
Las dificultades económicas y sociales a las que se enfrentan los jóvenes entre 18 y 29 años afectan a sus decisiones económicas, sociales e incluso políticas, y repercuten en el desarrollo social. Hasta qué punto se cubren hoy las necesidades de los jóvenes tiene, por tanto, una especial relevancia en la configuración de la sociedad futura. La falta de oportunidades profesionales, el empeoramiento de las condiciones laborales y los problemas en el acceso a la vivienda pueden conducir a que estas nuevas generaciones puedan sentirse excluidas de una sociedad que ven cada vez más injusta, lo que contribuiría a debilitar la cohesión social. No hay que olvidar que las dificultades de acceso al empleo y el aumento de la precariedad laboral reducen la probabilidad de emancipación y de fecundidad en un contexto de importante envejecimiento poblacional.
De las distintas dimensiones relacionadas con las necesidades sociales se han seleccionado diez indicadores para medir las que afectan a los jóvenes en cuanto a bienestar económico y material, situación en el mercado de trabajo, dificultades para acceder a una vivienda y nivel de salud. Los resultados (Figura 5) muestran que los jóvenes en España tienen una situación claramente peor que el conjunto de la población en todos los ámbitos de las necesidades sociales, excepto en algunos de los indicadores de salud. Como es natural, los jóvenes muestran un mejor estado de salud, aunque hay signos de que muchos de ellos tienen hábitos de vida poco saludables. Su situación en el mercado laboral es peor que la de la población en general (Villar, 2014), lo que, dado el poco peso de las prestaciones monetarias en su renta familiar, implica que su nivel de bienestar económico y material también es bajo. La crisis económica provocó un fuerte aumento de las necesidades sociales de este grupo, para el que la recuperación ha sido lenta e insuficiente en la mayoría de los indicadores seleccionados.
1. Bienestar económico y material y mercado de trabajo
La capacidad económica de los jóvenes está estrechamente relacionada con su posición en el mercado de trabajo, que es su principal fuente de ingresos. Casi uno de cada cuatro adultos de entre 18 y 29 años viven en hogares que experimentan dificultades para llegar a fin de mes. Este indicador es superior al de la población en general, lo que revela una mayor concentración de jóvenes en aquellos hogares que sufren presión financiera. El porcentaje de jóvenes con dificultades para llegar a fin de mes fue creciendo desde el inicio de la crisis económica. En 2014, el 42,2% de los jóvenes vivían en hogares que no conseguían llegar a fin de mes. En los últimos años, se aprecia una tendencia descendente, con una mejora en 2017 de diez puntos porcentuales respecto al año anterior. Los bajos ingresos laborales de los jóvenes y el desempleo juvenil explican parte de esta incapacidad para cubrir necesidades básicas, aunque el problema se atenúa por la mejor situación de otros miembros del hogar.
La tasa de pobreza consistente para los jóvenes era en 2009 inferior a la registrada para el total de la población. La crisis económica, sin embargo, invirtió este patrón: en 2014, el 13,7% de los jóvenes vivía en hogares con riesgo de pobreza monetaria y privación material, mientras que esta pobreza consistente afectaba al 11,6% de la población total. En parte, este resultado es consecuencia del retraso en la emancipación de los jóvenes, además del aumento de tamaño de los hogares más pobres al aceptar a otros miembros con dificultades económicas (Herrero, Soler y Villar, 2013). En la etapa más reciente, la pobreza consistente ha descendido moderadamente, afectando a uno de cada diez jóvenes en 2018.
El empleo es, sin duda, la dimensión que más retos plantea para el bienestar de los más jóvenes. La falta de oportunidades profesionales al inicio de la vida laboral puede lastrar el progreso económico y social de esta cohorte de edad. En España, la alta tasa de desempleo juvenil es muy preocupante pues, aunque ya se situaba en niveles elevados con anterioridad a la recesión (14,3% en 2008), llegó a crecer hasta un 41% en 2013. La recuperación económica ha revertido esta tendencia, aunque en 2018 todavía casi uno de cada cuatro jóvenes activos entre 20 y 29 años estaba desempleado.
El mercado laboral español se caracteriza por una segmentación estructural entre los mayores de 30 años, que poseen contratos indefinidos, y los jóvenes, caracterizados por una alta temporalidad de sus empleos (García-Pérez y Muñoz-Bullón, 2011). La crisis no solo ha producido un empeoramiento en la tasa de desempleo juvenil, sino que se ha incrementado también su inestabilidad en el empleo. El porcentaje de jóvenes que viven en hogares con todos sus trabajadores con contrato temporal se redujo con la recesión, al producirse un efecto expulsión de los individuos con este tipo de contrato hacia el desempleo. La recuperación ha traído consigo una mejoría del desempleo, pero la incorporación de los jóvenes al trabajo se ha producido, fundamentalmente, a través de contratación temporal. En 2018, el 54,8% de los empleados entre 20 y 29 años tenían un contrato temporal, mientras que este porcentaje desciende hasta el 26,8% para la población total. Sin embargo, la mejor posición laboral de otros miembros del hogar atenúa las diferencias en cuanto a la temporalidad intrafamiliar.
Otro indicio de precariedad laboral en la juventud española es la insuficiencia de sus salarios. El porcentaje de jóvenes con un salario por debajo de 2/3 del salario mediano pasó del 17,6% en 2006 al 22,4% en 2014, reflejando que el mercado de trabajo para los individuos entre 20 y 29 años ofrece empleos de muy poca calidad y en mayor medida que en la población total. Mientras que la incidencia de los salarios bajos para el total de la población no depende de la fase del ciclo económico, para los jóvenes el ciclo económico es clave, por lo que destaca el incremento sostenido de empleados entre 20 y 29 años con salarios bajos desde hace una década. La pobreza laboral de este grupo de edad era inferior a la de la población en general con anterioridad a 2012 pero, desde entonces hasta hoy, el porcentaje de jóvenes ocupados que viven en hogares por debajo del umbral de la pobreza no ha dejado de crecer hasta llegar a un 22,2%. Este resultado muestra cómo los jóvenes se concentran en hogares con escasez de horas de trabajo y empleos de poca calidad que no les permiten salir de la pobreza.
2. Vivienda
Otro de los obstáculos más preocupantes para los jóvenes es las dificultades de acceso a la vivienda. El aumento del precio de la compra y del alquiler de vivienda es una de las mayores barreras para que muchos jóvenes se planteen la emancipación. Alrededor de la mitad de los individuos entre 18 y 29 años que sustentan económicamente una vivienda destinan a ella más del 30% de su renta disponible, ya sea en concepto de alquiler, amortización e intereses de hipoteca o recibos, entre otros. Este resultado duplica el indicador para el total de la población. Por otra parte, la recesión trajo consigo un incremento en los retrasos en el pago del alquiler o la hipoteca. En 2017, un 6,8% de individuos entre 18 y 29 años que encabezan un hogar declaraba retrasos en estos pagos frente al 3,8% de la población total.
3. Salud y hábitos de vida
Es también importante estudiar los resultados y la evolución de los indicadores de salud en los adultos jóvenes para poder identificar posibles factores de riesgo sanitario futuro. El porcentaje de personas entre 18 y 29 años que sufren obesidad es muy inferior al correspondiente al total de la población, ya que los jóvenes realizan más ejercicio físico y, por consiguiente, presentan un menor porcentaje de sedentarismo. Sin embargo, el indicador de obesidad muestra una preocupante tendencia al alza: mientras que un 5,6% de los jóvenes tenía un índice de masa corporal superior a 30 kg/m2 en 2006, este porcentaje se incrementó hasta un 8,9% en 2017. Esto puede deberse a los déficits de hábitos de vida saludables de este grupo: alrededor de un 43% de los jóvenes no consume ninguna fruta ni verdura a diario.
Por otra parte, se observa una clara reducción en el consumo de tabaco, con una incidencia bastante inferior en los jóvenes en comparación a la población en general. El porcentaje de individuos entre 18 y 29 años que consumen más de 20 cigarrillos diarios se ha reducido a la tercera parte entre 2006 y 2017, lo que parece indicar que los jóvenes están cada vez más concienciados sobre los efectos nocivos del tabaco para su salud.
4. Educación
Hay que destacar también la importancia de la educación para el desarrollo profesional y social de los jóvenes (para más información, véase el Informe 5 sobre educación). La tasa de abandono escolar en España es muy elevada: uno de cada cinco personas entre 18 y 24 años que no han terminado estudios de educación secundaria superior no continúan sus estudios. Si bien la recesión económica redujo este abandono debido a la falta de oportunidades laborales para personas con bajo nivel educativo, nuestro país presenta uno de los niveles más elevados en el contexto europeo.
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Necesidades sociales de la juventud
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