiende por «acceso», «asistencia» y cómo se mide el rendimiento al respecto. Acto seguido se examinan brevemente los datos disponibles en relación con las pautas de asistencia por nivel educativo a la oferta cultural con un elevado porcentaje de financiación pública. Más adelante se consideran las barreras que quizá son las responsables de unos niveles de consumo muy dispares. Finalmente se analiza por qué existen tales barreras y las posibles repercusiones en la formulación de políticas que conllevan.
Las principales conclusiones son dos. En primer lugar se argumenta que la razón fundamental de una pauta de consumo desigual probablemente guarda relación con las distintas preferencias por grupo educativo (y no con el precio ni con otros factores). En segundo lugar se sostiene que la pauta de una asistencia desigual quizá no debiera suscitar una preocupación política, dado que existen muchos otros objetivos de la financiación de iniciativas culturales no relacionados con esta cuestión.
2. Niveles de acceso y acceso igualitario
Qué se entiende por «acceso»
El acceso a la cultura y las artes puede desglosarse, como mínimo, en cuatro niveles. El primero corresponde al acceso por parte de los consumidores a la oferta de servicios culturales (¿tiene todo el mundo acceso al empleo, por ejemplo, como actor, violinista o jefe de producción?). El segundo se refiere al acceso al proceso de toma de decisiones en las políticas culturales y la organización de iniciativas relacionadas con el arte, lo que puede afectar a los otros aspectos. El tercero guarda relación con los consumidores y el consumo de servicios culturales o, simplemente, con la asistencia a acontecimientos artísticos. El cuarto consiste en el acceso a la «creación de arte» (en cursos y en el ámbito amateur/personal y comunitario).
Este artículo se centra únicamente en el tercer aspecto del acceso a la cultura, es decir, a lo que llamaremos a partir de ahora asistencia a los actos. La primera cuestión que se plantea es a qué tipo de arte se refiere dicho acceso. Aquí nos centramos fundamentalmente en la asistencia a las formas de arte y cultura que absorben la mayor parte del gasto público (ballet/danza/ópera, teatro, museos, bibliotecas y monumentos históricos), dado que es el que suscita una mayor preocupación.
Qué se entiende por «igualdad de acceso»
La «igualdad de acceso» puede definirse en términos de «igualdad de derechos» a la hora de acceder a la vida cultural, interpretándose tales derechos como la ausencia de unas barreras jurídicas e institucionalizadas de entrada a una institución o un sistema dados. Ello garantiza, en efecto, la ausencia de discriminación en el acceso de cualquier persona a la cultura y las artes, constituyendo un objetivo de igualdad que muy pocos rebatirían.
Sin embargo, la igualdad de derechos formales no garantiza una asistencia más equitativa. Por consiguiente, un segundo indicador de igualdad, más útil, podría ser la «igualdad de oportunidades», que supone, no solo proporcionar derechos formales, sino también permitir y fomentar que ciertos sectores de la población puedan asistir o participar en pie de igualdad con otros. Por ejemplo, si se pretende que los ciudadanos con ingresos bajos puedan asistir en igualdad de condiciones que aquellos con ingresos medios, quizá se precise una política de entrada gratuita o a precios reducidos para garantizar la igualdad de oportunidades en la asistencia; o tal vez deba fomentarse la asistencia de ciertos grupos mediante una política proactiva de promoción y/o formación cultural. Este es sin duda un concepto de acceso equitativo mucho más amplio.
Permitir y fomentar la igualdad en términos de asistencia facilita una asistencia equitativa a los actos culturales y artísticos financiados con fondos públicos, pero en modo alguno la garantiza. Por consiguiente, un objetivo superior podría girar en torno a la igualdad en términos de resultados o de éxito; es decir, una auténtica igualdad de asistencia. Este es el enfoque del resto del artículo.
En la práctica, las tasas de consumo son esenciales para llevar a cabo cualquier análisis de acceso a la oferta cultural pública. En conjunto se refieren al porcentaje de la población que asiste a actos artísticos y culturales en un período de tiempo dado, normalmente en los 12 meses precedentes.
Por lo general, disponemos de datos desglosados por distintas variables como nivel de ingresos, nivel educativo, edad, sexo, grupo étnico, región, etc., que son las más pertinentes para mostrar las pautas de asistencia o participación desde el punto de vista de la igualdad (véase, por ejemplo, Falk y Katz-Gerro, 2016). Este trabajo se centra en la variación de la asistencia según nivel educativo, dado que es el predictor dominante de la variación en las tasas de asistencia a actos artísticos y culturales.
3. Resultados clave en términos de consumo
Una gran proporción de ciudadanos de la UE no asiste a los actos y servicios que concentran gran parte del gasto público de esta área. En 2013, por ejemplo, el 81% no habían asistido a ningún ballet/danza/ópera en los 12 meses anteriores. Las cifras correspondientes a ir al teatro y visitar una biblioteca pública fueron del 72% y el 66%, respectivamente.
Las cifras relativas a España coinciden en gran medida con las cifras globales de la UE: el 84% de los españoles no habían asistido a ningún ballet/danza/ópera en los 12 meses anteriores, mientras que las cifras relativas a ir al teatro y visitar una biblioteca pública fueron del 78% y el 68%, respectivamente. En efecto, según los datos del Eurobarómetro, existe una notable similitud entre las cifras globales de la UE y las de España, no pudiéndose decir lo mismo con respecto a muchos otros países.
Las tasas de consumo cultural de la UE son considerablemente superiores a las de Estados Unidos (EE UU), pero no es fácil saber si los datos son directamente comparables. El aspecto más relevante para nuestros propósitos es la variación por nivel educativo. Esta variación es muy acentuada, en especial con respecto a asistir a un ballet/ópera/danza, visitar un museo, ir al teatro y visitar una biblioteca pública, que son cuatro de las principales áreas de gasto público en cultura de la UE (tabla 1).
Por ejemplo, solo el 7% de los ciudadanos con estudios hasta los 15 años habían asistido a un ballet/danza/ópera en los 12 meses anteriores, frente al 29% de los que habían recibido formación hasta 20+ años. Este panorama se repite en las otras categorías, según muestra claramente la tabla 1.
Estas pautas también se repiten en el tiempo y en distintos países (véase Falk y Katz-Gerro, 2016). Se trata de un círculo vicioso, en el que los padres con educación superior asisten a más acontecimientos artísticos y culturales que otros, al tiempo que fomentan la asistencia a cursos de formación cultural y artística entre sus hijos cuando son pequeños, reforzando así a largo plazo las pautas ya existentes de distinto consumo cultural por nivel educativo.
4. Barreras al consumo cultural
Los datos indicados sobre la composición por nivel educativo de los asistentes a la oferta cultural probablemente confirman un panorama que resultará muy familiar a la mayoría de los lectores, puesto que también se da en sus países, incluido España. Se trata de un panorama que, al parecer, en los últimos 40 años no ha experimentado grandes cambios en ningún país. ¿Por qué razón, entonces, los ministerios de arte y cultura y otros organismos culturales siguen limitándose, sin más, a destacar la importancia de que todo el mundo tenga acceso a la oferta cultural financiada con fondos públicos, cuando se sabe que es muy poco lo que cambia (véase, para España, Villarroya et al., 2015)? También cabría preguntarse por qué apenas se ha producido ningún cambio; es decir, cuáles son las barreras que impiden a los ciudadanos con un bajo nivel educativo un mayor acceso a la «alta cultura». El tema se aborda en esta sección.
Cuestiones económicas y físicas
Suelen citarse los obstáculos monetarios como la causa de las distintas pautas de consumo cultural antes señaladas, dado que los ciudadanos con un bajo nivel educativo probablemente también presentan unos bajos ingresos. Estas barreras pueden ser el precio de la entrada, considerado en términos absolutos o con relación al precio de bienes y servicios sustitutivos; o cualquiera de los muchos gastos adicionales que comporta asistir a una actividad cultural fuera del hogar.
Las barreras no monetarias pueden ser físicas o psicológicas, o incorporar elementos de ambas. En primer lugar, en el mercado de la alta cultura existe la tendencia bien documentada a una fuerte centralización, no solo hacia las grandes ciudades, sino también dentro de ellas. El entorno físico, junto con la ubicación y el tipo de producción, también pueden dificultar una mayor participación por parte de las personas con bajos ingresos y/o con un bajo nivel educativo. Por ello, los gobiernos han intentado ‘sacar la alta cultura’ de las imponentes instituciones que la acogen o en las que se desarrolla para llevarlas a entornos más familiares, como escuelas, centros comunitarios, iglesias, etc.
Es posible que las personas con un bajo nivel educativo presenten más problemas de salud que los integrantes de otros grupos o que pertenezcan a grupos de mayor edad y, por consiguiente, tengan una menor movilidad. Ello podría explicar su baja asistencia, no solo a actividades y espectáculos relacionados con el arte y la cultura, sino también a otras iniciativas.
Preferencias
Sin embargo, puede que el verdadero obstáculo a un mayor consumo de ‘alta cultura’ por parte de los ciudadanos con un bajo nivel educativo obedezca a una mera cuestión de preferencias. Podría argumentarse que la ecuación es muy simple: las personas con ciertas capacidades/aptitudes permanecen más tiempo en el sistema educativo, alcanzan unos niveles de cualificación superiores, tienen ingresos más altos y tienden a preferir ciertas formas de arte y cultura. Podría argumentarse que las personas con un nivel de educación similar, pero que en su juventud estuvieron expuestas a una cultura distinta presentarán tasas de consumo distintas en la edad adulta. No obstante, aunque fuera posible demostrar estas diferencias, lo más probable es que fueran mínimas al compararlas con las diferencias según una categoría educativa más amplia. Si las preferencias constituyen el verdadero obstáculo a una mayor asistencia a ciertas formas de arte y cultura por parte de las personas con bajos ingresos/bajo nivel educativo, no debería sorprendernos que las políticas no hayan conseguido corregir esta situación en el pasado.
Keaney (2008) aporta sólidas pruebas al respecto, como los exhaustivos estudios de consumo cultural en Inglaterra que revelan que para muchas personas el verdadero obstáculo es que no están interesadas en la oferta, lo que equivale a decir que la alta cultura financiada con fondos públicos no forma parte de sus preferencias. El porqué es otra cuestión, pero los datos sugieren que la capacidad para apreciar determinadas formas de arte y cultura requiere tiempo y un cierto nivel de capacidad cognitiva que se adquiere (como mínimo hasta cierto punto) con una asistencia sucesiva, unida a la familiaridad y la comprensión. Lo que Keaney (2008) señala de forma inequívoca es que, en cualquier caso, el precio no es el verdadero problema.
Al respecto, podría ser interesante examinar la situación relativa a España. En el conjunto de la UE, el 50% de los ciudadanos indicaron la falta de interés como la razón para no asistir a un ballet/danza/ópera; en España, el 44% alegaron este motivo. Solo el 14% de los ciudadanos europeos dijeron que era «demasiado caro», frente al 21% registrado en España. Esta pauta se repite en las visitas a las bibliotecas. En la UE, el 43% declararon falta de interés; el 27%, falta de tiempo; y solo el 3% mencionaron el precio. Las cifras relativas a España fueron del 44%, 28% y 3%, respectivamente; es decir, casi idénticas tras el ajuste por error de muestreo. Un impresionante 72% de los españoles mencionan la falta de interés o la falta de tiempo como las razones por las que no van a una biblioteca.
Una encuesta del Eurobarómetro de 2013 arroja más luz sobre el debate en relación con la variación por nivel educativo (véase la tabla 2). Se pidió a los encuestados que identificaran las barreras que les impiden acceder a la cultura, en términos de falta de interés, falta de tiempo, precio, oferta limitada en la zona, falta de información y no sabe/no contesta. Los resultados son sorprendentes. Según se observa en la tabla 2, los que registran la menor asistencia son, con creces, los ciudadanos que solo han recibido formación hasta los 15 años de edad, y casi la mitad de ellos indicaron como principal motivo la falta de interés.
La variación por nivel educativo también es sorprendente. Por ejemplo, solo el 17% de los que han recibido formación hasta 20+ años indican la falta de interés como la razón para no visitar monumentos históricos, y el 26% para no ir al teatro. Solo el 4% de los que han cursado estudios hasta los 15 años citaron el «precio» como la razón principal y la falta de tiempo como la segunda razón más importante, seguida, a cierta distancia, de una «oferta limitada» en la zona. La falta de tiempo destaca como el factor fundamental para los que han cursado estudios hasta 20+ años: ello llama la atención, en especial, con respecto a visitar monumentos históricos. Hasta el 47% indicaron la falta de tiempo como una razón, frente a solo el 17% que señalaron falta de interés y el 6% el precio.
Dicho de otro modo, según los datos indicados en este trabajo y otros, podría argumentarse que los ciudadanos con niveles educativos más bajos muestran una baja preferencia por la denominada «alta cultura», y de ahí que no deseen asistir a actividades relacionadas con ella; no obstante, aprecian y participan en formas de cultura que no disfrutan de una importante financiación pública; en el ámbito de la música cabría destacar, por ejemplo, el rock clásico, la música eclesiástica, el gospel, y la música latina y popular.
5. Explicaciones e implicaciones políticas
Este ensayo se centra en la composición desigual por nivel educativo en la asistencia a la principal oferta artística y cultural financiada con fondos públicos y los posibles obstáculos a una distribución más uniforme, y se han aportado datos al respecto. No cabe duda de que la variación por nivel educativo es, en efecto, muy acentuada. También está claro que las razones no son tanto una cuestión de precio como, principalmente, de preferencias. En tal caso, ¿qué determina las distintas preferencias por la oferta cultural pública según el nivel educativo?
Posibles explicaciones de la variación en preferencias por nivel educativo
Se ha escrito ampliamente sobre el papel de la participación cultural y el estatus. Notten, et al. (2013), por ejemplo, resumieron las referencias básicas y examinaron las distintas explicaciones de la variación por nivel educativo en la participación cultural; a saber, el estatus y la capacidad cognitiva. La primera sugiere que las personas participan en la vida cultural principalmente como una expresión de su condición social. Así, según este argumento, los individuos con una sólida formación participan en la alta cultura porque ello refleja su pertenencia a la élite. En la medida en que el consumo cultural esté impulsado por la motivación del estatus, la variación relacionada con educación y participación cultural se puede esperar simplemente por este motivo.
Sin embargo, hay quienes sostienen firmemente que la participación cultural es, en esencia, una función de la capacidad cognitiva de un individuo. En este contexto, la educación se interpreta como un indicador indirecto de la capacidad de una persona para procesar información. Se argumenta que los individuos con más capacidad prefieren actividades culturales que ofrezcan una información más compleja que les permita satisfacer sus necesidades cognitivas. Por lo tanto, según Notten et al (2013), «el nivel educativo de una persona se relaciona con una forma específica de participación cultural, no tanto por los beneficios en términos de estatus que dicha participación puede generar o expresar, sino, simplemente, por las competencias en procesamiento de información que requiere» (p. 8).
Los datos indicados en este artículo sugieren que, sin duda, no es el precio ni la falta de instalaciones adecuadas y de buena calidad lo que disuade de consumir alta cultura. La falta de interés es, con creces, la principal barrera, y ello podría obedecer a la falta de interés por el estatus entre los grupos con un nivel educativo más bajo y/o a la falta de capacidad para procesar información. Con independencia de cuál sea la explicación correcta, ello significa que una intervención basada en el precio o en programas de divulgación no se traducirá significativamente en un mayor consumo por nivel educativo, tal y como atestiguan los datos antes señalados. Ello sitúa nuevamente el debate en las cuestiones de equidad relacionadas con una financiación continua de la alta cultura mediante fondos públicos.
¿Una preocupación política?
La principal preocupación política que surge de una pauta de asistencia a actos culturales desigual por nivel educativo es que el grueso del dinero público se destina a la alta cultura; es decir, a aquellas formas de cultura que los ciudadanos con bajos ingresos y/o un bajo nivel cultural no consumen.
Debe recordarse, sin embargo, que la financiación pública de la alta cultura no se justifica únicamente —ni siquiera principalmente— por mejorar el acceso de los ciudadanos con un bajo nivel educativo. Por ejemplo, el argumento de la innovación/experimentación para las subvenciones públicas no depende del nivel y/o composición de los asistentes iniciales a la forma cultural subvencionada. Los otros argumentos de beneficios colectivos relacionados con la identidad nacional, los efectos económicos secundarios y el orgullo/prestigio nacional tampoco están vinculados necesariamente con la composición del público.
Además, también se debe ser prudente en otros frentes antes de afirmar que la financiación pública de la alta cultura es regresiva y desvía dinero de los pobres a los ricos.
En primer lugar, las subvenciones públicas pueden, en efecto, beneficiar a los productores y no a los consumidores de la forma de cultura en cuestión, y el perfil socioeconómico de los productores podría diferir significativamente del de los consumidores de alta cultura. La cuestión de si son los productores (artistas, directores, etc.) los que se benefician (en forma de mejores salarios y condiciones de trabajo) de las subvenciones, o los consumidores (en forma de precios más bajos o producciones de mejor calidad), es clave para este debate y un asunto aún no resuelto en su mayor parte.
No obstante, la cuestión crucial que nos ocupa es hasta qué punto los contribuyentes corrientes se benefician de las subvenciones de la denominada «alta cultura». Cuanto mayor sea el beneficio público, menor será la subvención —si hay alguna— destinada al beneficio privado de los asistentes. Aunque se ha intentado estimar la escala del beneficio público, las dificultades de estimación en este sentido son de tal magnitud que en última instancia son los políticos los que deben opinar/decidir.
Es importante destacar, una vez más, que una distribución desigual del consumo de alta cultura financiada con fondos públicos no empaña necesariamente la imagen de las políticas culturales. Existen otros objetivos de financiación de la cultura —como fomentar la innovación y la experimentación en las artes y la cultura, o atraer a turistas/empresas extranjeras— que podrían reportar importantes beneficios para el contribuyente corriente, pese a una manifiesta distribución muy desigual del consumo.
Por consiguiente, quizá sería más oportuno que los responsables políticos se centraran en los dos primeros aspectos de acceso señalados; a saber, garantizar la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades y, cuando se haya conseguido, no preocuparse en exceso por la igualdad de consumo. En este caso, sin embargo, debe documentarse de forma constante que la financiación de las artes y la cultura con fondos públicos reporta beneficios para el contribuyente corriente y no solo para sus consumidores.
John W. O’Hagan
Departamento de Economía
Trinity College, Dublín, Irlanda
6. Referencias
Falk, M., y T. Katz-Gerro (2016): «Cultural participation in Europe: can we identify common determinants?», Journal of Cultural Economics, 40(2).
Keaney, E. (2008): «Understanding arts audiences: existing data and what it tells us», Cultural Trends, 17.
Notten, N., B. Lancee, H. van de Werfhorst y H. Ganzeboom (2013): «Educational stratification in cultural participation: cognitive competence or status motivation?», Ámsterdam: GINI Discussion Paper.
O’Hagan, J. (2014): «Attendance at/participation in the arts by educational level: evidence and issues», Homo Oeconomicus, 31(3).
O’Hagan, J. (1996): «Access to and participation in the arts: the case of those with low incomes/educational attainment», Journal of Cultural Economics, 20(3).
Villarroya, A., en cooperación con V. Ateca-Amestoy (2015): «Spain», en Compendium. Cultural Policies and Trends in Europe.
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