Al interpretar estas diferencias en el desarrollo escolar es preciso tener en cuenta cómo se establece la causalidad. El hecho de que dos factores estén relacionados —en este caso, la estructura familiar y el rendimiento educativo— no supone automáticamente que uno sea la causa del otro. Para ilustrar este aspecto, basta decir que los niños que viven en casas alquiladas no tienen peor rendimiento escolar porque alquilar la vivienda sea una experiencia determinante, sino por los demás rasgos típicos de las personas que alquilan su vivienda. Por ejemplo, los inquilinos de un hogar suelen tener menos dinero que si son propietarios del mismo. Además, entre ellos hay un porcentaje mayor de residentes en barrios desfavorecidos. En consecuencia, se podría decir que las diferencias en materia de finalización del ciclo escolar entre esos dos grupos tienen que ver con el dinero, no con el régimen de tenencia de la vivienda que se habita.
Lo mismo puede decirse de las familias en las que los niños no conviven con su padre o con su madre biológicos. Uno de los aspectos llamativos de los cambios observados en las últimas décadas es que las familias con un nivel de estudios bajo han cambiado mucho más que las que tienen un nivel superior. En 2011, casi el 40% de los niños cuya madre carecía de títulos académicos no vivían con su padre biológico, frente al 17% de los que tenían una madre con título universitario. Es bien sabido que los niños de progenitores con formación tienen más posibilidades de ir bien en la escuela (una pauta similar a la ilustrada en el gráfico 3). Los progenitores con educación superior transmiten capacidades y actitudes a sus hijos y pueden ayudarles a manejarse en el sistema educativo. Si muchos de los niños de hogares monoparentales tienen progenitores con poca formación, esto podría explicar que tengan menos probabilidades de terminar el ciclo escolar a su debido tiempo. En consecuencia, no está tan claro si el número de progenitores que conviven con el menor influye realmente en sus resultados escolares o si estos son peores por otros factores.

Para abordar este asunto, la primera estrategia es presentar estadísticamente los rasgos contextuales que podrían explicar las diferencias en el desarrollo escolar. Dicho de otro modo, podemos ajustar los índices de finalización del ciclo escolar en función de los niveles de estudios de las madres de los niños. Este es el ejercicio que muestra el gráfico 5.
El primer conjunto de columnas del gráfico 5 presenta las diferencias, no ajustadas, de probabilidad de no haber terminado la ESO, ya observadas en el gráfico 3. El segundo conjunto de columnas representa dichas diferencias, pero ahora tiene en cuenta un conjunto de factores contextuales como el nivel de estudios de la madre, la comunidad autónoma y si los hijos han nacido en el extranjero. Aquí las diferencias entre los grupos son ligeramente inferiores, lo cual indica que los rasgos contextuales contribuyen a explicar por qué los niños que conviven con un solo progenitor tienen peores resultados escolares que los que viven con el padre y la madre biológicos.
No obstante, después de tener en cuenta estos factores, sigue habiendo un 4% de diferencia entre los dos grupos de niños. Está claro que existen muchos otros elementos contextuales que en teoría podrían tenerse en cuenta y que no figuran en los datos del censo. En consecuencia, sigue siendo posible que esa diferencia del 4% entre los grupos se deba a terceros factores. Con todo, también es probable que parte de esa diferencia refleje en realidad algo privativo de los niños que viven con un único progenitor biológico.

Antes se ha apuntado que a los niños que viven con un único progenitor se les suele criar de otra manera, tienen más probabilidades de vivir en un hogar con dificultades económicas y puede que en el pasado hayan tenido que adaptarse psicológicamente a la separación de sus padres. El tercer conjunto de columnas permite evaluar en parte el peso de una de esas tres explicaciones: las diferencias en la situación económica. Este tercer conjunto representa estadísticamente las diferencias respecto a la situación laboral de la madre y un conjunto de características del hogar que inciden en el menor (además de los elementos contextuales contemplados en el segundo conjunto de barras): si la casa cuenta con calefacción e internet y cuántas habitaciones tiene. Las diferencias entre los grupos se reducen hasta alcanzar el 3% cuando incorporamos este pequeño conjunto de factores económicos. En consecuencia, es probable que estos influyan bastante para que los niños que conviven con un progenitor tengan un rendimiento escolar ligeramente inferior al de los que conviven con los dos progenitores.
Las demás diferencias podrían explicarse con datos más precisos sobre recursos económicos como la renta familiar, o recurriendo a indicadores de crianza y bienestar psicológico. Sin embargo, el censo no proporciona esa información.