Entrevista
«No hay evidencias para afirmar que esta será la primera generación que no alcance el nivel de vida de sus padres»
Robert Erikson es investigador del Instituto Sueco de Investigación Social (SOFI) y profesor universitario en la Universidad de Estocolmo. Durante su dilatada carrera ha participado en numerosas investigaciones en los campos de la estratificación social, la educación, la familia y la salud, analizando los factores que determinan la movilidad social en las sociedades industriales modernas.
Ha consagrado la mayor parte de su carrera al estudio de la movilidad social intergeneracional. ¿Por qué piensa que es un tema tan importante?
Porque es un aspecto clave para la comprensión sociológica de la sociedad. La relación que se establece entre la posición social de un padre y la que acaba alcanzando su hijo sirve para explicar las diferencias sociales elementales y las desigualdades en nuestras sociedades. El estatus social de una familia dentro de la estructura de clases de una sociedad tiene un gran impacto en numerosos aspectos de la vida de las personas.
Por otra parte, la movilidad social también es importante desde una perspectiva política; las principales ideologías políticas sostienen que el éxito en la vida de las personas no debería depender de los azares de su nacimiento.
¿Cuáles son las lecciones más destacadas que podemos extraer de sus estudios?
De entrada, el modo en que las políticas sociales influyen en nuestra vida. Por ejemplo: ¿Qué medidas funcionan y cuáles no para favorecer la movilidad y la igualdad de oportunidades?
Eliminar barreras, particularmente en el sistema educativo, podría incrementar la movilidad social, aunque parece existir un límite en lo que puede lograrse a este respecto. Las familias privilegiadas siempre acaban echando mano de sus recursos para apoyar a sus hijos y protegerlos de la movilidad descendente.
Otra conclusión es que el grado movilidad social es bastante similar en todas las democracias avanzadas, y no suele cambiar de manera sistemática en ellas.
¿En todas por igual o existen algunas sociedades en las que los efectos del origen social sean particularmente intensos?
La pauta general es que la movilidad social –partiendo de la asociación entre la clase social de los padres y la de los hijos– es muy similar en las democracias liberales, que se basan en la economía de mercado y el sistema de familia nuclear. No creo que exista ningún país que sea una excepción al respecto; naturalmente hay variaciones, pero creo que las pautas de movilidad social en el mundo industrial reflejan más semejanzas que diferencias.
Siempre hemos pensado que los países nórdicos ofrecían más oportunidades para la movilidad social ascendente en relación a los países del sur de Europa como España, donde los indicadores reflejan que el «ascensor social» se ha estancado en los últimos años. ¿Es esta una imagen que se ajusta la realidad?
Creo que debemos ser cautelosos a la hora de enfatizar diferencias entre las sociedades industriales en términos de movilidad social. Quizá en los países nórdicos sea ligeramente superior a la de otras sociedades avanzadas, pero insisto en que las diferencias son más pequeñas de lo que pueda parecer.
Lo que ocurre es que es muy difícil explicar las semejanzas. Los científicos sociales nos centramos en las diferencias porque es lo que podemos observar y lo que resulta más sencillo de explicar.
Dicho esto, es obvio que la crisis económica que vino después de la quiebra de Lehman Brothers golpeó con más dureza a países como España que a Suecia, por ejemplo. Y aunque tengo la impresión que España se está recuperando, algunas consecuencias de la crisis persisten. El hecho de que actualmente se estén creando puestos de trabajo más precarios para la gente joven respecto a anteriores épocas es un problema.
Y eso podría contribuir al aumento de la desigualdad social... ¿Es posible que en los próximos años veamos hijos que vivan peor que sus padres y que por tanto aumente la movilidad social descendente?
Es muy difícil saber qué pasará. No solo en España, sino en varios países, existe el temor de que esta sea la primera generación que no alcanzará el nivel de vida de sus padres. Pero no hay una evidencia real sobre ello. Como investigador, tengo que decir que, por el momento, esto no son más que suposiciones.
Hay una hipótesis desarrollada por el economista Alan B. Krueger, que fue asesor del gobierno de Barack Obama, que relaciona la desigualdad económica con la movilidad social intergeneracional. Se conoce como ‘la curva del Gran Gatsby’, por el personaje que da nombre a la novela de Scott Fitzgerald.
La idea es: cuanta más desigualdad, menos movilidad social. Estoy de acuerdo con esta hipótesis, en el sentido que parece una correlación lógica, pero lo cierto es que las evidencias sobre esto son aún muy débiles.
Así pues, si confiamos en esta hipótesis, sería preciso reducir las desigualdades como vía para garantizar una mayor movilidad social... Pero, ¿cómo se combate la desigualdad?
Esto es una cuestión muy difícil de resolver. Pero en cualquier caso, las decisiones dependen de los políticos.
La desigualdad económica también ha aumentado en Suecia en los últimos diez años, pero nosotros tenemos unos impuestos muy altos y un sistema eficaz de transferencias sociales, particularmente dirigidas a las personas que están en el escalafón más bajo de la distribución de los ingresos. Y eso de algún modo compensa las desigualdades.
Estas decisiones son estrictamente políticas. Pero tienen una gran complejidad, porque los economistas aducen que estas políticas sociales resultan, a largo plazo, perjudiciales para la economía. Es una cuestión clave y muy debatida: ¿disminuye el crecimiento económico cuando la desigualdad de ingresos es menor? La respuesta no está clara.
Las sociedades avanzadas han experimentado una profunda transformación en las últimas décadas. Uno de estos grandes cambios es la expansión masiva de la educación. ¿No debería eso favorecer la movilidad social?
La principal causa que impulsa la desigualdad es la falta de empleo. Por tanto, lo fundamental es procurar que la gente tenga trabajo. Que la mayor parte de la población acceda a una buena educación es un buen camino para lograrlo, obviamente.
Pero con esto no me refiero únicamente a que la gente vaya a la universidad. Para tener un buen empleo es muy importante la formación profesional. Los obreros cualificados también ganan mucho dinero, al menos en Suecia, y supongo que en España ocurre lo mismo.
Hay una generación de españoles que han luchado mucho para que sus hijos vayan a la universidad. Lo consideran un éxito, una meta alcanzada, porque muchos de ellos no pudieron ir. Y les resulta difícil entender que no haya salidas laborales para sus hijos universitarios, o que ganen menos dinero del que ellos ganaron...
Claro, es lógico. El sistema educativo tiene que responder en cierta medida a las necesidades del mercado laboral. Creo que la universidad debería incluir mucha más formación profesional.
Pero en cualquier caso, no tiene mucho sentido que un alto porcentaje de los jóvenes tengan estudios universitarios cuando la mayoría de los puestos de trabajo no requieren ser graduado o licenciado. Me da la impresión que ese puede ser el caso de España.
Lo es: más de la mitad de los jóvenes españoles van a la universidad, pero menos del 20% de los empleos requieren licenciados...
Pues es un problema, claro.
Aunque por otra parte, como profesor universitario, pienso que es importante ver la educación superior como algo más que una etapa de preparación para el mercado de trabajo. Hay otros beneficios asociados a la formación universitaria que impactan en la vida de las personas. A nivel sociológico, las personas con estudios universitarios superiores viven durante más tiempo, tienen mejor salud y generalmente tienen mejores condiciones de trabajo.
Adicionalmente, suelen tener una perspectiva más compleja sobre el mundo: son más conscientes de que las actuaciones individuales y globales tienen causas y efectos; saben que no es solo el destino el que decide sobre su propio futuro y el del mundo; etc.
En otras cuestiones, sin embargo, España está a la altura de los países más avanzados. Tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios público del mundo. ¿Qué otras cosas podemos hacer para luchar contra la desigualdad?
Por supuesto. Y eso también es muy importante en materia de movilidad social.
En términos de desigualdad, lo más importante es que todo el mundo acceda al mercado de trabajo, pero también son fundamentales las políticas sociales en materia de sanidad o educación. Acudir al doctor no debería suponer un gasto para las familias. Hay algunos países, como Suecia, que intentan combatir la desigualdad destinando mucho dinero a programas sociales. Pero no es la única manera de hacerlo: disponer de servicios públicos esenciales que sean eficaces y tengan un coste asequible o incluso gratuito, como es el caso del sistema sanitario español, también ayuda a reducir las desigualdades; que la educación sea de calidad y asequible es otro camino para fomentar la igualdad de oportunidades.
Parece que los hijos de las clases sociales privilegiadas están bien protegidos contra la movilidad social descendente. ¿Podría explicarnos por qué? ¿Cuáles son los mecanismos específicos a través de los cuales estas clases sociales transmiten su ventaja?
En general, los padres de las clases privilegiadas destinan sus mayores recursos monetarios y de conocimiento del sistema educativo en beneficio de sus hijos, en particular para evitar que puedan perder posiciones en la jerarquía social. Tener buenas conexiones a veces puede resultar esencial.
En un contexto de intensa competencia educativa, los atajos que permiten estas “vías alternativas” –obviando los títulos educativos para obtener un buen puesto de trabajo– serán importantes para mantenerse en una clase privilegiada.
Pero en un mundo meritocrático, el destino de cada persona debería depender sobre todo de sus capacidades y motivación más que de la familia en la que nace. ¿Hasta qué punto son meritocráticas las democracias avanzadas?
El logro educativo, que en buena parte es meritocrático, es importante a la hora de determinar dónde acaba situándose cada persona en la estructura social. No obstante, también pesan ciertos elementos no meritocráticos, debido a que los padres con recursos transmiten ventajas a sus hijos. Un ejemplo de dicha transmisión, hasta cierto punto involuntaria, es que los padres con mayor nivel educativo emplean un lenguaje más elaborado al hablar con sus hijos. Esta podría ser la razón por la que los niños, a una edad muy temprana, difieren en el uso de las habilidades lingüísticas según la educación de la madre, especialmente.
En las últimas décadas también hemos asistido a una drástica reducción de la clase obrera tradicional, a la vez que aumentaba la economía de servicios y de las tecnologías avanzadas. ¿Han conducido estas tendencias a una disminución de la herencia social y a una mayor movilidad social? ¿Está menguando la influencia del origen social de las personas?
La movilidad social aumenta cuando la estructura ocupacional experimenta cambios significativos. Esto fue lo que sucedió en muchos países en las primeras décadas del pasado siglo, cuando los puestos de trabajo en el sector agrícola iban desapareciendo a la vez que aumentaba el número de empleos industriales.
En el siglo XXI ha vuelto a ocurrir algo parecido, cuando la expansión de los sectores profesionales de la economía permitió que aumentaran los empleos mejor cualificados.
Así pues, los vaivenes en el número de casos en que la posición social de los hijos difiere de la de sus padres –cuando los hijos, por lo tanto, han experimentado movilidad social– dependen principalmente de los cambios que conlleva el desarrollo económico en los tipos y la distribución de los puestos de trabajo.
Mi previsión, sin embargo, es que la movilidad social no experimentará muchos cambios en conjunto, y los pocos que experimente responderán más a fluctuaciones ocasionales que a una tendencia clara en un sentido u otro.
¿Cuáles serán las principales fuerzas motrices que impulsarán el cambio?
El cambio que veremos guarda relación con la movilidad de la mujer. A medida que se consolida el papel de las mujeres en el mercado de trabajo y se generaliza su compromiso para toda la vida laboral, la movilidad social de la mujer empezará a ser cada vez más similar a la del hombre.
Para que eso ocurra, tal vez habría que solucionar primero la brecha salarial entre hombres y mujeres…
Sí, por supuesto. Es muy importante la cuestión de la igualdad entre hombre y mujeres.
Entre tantos problemas, esto es un éxito del desarrollo de la sociedad en Suecia. Las mujeres suecas registran los mayores niveles de participación en el mercado laboral en todo el mundo occidental. La razón es que hay un gran apoyo institucional para que los hombres y las mujeres puedan trabajar y a la vez cuidar a sus hijos pequeños.
Y esto es importante para la economía familiar. Porque tanto el hombre como la mujer aportarán dinero por igual al hogar familiar.
Por último, ¿en qué deberían centrar su atención las investigaciones futuras sobre la movilidad social? ¿Cuáles son las cuestiones candentes?
Los futuros estudios sobre movilidad social pueden –y deben- enfatizar el fenómeno de la movilidad femenina, además de la importancia que tiene la situación laboral de las madres para la trayectoria profesional de sus hijos. Es probable que el origen familiar se interprete de formas más diversificadas que antes. En otras palabras, los estudios que muestran que la posición de las personas depende de su origen social tomarán en consideración más aspectos. Por ejemplo, el entorno psicológico de la familia.
Esta evolución ya está en camino. No podemos predecir el futuro. No me siento capaz de prever cuáles serán los grandes interrogantes que guiarán la investigación. En esta cuestión estaría de acuerdo con las palabras del trompetista Humphrey Lyttelton, que al ser interrogado sobre dónde estaría el jazz al cabo de diez años, respondió: «Si lo supiera, ya estaría allí».
Entrevista por Juan Manuel Garcia Campos