Reseña
Entre la complacencia y el sueño contraproducente
Los conocidos académicos que han escrito estos dos libros adoptan un estilo divulgador y accesible, reconociendo mutuamente sus méritos en las contraportadas. En ambos casos, son los subtítulos los que revelan el meollo de la cuestión. Los autores son catedráticos — Cass Sunstein de Derecho y Tyler Cowen de Economía–, comparten la preocupación por el declive de EE UU y señalan los problemas que el país tiene por delante.
Reflexionando sobre el estado de la economía y la sociedad estadounidenses en las dos últimas décadas, ambas obras remiten en sus notas, tanto a un amplio abanico de investigaciones académicas de índole jurídica, sociológica y económica, como a artículos de la prensa. Con esporádicas alusiones al mundo exterior, los dos se centran casi por completo en EE UU, y abordan diferentes aspectos de la supuesta degeneración de la vida pública del país: Sunstein denuncia la decadencia de los foros públicos, en tanto que Cowen describe detalladamente la del progreso económico y el resultante freno al crecimiento y la redistribución de la renta. Al final, uno y otro llegan por distintas vías a un mismo diagnóstico: la sociedad estadounidense está profundamente dividida y la democracia corre peligro.
#Republic: Divided Democracy lo componen 11 capítulos que se ocupan de los diferentes aspectos que, para Sunstein, conforman el peligro que se cierne sobre la democracia y la forma de vida de EE UU: el efecto pernicioso de las llamadas «cajas de resonancia» que emanan de la utilización de tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que permiten a la gente aislarse de informaciones e interacciones inoportunas e indeseadas. El hashtag del título ya indica que estamos hablando de medios sociales. Por su parte, la «República» alude a los ideales de los artífices de la Constitución de EE UU, defensores del pluralismo, y a la 1ª Enmienda, que garantiza el derecho a la libertad de expresión que en todo el mundo se considera esencial para la democracia. Según Sunstein, que, citando los Principios de economía política de John Stuart Mill, alude al valor que tiene «no dejar de comparar las propias concepciones y costumbres [humanas] con la experiencia y el ejemplo de otras personas en distintas circunstancias», lo trágico es que las mismas tecnologías que nos permiten saber de casi todo, también nos permiten protegernos de lo que él denomina «casualidad»: encuentros fortuitos con perspectivas y culturas ajenas.
Sunstein comienza por analizar el «Yo cotidiano»: la dosis diaria de información, blogs, medios sociales, noticas deportivas o culturales que, seleccionada por uno mismo o generada mediante algoritmos, nos saluda cada mañana al conectar nuestros dispositivos electrónicos. En el capítulo 2 se demuestra que, en la actualidad, la mayoría de la gente recibe noticias filtradas por Facebook o (con menos frecuencia) plataformas similares. La consecuencia es que todo acaba retroalimentándose: escuchas lo que quieres escuchar, pero no opiniones que te contradigan. En líneas generales, esta cultura se caracteriza por una homogeneidad blindada e incuestionada, algo que, según Sunstein, es muy preocupante para la sociedad y el gobierno democráticos. Este autor lamenta la pérdida, tanto de experiencias y encuentros fortuitos positivos, como de foros públicos en los que unas y otros podrían y deberían tener lugar.
Los siguientes capítulos, «Polarización» y «Cibercascadas», ahondan en su tesis de que internet proporciona oportunidades enormes para el aislamiento frente a opiniones contrarias a la propia, y el debate únicamente con personas de ideas afines. Con las cibercascadas, la información y las opiniones seleccionadas, independientemente de que sean verdaderas o falsas, o propaganda terrorista, se extienden sin control entre otros que se han blindado frente a ideas contrarias a las suyas. Los capítulos posteriores desarrollan los presupuestos de Sunstein sobre los riesgos que conlleva la fragmentación social. En «¿Qué es la regulación?: un ruego», el autor presenta otra de sus grandes preocupaciones: «Existen profundas diferencias entre quienes insisten en la soberanía del consumidor y quienes hacen hincapié en las raíces democráticas del principio de libertad de expresión». Él cree que tras la regulación de internet lo que subyace es la eliminación de ambas cosas; la libertad de elección que promueve la esfera económica y el carácter imprescindible de la libertad de expresión para la democracia son dos cosas bien distintas.
El capítulo 8, dedicado precisamente a la libertad de expresión, analiza la regulación constitucional de ese derecho, señalando que no hay absolutos, que siempre ha estado limitado por las leyes, para evitar, por ejemplo, que se abogue por la sedición o la violencia. Acto seguido, Sunstein plantea medidas para fortalecer la legislación sobre libertad de expresión que contempla la Constitución, reconociendo al tiempo que lo único que se puede hacer es fomentar la deliberación democrática. El capítulo 10, «Terrorismo.com», analiza la tendencia a legislar sobre libertad de expresión, considerando que las amenazas terroristas y los virus informáticos son un peligro claro e inminente: para Sunstein, no podemos dejar las cosas tal como están. El último capítulo, «#República», insiste en la necesidad de fortalecer el discurso público con el fin de rescatar los ideales democráticos estadounidenses de los efectos del aislamiento y las «cajas de resonancia».
Por su parte, Tyler Cowen se centra en la complacencia que impera en la vida económica, una preocupación que, según demuestra el resto del libro, comparte con Sunstein. La «clase complaciente» del título la componen los situados en los tramos superiores de renta; no necesariamente la élite gobernante, aunque esta tampoco llega a comprender las profundas divisiones que surcan la sociedad de EE UU. Se empieza por describir los elementos que componen esa complacencia en «La clase complaciente y sus peligros»: la pérdida del carácter emprendedor, la búsqueda excesiva de calma (mediante la medicación) y seguridad (sobre todo para los hijos), la falta de movilidad geográfica y el deseo de que «todo cuadre», buscando, por ejemplo, pareja en la propia clase social y asentándose en las mismas zonas de la ciudad. Los siguientes capítulos se preguntan «¿Por qué los estadounidenses han dejado de trasladarse o es que tu patria chica es tan especial?» y analizan un problema afín, el resurgimiento de la segregación, viendo en ambas cosas lamentables causas de la división social.
En el capítulo 4, «¿Por qué los estadounidenses dejaron de crear?», Cowen se preocupa por las repercusiones del estancamiento económico de EEUU en los últimos años, que han generado mayores diferencias económicas, sociales y raciales que en la generación anterior. La caída de la productividad ha acabado con el sueño americano de pasar de la pobreza a la riqueza, o por lo menos con la movilidad social y económica ascendente. El autor cree que Silicon Valley y la revolución de las TIC presentan un dinamismo y un impulso excepcionales, que las «supercompañías» innovan y pagan bien a sus trabajadores, pero que están «inmersas en una cultura aletargada». En consecuencia, los pobres apenas confían en mejorar su situación, lo cual puede suponer una amenaza para el conjunto de la sociedad, que la clase complaciente ignora. «¡Qué alivio que todo cuadre!: disfruta de la música e incluso de tu perro» explica con detalle de dónde proceden tanto la complacencia como las crecientes divisiones que sufre la sociedad estadounidense. El capítulo 6, «¿Por qué los estadounidenses dejaron de amotinarse y legalizaron la marihuana?», plantea que incluso los pobres y los afroamericanos parecen relativamente satisfechos, aunque su situación económica haya empeorado. A continuación, el libro se centra momentáneamente en China y en su dinamismo económico y elevada movilidad, en su día prerrogativa de EE UU, viendo en ella un contrapunto a la parálisis estadounidense.
En el capítulo 8, «El estancamiento político, la disminución de la verdadera democracia y Alexis de Tocqueville, profeta de nuestro tiempo», Cowen señala la lucidez que mostró este pensador francés del siglo XIX al observar EE UU y pronosticar lo difícil que sería mantener el capitalismo a largo plazo. Después de asegurar que «los estáticos EE UU tienen un Gobierno estático», Cowen apunta su pronóstico principal: dado que la mitad del presupuesto federal está bloqueado por el gasto obligatorio en programas sociales y por leyes nacionales, apenas tiene flexibilidad para afrontar cualquier crisis inminente sin subir los impuestos o hacer recortes que la clase complaciente no toleraría. Sin embargo, la parálisis antes apuntada y sus problemas podrían acabar explotando en forma de crisis, que Cowen observa en el capítulo final, «El regreso al caos y por qué la clase complaciente no aguantará»: el declive de la confianza de los estadounidenses en su propio Gobierno, la amenaza de que el mundo exterior genere un caos todavía mayor y el regreso al ciclo económico.
¿Por qué, según Cowen, la búsqueda del sueño americano es contraproducente? Porque, al haber obtenido lo que deseaban, los estadounidenses más acaudalados han dejado de empeñarse en aumentar su riqueza y se limitan a disfrutarla en la comodidad de su hogar y porque, a pesar de que las divisiones económicas y sociales son mayores, los desfavorecidos no protestan. Como Sunstein señala, el hábito compulsivo de utilizar medios sociales personalizados y filtrados también conduce a la segregación cultural y política y a la complacencia, y ahí radica precisamente el vínculo entre estos dos libros y sus autores. Aunque tratan de EE UU, los dos muestran preocupaciones que seguramente también tengan que ver con la estabilidad económica y la democracia en Europa.