-
1Estudios recientes han puesto de manifiesto que la distribución de la percepción de felicidad en España es similar a la de otros países desarrollados (en una escala 0-10, la media española es de 7,3).
-
2La cultura y el ocio contribuyen a nuestra felicidad y muchas de esas experiencias preferimos compartirlas con otros.
-
3La evidencia empírica demuestra que la simple presencia de otros –estar rodeados de gente en un concierto o en un museotiene un efecto positivo y, por tanto, nos hace más felices.
-
4Los trabajos empíricos más recientes han confirmado la denominada “paradoja de Easterlin”, de acuerdo con la cual (a partir al menos de cierto umbral) más renta o más recursos económicos no se traducen en más felicidad.
El gráfico muestra el impacto de las actividades culturales y de ocio en la escala de felicidad (de 0 a 10), así como el porcentaje de españoles que participan en cada actividad. En España, todas las actividades culturales y de ocio obtienen unas puntuaciones medias elevadas en la escala de felicidad, que oscilan entre el 7,29 y el 7,5.
- La evidencia empírica sobre consumo y felicidad muestra la importancia del apoyo público de las artes como una fuente de felicidad y del fomento de las políticas orientadas a facilitar el acceso a la cultura.
- Actuaciones dirigidas, por ejemplo, a conciliar mejor los horarios laborales para poder realizar más actividades culturales compartidas pueden tener efectos positivos sobre la felicidad.
- En este sentido, muchas ciudades, sobre todo las europeas, tienen una larga tradición de apoyo al arte, reconociendo el aspecto lúdico que tiene toda cultura, lo cual no debe ser olvidado en las políticas públicas que hayan de implantarse en relación con la felicidad.
¿Qué es la felicidad y cómo se mide? No hay consenso sobre una definición unánime del concepto, cuyo significado, además, ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Parece indudable, sin embargo, que la felicidad depende de muchos factores, entre los que destaca la participación en actividades culturales y de ocio, ya sea de forma individual o compartida. Este trabajo presenta algunos resultados relevantes, tanto en el ámbito internacional como en España, que muestran una evidencia empírica sobre esta relación.
1. Las dos dimensiones de la felicidad: individual y social
El deseo de alcanzar la felicidad es un denominador común atemporal de los seres humanos. Aunque un repaso exhaustivo de todas las líneas de investigación y su interdisciplinariedad va más allá del objetivo de este estudio, resulta interesante mencionar dos cuestiones.
La primera, referente a la naturaleza de la felicidad, distingue entre una búsqueda meramente individualista (egoísta) de la felicidad, fenómeno típico de la sociedad occidental, y una aproximación que contempla las dos dimensiones de la felicidad (Cieslik, 2015): la individual y la social (coproducida o colectiva).
La segunda cuestión, referente a los principales determinantes de la felicidad, destaca el interés creciente por la cultura y las artes como «fuente de felicidad» (Frey, 2008).
Este trabajo se propone presentar algunos resultados recientes sobre la dimensión coparticipativa (social) de la cultura y su impacto en la felicidad.
2. La «paradoja de Easterlin», o si es verdad que el dinero no da la felicidad
Durante mucho tiempo, la felicidad ha sido sinónimo de la búsqueda del bienestar material, tal como marca la visión utilitarista de la economía. Según esta visión, más renta o PIB per cápita se traduce en más satisfacción o más felicidad. Esta tesis se ha visto desafiada en las últimas cuatro décadas por la «paradoja de Easterlin», que demuestra lo contrario: trabajando con datos macroeconómicos para diferentes países, Richard Easterlin (1974) comprobó que, en términos medios, a largo plazo no había una diferencia significativa entre el nivel de felicidad percibido por la gente de los países más ricos, con necesidades básicas cubiertas, y la de los de países menos ricos.
El interés por la cuestión se ha traducido en una nueva vía de investigación, la llamada economía de la felicidad (Frey, 2008), que tiene el propósito de introducir indicadores alternativos del desarrollo material de un país para valorar las políticas y la distribución de los recursos. Bután, por ejemplo, es un país pionero en introducir la Felicidad Nacional Bruta como indicador del progreso de su sociedad.
Trabajos más recientes (Clark et al., 2012) demuestran que la «paradoja de Easterlin» sigue vigente, destacando además que, a largo plazo, se ha ido reduciendo la desigualdad observada en los niveles de felicidad percibida dentro de un mismo país; han bajado los porcentajes de los dos extremos de la escala de felicidad (poco felices y muy felices, respectivamente) y ha aumentado, en cambio, la concentración en la zona central de la escala. Ello sería equivalente a una menor dispersión y, en consecuencia, a una distribución más igualitaria de la percepción de felicidad de los encuestados.
España, Francia, Italia, Noruega y los Países Bajos son algunos de los países que, al cumplir los requisitos de selección impuestos por el estudio (como, por ejemplo, experimentar períodos de crecimiento continuo de la renta), son analizados con más detalle y muestran esta tendencia.
Así pues, este comportamiento observado en los extremos de la escala de la felicidad, en particular el de máxima felicidad, ha desplazado el interés de los investigadores hacia el componente no material de la felicidad y del bienestar. En este sentido, la pregunta y la respuesta planteadas por Bill Ivey (antiguo director del Fondo Nacional para las Artes, EE. UU.) son de mucha actualidad: «Si el sueño de tener un coche más grande, una casa más grande o unas vacaciones más exóticas desaparece, ¿qué pueden hacer los líderes políticos para seguir mejorando la calidad de vida de todos nosotros?» (Ivey, 2009).
Ivey considera que la respuesta está en tener una «vida expresiva» plena, entendida como el binomio herencia (lo que somos) y voz (lo que podemos llegar a ser). La cultura y las artes pueden ser el espacio de unión de los dos componentes del binomio, porque son una expresión de nuestras ideas e identidad (herencia), y también el espacio (voz), que nos permite experimentar emociones, crear y transmitir nuevos valores para el futuro. Según Ivey, una persona capaz de alcanzar el equilibrio entre herencia y voz puede alcanzar también la felicidad. Los gobiernos, por tanto, deberían promover una «vida expresiva» asegurando, por ejemplo, el acceso de todos a la cultura.
3. Falta de definición unánime y consiguiente complejidad de medición
La mayoría de los estudios actuales sobre la felicidad y sus determinantes tienen como característica común su creciente carácter interdisciplinario (Frey, 2008). No obstante, no hay un consenso sobre una definición o comprensión unánime del concepto de felicidad, que depende de muchos factores, como el contexto sociocultural o el ciclo vital, por lo que su significado ha ido cambiando a lo largo del tiempo.
La utilización de una gran variedad de definiciones para medir la felicidad –sentirse bien, sentirse satisfecho con la vida, ausencia de emociones negativas, etc.– dificulta la interpretación y las comparaciones entre países, razón por la cual a menudo se suele utilizar el concepto de «bienestar subjetivo» o «autopercibido» como sinónimo. Ambos conceptos –felicidad y bienestar– se consideran subjetivos al tratarse de valoraciones individuales.
Algunos estudios establecen dos grandes categorías: el bienestar evaluativo y el afectivo o emocional (Fujiwara y MacKerron, 2015).
En el primer caso, los individuos autovaloran su nivel de felicidad o de bienestar. El Barómetro de Opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS, 2014) hace, por ejemplo, la siguiente pregunta a los encuestados: «En términos generales, ¿en qué medida se considera Ud. una persona feliz o infeliz?», pidiéndoles que indiquen su autovaloración en una escala de 0 a 10 (siendo 0 «completamente infeliz» y 10, «completamente feliz»).
En cambio, el bienestar afectivo mide los sentimientos positivos (felicidad) y los negativos (ansiedad, estrés, cansancio, etc.) experimentados por una persona en tiempo real, por ejemplo, en diferentes momentos a lo largo del día. La dificultad que supone la recogida de la información (tiempo y coste) hace que las medidas basadas en el bienestar afectivo sean más escasas, aunque internet y las aplicaciones online en dispositivos móviles las facilitan (Fujiwara y MacKerron, 2015).
En el gráfico 1 se presenta la distribución de la percepción de felicidad medida por la encuesta del CIS (2014), que tiene una media de 7,3 (escala 0-10) y el 8 como el valor que más se repite. La encuesta incluye un total de 2.465 individuos mayores de edad y los datos indican también que casi el 50% de los encuestados se autovaloran por encima de 7 y más del 20%, por encima de 8. Una escala recodificada en tres niveles, (0-2, no muy feliz; 3-8, bastante feliz; 9-10, muy feliz) utilizada por Clark et al. (2012) muestra que el 76,4% de los entrevistados se autoperciben como bastante felices, el 22,1% como muy felices y solo un 1,5% como poco felices. Estudios recientes han puesto de manifiesto que la distribución de la percepción de felicidad en España es similar a las de otros países desarrollados (ibidem).
4. Relación entre consumo cultural y felicidad
La evidencia empírica ha puesto de manifiesto el efecto positivo de las actividades culturales y de ocio en la felicidad y el bienestar: así, por ejemplo, ver la televisión, ir al cine, escuchar música o leer libros tienen un efecto positivo en la felicidad de las personas que las practican (Ateca-Amestoy et al., 2016); ir al cine es de las que más efecto tiene y ver la televisión el que menos. El estudio, con datos de 2007, es relevante porque, aunque no incluya datos sobre España, hace referencia a treinta países de todo el mundo. Wheatley y Bickerton (2017) analizan datos del 2010-2011 para el Reino Unido y confirman también que la participación en actividades artísticas, culturales y deportivas aumenta la satisfacción con la vida y la sensación general de felicidad de los encuestados. Otros estudios disponibles en la World Database of Happiness (Veenhoven, 2017) indican también que el consumo cultural nos hace más felices.
En un sentido similar, un estudio de Fujiwara y MacKerron (2015) estima en tiempo real el impacto de la participación en diferentes actividades culturales (y no culturales) sobre la felicidad y la sensación de relajación. Los datos del estudio se recogieron a través del proyecto Mappiness (una aplicación especialmente diseñada para Apple iPhone) en el período 2010-2011, para más de un millón de personas del Reino Unido. A pesar de algunas consideraciones sobre la representatividad de los datos, los resultados demuestran que las actividades culturales destacan entre las que tienen un mayor impacto sobre la felicidad y la sensación de relajación (tabla 1).
En el ranking global de las cuarenta actividades medidas, asistir al teatro, danza y conciertos ocupa el segundo lugar en relación con su impacto sobre la felicidad, seguido por cantar y actuar (tercer lugar), ir a exhibiciones, museos, bibliotecas (cuarto lugar), practicar hobbies, artes, manualidades (sexto lugar), escuchar música (decimotercero) y leer (decimonoveno) (tabla 1).
5. ¿Qué actividades aportan felicidad a los españoles?
En el caso de España, un análisis exploratorio de los datos del CIS (2014) permite observar las puntuaciones de las actividades culturales y de ocio en la escala de felicidad (de 0 a 10) así como el porcentaje de los que participan en cada actividad. Todas las actividades tienen unas puntuaciones medias elevadas en la escala de felicidad, oscilando entre 7,29 y 7,5. En general, los datos confirman resultados de otros estudios (Ateca-Amestoy et al., 2016) aunque, eso sí, se necesitan más análisis para determinar si las diferencias observadas en las medias de la felicidad son o no significativas. Actividades como ir al cine o al teatro se sitúan entre las más valoradas en el ranking de la felicidad a pesar de no tener la mayor frecuencia, mientras que otras, practicadas por más gente (mayor frecuencia), como ver la televisión, son menos valoradas en el ranking de la felicidad (gráfico 2).
Del conjunto de datos se podría inferir que las actividades asimiladas como alcanzables e incorporadas a nuestra vida diaria, con el tiempo, acaban contribuyendo menos a nuestra felicidad.
6. La realización de actividades culturales en compañía aumenta la felicidad
Estudios que han analizado los determinantes de la felicidad coinciden en resaltar la importancia de las conexiones con los demás, la familia en particular, los amigos y las redes sociales, para ser más felices (Barker y Martin, 2011). Los datos del CIS (2014) reflejan que también en España los aspectos relacionales están vinculados a la felicidad; en la lista de los quince elementos incluidos en la encuesta, después de la salud (50,2% de los encuestados), llevarse bien con la familia ocupa el segundo lugar (10,2%), seguido de cerca por tener buenos amigos (5,9%).
Barker y Martin (2011) se centran en el binomio mayor participación- mayor felicidad en tres ámbitos: familiar, laboral y político. La revisión de la bibliografía les permite confirmar la existencia de un efecto positivo, especialmente a través de la construcción de relaciones personales y de la ayuda a los demás (por ejemplo, en el lugar de trabajo). Bryson y MacKerron (2013) comprobaron también que somos más felices si podemos trabajar desde casa y, si estamos en el trabajo, somos más felices trabajando con los compañeros que solos.
En cualquier caso, los estudios sobre la felicidad o el bienestar cuando las actividades culturales y de ocio son compartidas con otros son más bien escasos. Harmon (2016) ha comprobado que las parejas que comparten actividades de ocio aumentan su «capital marital», lo que influye en el bienestar personal, en el de la pareja y también en el colectivo. Las emociones positivas experimentadas como resultado de compartir la actividad de ocio estimulan el deseo de compartir más actividades de ocio en el futuro con la pareja y con los amigos.
Fujiwara y MacKerron (2015) estiman el impacto que tiene sobre la felicidad y la sensación de relajación compartir con otras personas (pareja, hijos, familiares, colegas, clientes del trabajo, amigos u otros) las diferentes actividades culturales. Los resultados indican que la simple presencia de otros –estar, por ejemplo, rodeados de gente cuando vamos a un concierto o a una exposición– tiene un efecto positivo y, por tanto, nos hace más felices. Cuando las actividades realizadas se comparten e interaccionamos con otros, los efectos estimados son significativos y positivos solo para algunas actividades culturales como, por ejemplo, cantar con los hijos (para la sensación de relajación). El estudio, sin lugar a duda, abre una vía interesante de investigación sobre los posibles factores explicativos de estos efectos de interacción.
En el caso de España, los datos del CIS (2014) permiten distinguir entre actividades culturales y de ocio más propensas a ser realizadas en solitario (leer, escuchar música, oír la radio) o compartidas (con la pareja, amigos o familiares), como ir a dar un paseo, ir a bares y discotecas, ir de compras o ver la televisión (gráfico 3).
En el gráfico 4 podemos observar un desglose de las actividades compartidas por tipo de compañía (con la pareja, amigos o familiares). Los datos muestran que con los amigos preferimos ir a bares y discotecas (38%), jugar a algo (29,5%) o acudir a conciertos o espectáculos musicales (23,7%) o deportivos (23,2%); con la pareja preferimos ir a dar una vuelta o un paseo (46%), ir de compras (38,6), ver la televisión (37,3%), ir al cine y al teatro (36,3%) o ir de excursión al campo (34,2%).
En lo referente a la interacción con los demás a la hora de realizar diferentes actividades culturales y de ocio, y su efecto sobre la felicidad, los resultados presentados en el gráfico 5 muestran que en la mayoría de las actividades culturales y de ocio hay un mayor porcentaje de personas que se perciben como felices o bastante felices cuando están en compañía. Solo para algunas actividades que habitualmente se realizan en solitario, como leer, escuchar música, hacer trabajos manuales u oír la radio, la proporción de los que se perciben como bastante felices o muy felices es mayor sin compañía.
Los datos de la misma encuesta sobre el tiempo compartido con otros indican que los fines de semana preferimos compartirlos con la familia (pareja, hijos), mientras que durante la semana pasamos la mayor parte del tiempo con los compañeros de trabajo o de estudios. Si para algunas actividades, como los eventos deportivos, una participación regular es importante para un efecto positivo en el bienestar, para las actividades culturales hay estudios que demuestran que la frecuencia no es determinante (Wheatley y Bickerton, 2017).
7. Conclusiones
La evidencia empírica existente sobre consumo cultural y felicidad muestra la importancia del apoyo público de las artes como una «fuente de felicidad» (Frey, 2008) y del fomento de las políticas orientadas a facilitar el acceso a la cultura (O’Hagan, 2016). Los resultados presentados aquí, en particular trabajos como el de Fujiwara y MacKerron (2015), ponen de manifiesto la necesidad de seguir investigando sobre el efecto de la coparticipación en las actividades culturales y de ocio en la felicidad y el bienestar.
En el caso de España, los resultados tienen un carácter exploratorio, por lo que se necesitan más análisis para cuantificar efectos como los estimados en otros países como el Reino Unido y poder realizar comparaciones. No obstante, lo que sí indican los datos es que preferimos compartir muchas actividades culturales y de ocio porque así nos sentimos más felices. Actuaciones orientadas, por ejemplo, a conciliar mejor los horarios laborales para poder realizar más actividades culturales compartidas pueden tener efectos positivos sobre la felicidad. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación pueden ayudar, a través de aplicaciones especialmente diseñadas, a recopilar información en tiempo real sobre el impacto de algunas actividades culturales concretas.
El desarrollo del pensamiento social de las últimas décadas nos acerca a la noción de que la felicidad exige tanto el progreso material como el progreso moral, lo cual nos plantea la necesidad de pensar en nuevos valores éticos y sociales que sustituyan el principio individualista alimentado por la dinámica de la economía de mercado. En este sentido, muchas ciudades, sobre todo las europeas, tienen una larga tradición de apoyo al arte público y, por extensión, al arte urbano (siendo Roma el ejemplo histórico por excelencia), así como a las artes y tradiciones locales (fiestas y celebraciones), reconociendo el aspecto lúdico que tiene toda cultura, lo cual no debe ser olvidado en las políticas públicas nuevas en relación con la felicidad.
Por último, se debe reivindicar la importancia de la dimensión colaborativa de la felicidad. En este caso concreto, en relación con las artes y la cultura, significa en realidad reivindicar el lugar del otro como parte intrínseca e inseparable del yo individual. Como dice la Ética de Spinoza, «mi mente, así como mi cuerpo, se explica a través de las relaciones con otras mentes (otras ideas e imágenes, otros recuerdos…)». Nuestra felicidad individual se alimenta, pues, también de la felicidad de los otros.
8. Referencias
Ateca-Amestoy, V., M. Gerstenblüth, I. Mussio y M. Rossi (2016): «How do cultural activities influence happiness? Investigating the relationship between self-reported well-being and leisure», Estudios Económicos, 31(2).
Barker, C.J., y B. Martin (2011): «Participation: the happiness connection», Journal of Public Deliberation, 7 (1).
Bryson, A., y G. MacKerron (2013): Are you happy while you work? Discussion Paper no. 1187, Centre for Economic Performance, Londres. Centro de Investigaciones Sociológicas (2014): Barómetro de noviembre 2014, Madrid: CIS.
Cieslik, M. (2015): «‘Nor Smiling, but Frowning’: Sociology and the Problem of Happiness», Sociology, 49(3).
Clark, A.E., S. Flèche y C. Senik (2012): The great happiness moderation, Discussion Paper Series, Forschungsinstitut zur Zukunft der Arbeit, No. 6761.
Easterlin, R.A. (1974): «Does economic growth improve the human lot? Some empirical evidence», en P.A. David y M.W. Reder (eds.): Nations and households in economic growth: essays in honor of Moses Abramovitz, Nueva York y Londres: Academic Press.
Frey, B.S. (2008): Happiness: a revolution in economics, Cambridge, MA y Londres: MIT.
Fujiwara, D., y G. MacKerron (2015): Cultural activities, artforms and wellbeing, Manchester: Arts Council England.
Harmon, J. (2016): «Couples and shared leisure experiences», World Leisure Journal, 58(4).
Ivey, B. (2009): «Expressive life and the public interest», en S. Jones (ed.): Expressive lives, Londres: Demos.
O’Hagan, J.W. (2016): «La asistencia a actividades artísticas y culturales financiadas con fondos públicos», Observatorio Social de ”la Caixa”.
Veenhoven, R. (dir.) (2017): World Database of Happiness, Erasmus University Rotterdam, Happiness Economics Research Organization.
Wheatley, D. y Bickerton, C. (2017): «Subjective well-being and engagement in arts, culture and sport», Journal of Cultural Economics, 41.
Clasificación
Etiquetas
Temáticas
Contenidos relacionados
La geopolítica de los grandes cambios
Cambios políticos, socioeconómicos y tecnológicos. Estamos inmersos en grandes cambios que merecen un análisis geopolítico. Para ver dónde estamos y hacia dónde vamos, junto con el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals, debatiremos acerca de los nuevos retos industriales y tecnológicos en este ciclo de conferencias.
El turismo, ante el reto de la sostenibilidad
Turismo y sostenibilidad: ¿realidad disyuntiva o conciliadora? El turismo es una actividad económica de gran importancia, pero ¿cómo podemos aplicarle una perspectiva de sostenibilidad? En este ciclo de conferencias reflexionaremos sobre la esencia del viaje, su capacidad transformadora, su vínculo con la ética y el feminismo y su relación con la tecnología.
¿Cómo son las condiciones laborales y de vida de los artistas y profesionales de la cultura?
¿Se puede vivir del arte? Según este estudio, más de la mitad de los profesionales perciben dificultades a la hora de vivir de su trabajo y el 60% declaran ganar menos de 1.500 euros. El colectivo más vulnerable es el de los artistas jóvenes.
«Los jóvenes en riesgo de exclusión que entran en contacto con el arte mejoran sus logros académicos y su compromiso cívico y social»
¿Hasta qué punto el arte contribuye a la integración social? Hablamos con Sunil Iyengar sobre el acceso a la cultura en condiciones de igualdad.
«La cultura pertenece a las clases altas. Cuesta atraer a la cultura a las familias con niveles de educación más bajos»
¿Cómo aumentar el consumo cultural de las nuevas generaciones y, especialmente, el de aquellas familias con niveles educativos más bajos? Françoise Benhamou aporta algunas claves en esta entrevista.